'La naranja mecánica', la película que marcó el encierro de Stanley Kubrick y su familia
La película que, según la prensa de la época, provocó una oleada de violencia en el Reino Unido causó cierto aislamiento en el director y volvió locos a sus fans
Cuando Stanley Kubrick recibió amenazas de muerte por una de sus películas, pensó que quizá se había pasado de la raya. ‘La naranja mecánica’ causó una oleada de violencia en el Reino Unido, fue un tsunami mediático que acabó salpicando al propio director y a su prole. Desde 1961, Kubrick decidió abandonar Estados Unidos e instalarse en el país británico. Pocas veces volvería a salir de allí. Para muestra, un botón: si la trama de ‘Eyes Wide Shut’, su testamento fílmico, tenía lugar en Nueva York, el equipo tenía que fingir un Manhattan noctámbulo en un estudio de Gran Bretaña. Todo para que el todopoderoso Kubrick (era uno de los pocos, o el único director al que Warner le daba carta blanca en todas sus películas) no tuviese que moverse un centímetro de su lugar de residencia. Su miedo a viajar también contribuyó al estatismo. Cuentan que hasta prohibió a su chófer conducir a más de 70 kilómetros por hora bajo amenaza de despido. ‘La naranja mecánica’, de la que se cumplen ahora 50 años, tuvo parte de la culpa de que ese ‘encierro’ fuese definitivo.
La cinta es celebrada estos días por libros como el publicado por Notorious Ediciones, en el que el periodista Jesús Palacios se pregunta por su condición de sátira. La palabra no es baladí, porque si la historia de este joven que se dedica a dar palizas a vagabundos y asaltar casas en un futuro distópico fue polémica, es porque muchos no vieron la sátira por ninguna parte. Kubrick nos hace empatizar con Alex, enfatizando el punto de vista del protagonista y rodeando de humor negro sus terroríficas acciones. Algunos pensaron que ser fascista nunca fue divertido. Sin embargo, esa nunca fue la intención del director cuando decidió adaptar esta novela de Anthony Burgess. O eso es lo que él dijo.
Publicada a principios de los 60 e hija bastarda de obras como ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley, o ‘1984’, de George Orwell, la novela no fue excesivamente popular hasta que Kubrick se fijó en ella tras su revolucionaria ‘2001’. Antes que él, hasta el mismísimo Mick Jagger había querido llevarla a la gran pantalla. El director, tan obsesivo y maniático como siempre, eligió cuidadosamente cada mínimo detalle de su nueva película: el vestuario futurista, la jerga de la pandilla violenta y la música clásica que acompañaba cada secuencia. Aún tenía presente los buenos resultados que ese mejunje (las melodías de Strauss sobre imágenes de naves espaciales en ‘2001’) le había dado en el pasado. También tuvo especial cuidado a la hora de elegir al protagonista, un maquiavélico y a la vez naif Malcolm McDowell, un actor con la retranca suficiente para captar la gamberra mala leche del protagonista. Como muchos otros intérpretes, también él tuvo que soportar el gusto por repetir tomas del perfeccionista Kubrick. La secuencia del tratamiento Ludovico, en la que su personaje es forzado a permanecer con los ojos abiertos mientras le proyectan imágenes violentas casi deja ciego a McDowell, que también aguantó la serpiente que le colocaron como mascota. Él les tenía fobia.
Estrenada a finales de 1971, ‘La naranja mecánica’ fue la segunda cinta (la primera fue ‘Cowboy de medianoche’) clasificada ‘X’ que estuvo nominada a mejor película en los Oscar. La conmoción fue inmediata en un Hollywood que empezaba a cambiar a marchas forzadas, en un cine que adoptaba el espíritu europeo y enterraba su clasicismo en beneficio de películas de ‘auteur’, de obras en los márgenes de la comercialidad.
La recepción fue polémica en Estados Unidos, pero en Reino Unido la película provocó un vendaval. En marzo de 1972, durante el juicio de un joven de 14 años acusado de matar a un compañero de clase, el fiscal se refirió a ‘La naranja mecánica’ como la inspiración directa del homicidio. El asesinato de un anciano vagabundo a manos un joven de 16 años en Bletchley y otro crimen en el que los agresores silbaban ‘Singin’ in the Rain’ (como hace Alex en la película) hizo clara la relación causa-efecto entre la película y los hechos. Al menos, así lo pensaron muchos ciudadanos británicos que convirtieron la cinta en un símbolo político de signo sospechoso.
Kubrick no salió indemne de la polémica. Día sí y día también, a lo largo de 1972 llegaron cartas anónimas con amenazas hacia él y su familia. También hubo intentos de algún desalmado para acceder a su particular ‘búnker’. Él se defendió como pudo en los medios de comunicación. “Intentar atribuir alguna responsabilidad al arte como causa de lo que sucede en la vida me parece que es una forma de plantear el caso al revés. El arte consiste en remodelar la vida, pero no crea ni causa vida”, dijo. En 1973, Kubrick llegó más lejos y suplicó a Warner que retirasen ‘La naranja mecánica’ de las salas británicas. La prueba de que el estudio jamás le decía que no (se dice que una vez llegó a retirar una película suya de un cine porque las paredes de la sala emitían un reflejo que le parecía inadecuado) es que la cinta no volvió a verse en Gran Bretaña hasta después de su muerte, en 1999.
Desde ‘La naranja mecánica’ en adelante muchas cosas cambiaron para el genio y los suyos. En 1978, los Kubrick se mudaron a Childwickbury Manor, una finca privada de 18 habitaciones situada entre St Albans y Harpenden. En esa mansión, el genio incluso tenía una sala para controlar la edición de sus películas. Desde allí hacía las pocas declaraciones que se le pedían y organizaba cenas con los pocos amigos a los que dejaba entrar en su vida. Como en el caso de otros reclusos legendarios, Greta Garbo y muchos más, su muro de silencio alimentó una leyenda que no ha hecho sino crecer desde entonces.
Tras ‘La naranja mecánica’ llegaron un proyecto fallido sobre Napoleón, la sardónica ‘Barry Lyndon’, la terrorífica ‘El resplandor’, la también satírica ‘La chaqueta metálica’ y la testamentaria ‘Eyes Wide Shut’. Pero su ‘Naranja’ fue la bomba de relojería que impulsó todas las demás y la polémica siguió alimentándose muchos años después de su estreno. Se podría decir que su violencia moral sigue impactando más que cualquier película de ‘Fast and Furious’ rodada hace cuatro días.
El mítico Rogert Ebert la calificó como “un desastre ideológico, una fantasía paranoica de derechas”. Otros, más benevolentes, la siguen considerando una obra maestra. “Tan hermosa de ver y de oír que deslumbra a los sentidos y a la mente”, escribió Vincent Canby. Para Kubrick, su película era algo mucho más sencillo: “Alex simboliza al hombre en su estado natural, como sería si la sociedad no le impusiera sus procesos 'civilizadores”. ¿Somos todos Alex? ¿Será por eso que empatizamos tanto con un personaje tan repulsivo? La respuesta nos sigue inquietando cincuenta años después.
Cuando Stanley Kubrick recibió amenazas de muerte por una de sus películas, pensó que quizá se había pasado de la raya. ‘La naranja mecánica’ causó una oleada de violencia en el Reino Unido, fue un tsunami mediático que acabó salpicando al propio director y a su prole. Desde 1961, Kubrick decidió abandonar Estados Unidos e instalarse en el país británico. Pocas veces volvería a salir de allí. Para muestra, un botón: si la trama de ‘Eyes Wide Shut’, su testamento fílmico, tenía lugar en Nueva York, el equipo tenía que fingir un Manhattan noctámbulo en un estudio de Gran Bretaña. Todo para que el todopoderoso Kubrick (era uno de los pocos, o el único director al que Warner le daba carta blanca en todas sus películas) no tuviese que moverse un centímetro de su lugar de residencia. Su miedo a viajar también contribuyó al estatismo. Cuentan que hasta prohibió a su chófer conducir a más de 70 kilómetros por hora bajo amenaza de despido. ‘La naranja mecánica’, de la que se cumplen ahora 50 años, tuvo parte de la culpa de que ese ‘encierro’ fuese definitivo.