Picasso, Antonio David y las mantis religiosas
Algunos, para defender lo perfectamente defendible, perfeccionan lo perverso. Lo ventajista de ajustar cuentas con cuentos
-Paso. Ni caso. ¿Acaso tengo yo un criterio definido? Que no pico. Que me aso.
-Pero es que le han llamado Antonio David.
-Cosas peores le llamaron.
-Es que quieren quitarle de los libros de historia del arte.
-Bueno por otros motivos durante bastantes años tampoco estuvo muy presente.
-Dicen que su personalidad está infectando sus obras.
-Nunca nadie dijo que fuera un santo.
Y así llevo dos horas desplegando en voz alta, sin pudor, sin gracia y sin remedio, mi pertinaz trastorno de identidad disociativo. Uno, simpatizante de Picasso, queriendo aportar algo en su defensa por microscópica o innecesaria que resultara. El otro, también simpatizante de Picasso, queriéndose negar a dar publicidad a lo necio. Uno más, el más admirador que tengo del artista malagueño, se me añadió al debate muy asustado, manifestando vehemente que a día de hoy es imposible opinar sin salir escaldado de cualquier tema que pise territorio feminista. -Ni pasando de puntillas por lo más alejado del asunto evitas el ruido, la acción decidida de sus miembros y las tuiteras consecuencias-, razonaba, no sin acierto, mi tercer alter ego advenido a la toma de decisión en torno a la posibilidad de opinar sobre la acusación de maltratador a Picasso vertida y “performanceada” por una escuela de arte feminista.
La suma de las tres simpatías lo tenían claro y su vocación permanente y el irrenunciable compromiso de tratar de centrar pesaron algo más al final que la posibilidad de sentirse señalado al pretender señalar, me estaría bien empleado, los indicios de radicalidad y extravagancia que están empezando a evidenciar algunas posturas y manifestaciones en la defensa de lo justo. Porque es justo reconocer que el patriarcado ha existido como norma. Incluso cuando en el núcleo familiar la inteligencia, la iniciativa, la estrategia y las decisiones las tomaba sin dudar la matriarca, muy pocas veces trascendía.
Era tal la uniformidad social que, casi de mutuo acuerdo, se mantenía la apariencia del hombre fuerte y protector, procurador y organizador por muy lejos que estuviera de la excelencia de esas virtudes el resultante patriarca. Por eso, las mujeres que durante los últimos siglos han impuesto sin complejos y del todo sus arrestos, mantienen mayor presencia y reconocimiento histórico en valor absoluto. Reconocimiento que aún mejora si tenemos en cuenta la proporción de las que lo lograron frente a la de los hombres que por méritos propios o ayudados lo consiguieron. Porque durante muchos años, si eras mujer, tenías que ser real y diferencialmente buena en algo para salir de la sombra de una sociedad basada en el machismo e inspirada en las leyes de una Iglesia tremendamente misógina. Es un hecho incontestable y sin lugar a dudas reivindicable. Y es más que justo seguir marcando el camino que nos aleje de tradición tan injusta y castrante.
Pero hay ciertos problemas que impiden hoy a ambas partes –a todas las partes que cada vez me entero que hay más- coincidir en el método, no creo que en el fondo. Para mí, el origen del problema de conexión entre los géneros es que esa represión y esa falta de reconocimiento explotan ahora en una sociedad occidental que parece intentar compensar en demasiado poco tiempo demasiados desagravios. Y algunos pretenden arreglar de un plumazo, nunca mejor dicho, hasta la violencia sexual del gallo de corral en su misión única de maltratar gallina que se ponga a tiro. Gallina que siguiendo su mandato cromosómico ancestral y su mandato placentero habitual sucumbe y entra al juego de ser cubierta por el ignominioso gallo. Ya, ya sé que la comparación es una bestialidad, pero es que empezaron ellas. No las gallinas, las feministas que reivindicaban corrales libres de gallos para recuperar la dignidad del género femenino aviar.
Es como si unos cuantos hombres hiciéramos campaña para acabar con la inaceptable conducta de algunas féminas agresivas que, al instante de sentirse sexual y reproductivamente satisfechas, acaban con la cabeza del macho sin piedad y sin contemplaciones. Exigiríamos medidas de protección para el sufrido mantis religioso probablemente hasta llevarle hasta su propia extinción. Y lo haríamos a pesar de que somos muchos los que entendemos que por amor o por sexo bien vale perder de vez en cuando la cabeza. Es nuestro diseño. Por cierto, que para cualquier aficionado a la entomología es conocido que ese comportamiento es más bien un mito y que rara vez se da en libertad, pero la generalización morbosa del evento lo ha convertido en una verdad absoluta. Y no, ahora no estoy comparando nada.
El otro gran ingrediente que sublima la existencia de ese desagradable amargor histérico que estropea claramente la legítima defensa de una relación más igual entre hombres y mujeres es el odioso presentismo. No hay Dios, ni siquiera del cubismo, que lo aguante. Abraham Lincoln era esclavista. Jorge Luis Borges filonazi y pro dictaduras. Goya o Poul Gauguin misóginos. Van Gogh un putero. La lista es absolutamente interminable y ni si quiera estamos seguros de qué parte es realmente cierta. Y aun acreditando comportamientos hoy insoportables, antes de condenarlos me preguntaría qué motivaciones tenían, qué necesidades les aplastaban. Qué trastornos tan profundos pagaban genialidad tan innata. Qué opinaba la otra parte, sufridora sin duda, pero a la vez inmersa en el pensamiento y las costumbres de su tiempo. Algunos, para defender lo perfectamente defendible, perfeccionan lo perverso. Lo ventajista de ajustar cuentas con cuentos. Lo inaceptable de juzgar hechos pasados con juicios nuestros.
Bote de pintura en ristre marcarían, destrozándolas, todas las manifestaciones que en esencia o colateralidad forzada pudieran ser hoy condenables. Brocha gorda para liberar a Las Majas. La vestida por reprimida y la desnuda por explotada. Cal viva que queme el pasado hasta encalar por dentro las cuevas de Altamira, que el trato vejatorio de nuestros ancestros lo damos todos por descontado. Grafiti a todos los avances que hoy con nuestra perspectiva nos parecen enormes retrasos y que, aunque haya sido tan despacio, a este espacio al menos prometedor, nos han traído. Un espacio con toda la información al alcance de la mano, para tomarla y para repartirla, y donde no debería ser tan difícil hacer posible toda clase de convivencia. Donde la evidente pérdida de preponderancia del género y su difuminado nos va acercando poco a poco a la valoración neutra de nuestros congéneres. Creo que no estamos tan lejos, pero no creo que haya que forzarlo tanto. Propongo que, por empezar por algo, consensuemos dejar en paz a gallos, mantis religiosas y genios.
Seguro que Picasso, siendo un gran conquistador, no fue precisamente un ejemplo. Pero creo que su grandeza, su expresividad, su talento deberían darle al menos, si no el indulto, el tremendo atenuante de ser, como todos, víctimas de su propio tiempo.
-Paso. Ni caso. ¿Acaso tengo yo un criterio definido? Que no pico. Que me aso.