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Diez años sin Amy Winehouse, la voz torturada (y explotada) que dejó huella en España
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ANIVERSARIO

Diez años sin Amy Winehouse, la voz torturada (y explotada) que dejó huella en España

Recordamos el paso de la artista por el Rock in Rio madrileño en 2008 y las causas que condujeron a su prematuro fallecimiento

Foto: Amy Winehouse, en una imagen de archivo. (Reuters)
Amy Winehouse, en una imagen de archivo. (Reuters)

Jengibre, lima, limón, miel, frutas, yogur de soja natural, pan de pita, humus… El menú que Amy Winehouse solicitó a su llegada a Madrid, en julio de 2008, era claramente saludable. No concordaba con su imagen de estrella perdida, entregada al hedonismo, que la mayoría de la gente tenía de ella. Para los testigos de aquella visita, la exégesis de tanta fruta estaba en la recuperación de la cantante, que acababa de sufrir un enfisema pulmonar que la mantuvo en el hospital varias semanas. La llamada diva del soul era un alma irredenta. Solo tenía 24 años y sus conciertos ya acumulaban salidas de tono y desvaríos producto del alcohol. El enfisema, por ejemplo, lo tuvo por fumar crack y cigarrillos. La nicotina y ese derivado de la cocaína habían hecho polvo sus pulmones. Aquel bache de salud parecía anticipar su muerte, que se produjo tres años después, un caluroso 23 de julio de 2011. Ese día, Amy se sumó al nefasto club de los 27, el mismo de Jim Morrison, de Janis Joplin o la española Cecilia.

La joven era un volcán calmo y de voz susurrante. En el verano de 2008 había venido a la capital de España para participar en el célebre Rock in Rio y ya tenía junto a ella la pesada sombra de un padre, Mitch Winehouse. El antaño taxista, que abandonó a su familia cuando ella tenía 9 años, vio la oportunidad de su vida en eso de llevar su carrera. No faltaron voces que lo acusaron de ser el responsable del proceso de inmolación de su hija. Tras el paso por el hospital, y antes de llegar a Madrid, la cantante de ‘Rehab’ se sumó a un multitudinario homenaje a Nelson Mandela celebrado en Londres. Después, actuó en el festival de Glastonbury. Cuando llegó el turno de España, parecía algo agotada pese a que el fervor de su público patrio era el mismo que en todo el mundo y parecía emocionarla.

placeholder Una foto de la cantante que forma parte de una exposición en Portugal. (EFE)
Una foto de la cantante que forma parte de una exposición en Portugal. (EFE)

La artista llegó en un avión privado y sus exigencias, dicen, no fueron más bizarras que las de cualquier otra estrella pop. O estrella, sin más. En uno de los mejores capítulos de ‘La maravillosa Sra. Maisel’, la agente de la protagonista la obliga a pedir un sinfín de peluches al hotel en el que se aloja. El caso es parecer rara, parecer una estrella.

La canción que abrió el concierto fue ‘Addicted’. Mientras cantaba, Amy dio carnaza a los que la esperaban como buitres hambrientos: se la veía algo agotada, fruto mal estado de salud. Junto a ella, una copa de vino que no se vació en todo el concierto. Sorbo a sorbo, fue cantando, se fue bebiendo temas como ‘Tears run dry’, ‘You know i’m no good’ y ‘Love is a loosing game’. ‘Me & Mr. Jones’ fue el que cerró un evento que resultó inolvidable para todos los que pudieron verlo.

placeholder Una imagen de la cantante en el Rock in Rio madrileño de 2008. (Reuters)
Una imagen de la cantante en el Rock in Rio madrileño de 2008. (Reuters)

Un final tristemente esperado

En aquel concierto casi nadie pudo imaginar que, el 23 de julio de tres años más tarde, el guardaespaldas de Amy Winehouse la acabaría encontrando muerta en su cama. La cantante de R&B, soul y pop, que había cosechado éxitos con tan solo dos discos grandes, parecía estar predestinada para ese final por su conducta errática, las borracheras en pleno concierto y sus nada privados escarceos con las drogas. Muchos atribuyeron la ‘culpa’ de su afición a las sustancias a Blake Fielder-Civil, uno de sus primeros novios; el hombre roto que la arrastró a la oscuridad en la que ya estaba él. El arma torturada del joven también inspiró muchos de los temas de ‘Back to black’, la que siempre se ha considerado la obra maestra de la artista.

placeholder Retrato de la artista. (Getty)
Retrato de la artista. (Getty)

Otro de los problemas fue la negativa de Mitch, padre de Amy, de ingresarla en un centro de desintoxicación. La gallina de los huevos de oro no podía parar de producir en ningún momento. Era mejor mirar para otro lado. Nadie vio que, siendo apenas una adolescente, ya vivía con ansiedad y bulimia. La mirada inquieta de esa niña de voz prodigiosa que amaba el jazz era uno de los grandes baluartes de ‘Amy’, el documental de Asif Kapadia sobre la diva. También la escenificación de una popularidad mal llevada, que se le escapó de las manos.

El final fue su muerte que, paradójicamente, no tuvo nada que ver con las drogas, sino con una ‘intoxicación etílica’, el abuso de alcohol tras un largo periodo de abstinencia. Un fallecimiento a lo Jim Morrison que, en pleno siglo XXI, parecía de otra época en la que la fama era mucho más dañina. Siendo como era una gran admiradora del blues y el soul de antaño, Amy tuvo un desenlace a la altura de sus grandes ídolos.

Jengibre, lima, limón, miel, frutas, yogur de soja natural, pan de pita, humus… El menú que Amy Winehouse solicitó a su llegada a Madrid, en julio de 2008, era claramente saludable. No concordaba con su imagen de estrella perdida, entregada al hedonismo, que la mayoría de la gente tenía de ella. Para los testigos de aquella visita, la exégesis de tanta fruta estaba en la recuperación de la cantante, que acababa de sufrir un enfisema pulmonar que la mantuvo en el hospital varias semanas. La llamada diva del soul era un alma irredenta. Solo tenía 24 años y sus conciertos ya acumulaban salidas de tono y desvaríos producto del alcohol. El enfisema, por ejemplo, lo tuvo por fumar crack y cigarrillos. La nicotina y ese derivado de la cocaína habían hecho polvo sus pulmones. Aquel bache de salud parecía anticipar su muerte, que se produjo tres años después, un caluroso 23 de julio de 2011. Ese día, Amy se sumó al nefasto club de los 27, el mismo de Jim Morrison, de Janis Joplin o la española Cecilia.

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