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Homenaje Al Al… Pacino
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GRAN ESTRELLA

Homenaje Al Al… Pacino

Ganador de un Oscar por 'Esencia de mujer', tiene una brillante carrera con títulos como 'Scarface', 'Serpico', 'Tarde de perros', 'Un domingo cualquiera' o la trilogía de 'El Padrino'

Foto: Ilustración de Al Pacino. (Jate)
Ilustración de Al Pacino. (Jate)

Al parecer, la primera manifestación pomposa de nuestra capacidad para aparentar lo que no somos habría que atribuírsela a los sacerdotes. Algunos celebrantes, sacrificadores, chamanes o neócoros impostaban rasgos, postura y voz en la divina misión de resultar diferentes al resto, consiguiéndolo. Al pretender resultar creíbles en la misión de imitar a los dioses que querían presentar y explicar a la impresionable plebe, dieron origen a un oficio que tres mil años después aún nos perdura. Al unísono ropajes, fuegos, escenarios y atrezos varios colaboraban en la consecución de esa emoción que siempre resultó tan útil a la hora de fijar conceptos complejos en mentes no tan complejas, y en general, por aquellos tiempos, no tan concentradas en temas que no estuvieran relacionados directamente con la supervivencia.

A lo mejor pontífices, augures, quindecenviros, arúspices o curiones fueron precursores de los actuales productores, guionistas, iluminadores, diseñadores de vestuario o expertos en efectos especiales que subliman hoy con su trabajo el rendimiento interpretativo de los actores. Al contrario que con los sacerdotes, los medios adicionales que en la actualidad trabajan en la credibilidad de las actuaciones lúdicas han evolucionado de forma inimaginable con la mejora de la experiencia acumulada, los medios técnicos y la tecnología. Al cura de hoy, si le quitas la magnificencia del edificio que le rodea –monumentales catedrales o iglesias- le han dejado solo, ni siquiera monaguillos quedan, y con un vestuario y una producción muy poco acordes con los medios económicos que suelen manejar sus grandes empresas.

placeholder Al Pacino en 'El Padrino 2'.(Paramount)
Al Pacino en 'El Padrino 2'.(Paramount)

Al poco tiempo del coincidente nacimiento de ambos oficios se demostró la eficacia del método interpretativo. Al entretenerse, la gente prestaba atención, se divertía y acabó pagando por ello. Al nacer el concepto fundacional de toda Iglesia, la recaudación, nació también el “show business”. Alarmante me resulta el dato más que probable de que la espiritualidad organizada recaude, muy silenciosamente, más que la industria del entretenimiento en pleno siglo XXI. Al éxito económico de los más avezados en el arte de la convicción hay que añadirle el premio de la popularidad y del respeto, ahí la Iglesia sí que pierde por goleada. Al Pacino, más conocido que el propio Papa de la Iglesia católica, es un buen ejemplo. Alucinante resulta lo profusa e influyente que resulta la lista de actores contemporáneos o históricos. Alcanzaríamos todos números de tres cifras enumerando actores y actrices que conocemos, mientras que nos pararíamos en Francisco, Juan Pablo o Pío, como mucho, enumerando sacerdotes con repercusión mediática universal o histórica.

Al alcance de muy pocos, es verdad, y comparado con los que lo intentan, está la gloria del reconocimiento y del dinero basado en la habilidad motora específicamente relacionada con los músculos faciales. Al tono, la dicción y la expresividad de la voz hay que añadirle necesariamente la energía suficiente para transmitir emociones -internas y fabricadas- al de enfrente, sobre todo cuando te ponen entre medias el filtro de una cámara o la frialdad de una pantalla. Al paso que vamos, la valoración de tales habilidades y la fuerza de su reconocimiento consolidarán la no tan reciente tendencia de pedir a actores y actrices que nos representen y gobiernen. Al listado se han ido añadiendo algunos muy relevantes por la categoría de sus puestos: Schwarzenegger, Reagan, Eastwood, Trump son los más conocidos de un largo e influyente catálogo de intérpretes comprometidos con la sociedad o, simplemente, con deseo de mando o ego insaciable, pero con la cualidad común de ser respaldados por una mayoría de los ciudadanos. Al empadronarse hay que llegar a tiempo, eso sí.

Foto: Al Pacino. (Reuters)

Al Pacino podría haber sido uno de ellos. A las cualidades personales y el carisma propio del actor neoyorquino se le suman las virtudes, y el perdón de los defectos, de casi todos los personajes que ha ido representando a lo largo de cincuenta años de carrera. Al inicio, convenciéndonos de sus “habilidades organizativas” en empresas complejas y peligrosas de la familia Corleone. A la mitad de su carrera con determinación testosterónica en la misión de dar cumplimiento al sueño americano, caiga quien caiga, de Toni Montana. Al final de ella como Jimmy Hoffa, un bienintencionado sindicalista arrastrado a prácticas dudosas convencido de que el fin justifica los medios. Al azar podemos elegir cualquiera de sus personajes y encontrar en ellos razones convincentes para admirarlo y, sorprendente y recurrentemente, motivos para perdonar sus vilezas, errores o excesos de violencia, pero yo me quedo con Tony D’amato. Al futbol lo que es del futbol, aunque sea americano. Alardea en la película de Oliver Stone de todas las virtudes que necesitaría a quien yo pudiera considerar como líder: fuerza, honor, compromiso, conocimiento e inteligencia.

A la postre el otro reconocimiento, el estrictamente profesional, un tal Oscar se lo ha ido regateando cediendo solo una vez de ocho posibles. Al dictado de lo políticamente correcto, el homenaje global de su profesión ha llegado con la constatación de la debilidad física que imponen los ochenta años que ayer cumplió y después de algunos papeles y películas muy lejos de la categoría de sus clásicos de juventud. Alcohol y otras adicciones irrumpieron con fuerza, y con la constatada recurrencia sobrevenida de su oficio, para generarle el bache suficientemente grande para que a sus colegas les compense el esfuerzo del gesto, aparentemente generoso, de sacarle de él. Halagos no faltaron en el homenaje multitudinario de hace unos años que, esta vez sí, sirvió para retomar una carrera que ya parecía acabada y que volvió a brillar en la cinta de culto en la que se ha convertido para casi todos “El irlandés'.

placeholder Al Pacino, en los premios Bafta, en febrero de 2020. (Reuters)
Al Pacino, en los premios Bafta, en febrero de 2020. (Reuters)

Alabaré sin pudor las cualidades de un hombre que ha sabido transportar a millones de espectadores a lo largo de su vida al encantador y atractivo mundo de la ficción de hora y media, al deleite de la contemplación de personajes atractivos, inspiradores o radicales en el entorno de situaciones nunca cotidianas. Albacea de sus talentos en formato DVD conservaré y repasaré con gusto estos días los matices de sus gestos, la impostura de su voz, su atractivo desgarbo, sus poses relajadas o elegantes cuando toca y, sobre todo, la soberbia energía de sus furias.

Albergo la esperanza de que algunos alcancen el éxtasis, alarguen alguna noche, alboroten sus neuronas, quizá albornoz en ristre, y se alborocen, haciendo uso y homenaje del Al, Pacino, que más les guste. Alabado seas Al.

Al parecer, la primera manifestación pomposa de nuestra capacidad para aparentar lo que no somos habría que atribuírsela a los sacerdotes. Algunos celebrantes, sacrificadores, chamanes o neócoros impostaban rasgos, postura y voz en la divina misión de resultar diferentes al resto, consiguiéndolo. Al pretender resultar creíbles en la misión de imitar a los dioses que querían presentar y explicar a la impresionable plebe, dieron origen a un oficio que tres mil años después aún nos perdura. Al unísono ropajes, fuegos, escenarios y atrezos varios colaboraban en la consecución de esa emoción que siempre resultó tan útil a la hora de fijar conceptos complejos en mentes no tan complejas, y en general, por aquellos tiempos, no tan concentradas en temas que no estuvieran relacionados directamente con la supervivencia.

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