Eduardo Matos Moctezuma, guardián de los secretos de Tenochtitlan, Premio Princesa de Asturias
Su amplia trayectoria profesional le ha hecho merecedor de este reconocimiento, que el arqueólogo recibe con humildad y ganas de seguir aprendiendo
Por suerte para el mundo de la arqueología, Eduardo Matos Moctezuma no dedicó su vida a la religión, tal y como parecía ser su deseo durante su juventud. Durante mucho tiempo, tal y como recoge su autobiografía, parecía que su fe se convertiría en su camino, pero durante su adolescencia esto cambió y abandonó esta idea en busca de un nuevo destino, que resultó ser la Arqueología.
Es gracias a esa labor, que lleva varias décadas desarrollando, que ha conseguido alzarse con uno de los pocos reconocimientos que le faltaban, el Premio Princesa de Asturias 2022 de Ciencias Sociales. La entrega de premios tendrá lugar, como es habitual, en el Teatro Campoamor de Oviedo, una cita anual que nadie quiere perderse y que contará con la presencia de la princesa Leonor, quien aprovecha un descanso en sus estudios para regresar a casa.
Este premio es un reconocimiento a su amplia trayectoria y por su gran contribución al conocimiento de las sociedades y culturas prehispánicas. Un galardón que busca “reconocer el extraordinario rigor intelectual del premiado para reconstruir las civilizaciones de México y Mesoamérica, y para hacer que dicha herencia se incorpore con objetividad y libre de cualquier mito”, tal y como explicaba el jurado al concederle este reconocimiento.
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Matos Moctezuma no dudaba en agradecerlo y aseguraba que consideraba ser merecedor de él como un altísimo honor. “Penetrar en el pasado para traerlo al presente ha sido la labor que de manera constante he desempeñado a lo largo de mi vida”, explicaba al conocer el fallo del jurado. “El día de hoy veo con enorme satisfacción los frutos de esa tarea, que me permitió conocer nuestra propia historia y cómo esta se unía con la historia de otros países como España”.
Quién es Eduardo Matos Moctezuma
Nacido en Ciudad de México en 1940, Eduardo es hijo de un diplomático dominicano y de una poblana que se decía descendiente del emperador azteca del mismo nombre, algo que el arqueólogo nunca se ha molestado en demostrar. Su juventud estuvo marcado por el trabajo de su padre, que les llevó a viajar por diferentes lugares y vivir experiencias únicas. Algunas de ellas positivas y otras no tanto, como cuando su casa en Venezuela fue asaltada y tuvieron que huir.
Como decíamos antes, en su infancia y primeros años de juventud, su relación con Dios tuvo un gran peso, pero conforme cumplió años -y comenzó a interesarse más por las chicas- esto cambió. Pasó de tener claro su futuro a tener todas las posibilidades para escoger y la cosa no era sencilla, por ejemplo, se planteó que la Arquitectura podría ser una buena idea. Las dudas se disiparon en el momento en el que un amigo le prestó ‘Dioses, tumbas y sabios’, de C. W. Ceram.
Solo con leer el primer capítulo supo que lo suyo era la Arqueología, algo que no hizo demasiada gracia a sus padres. “Eduardo, si quieres estudiar arqueología está muy bien, pero… ¿no sería bueno que estudiaras también en la escuela Bancaria y comercial?”, le preguntó su madre tras conocer su decisión. Él quiso seguir su pasión, sobre todo porque desde que esta idea entró en su mente, ya no hubo espacio para otra opción. No hay duda de que fue una estupenda idea.
A lo largo de su trayectoria ha ido compaginando el trabajo de campo con el de divulgador, llegando a contar también con más de 500 publicaciones, que recogen guías, artículos, semblanzas y varios libros. Esto forma parte de sus principios, de su manera de entender la profesión, porque para él siempre ha estado compuesta por estos tres pilares: la docencia, la excavación y la difusión de los hallazgos. Una labor gracias a la que se ha podido conocer un poco mejor las sociedades mesoamericanas previas a la conquista hispana.
Entre sus proyectos más relevantes se encuentra, tal y como nos recuerdan desde la Fundación Princesa de Asturias, la investigación integral de la Tula prehispánica, colonial y moderna, que dirigió en la década de los setenta, Teotihuacán, donde excavó la Pirámide del Sol, y la ciudad de Tenochtitlán, su recinto sagrado y el Templo Mayor, cuyo descubrimiento y proyecto coordinó desde sus inicios en 1978.
Tenochtitlan fue una de las mayores ciudades del mundo, que cautivó a Hernán Cortés hace cinco siglos, allí es donde se produjo el primer encuentro entre Cortés y Moctezuma II que cambiaría la historia para siempre y que sentaría las bases del México actual. El objetivo último de las investigaciones de Eduardo Mato es aprender de la historia y, sobre todo, conocer la verdad libre de mitos, así lo explicaba en una entrevista para ‘Ethic’, donde afirmaba que había que buscar la realidad histórica: “No se deben crear mitos, sobre todo con fines políticos”.
Por suerte para el mundo de la arqueología, Eduardo Matos Moctezuma no dedicó su vida a la religión, tal y como parecía ser su deseo durante su juventud. Durante mucho tiempo, tal y como recoge su autobiografía, parecía que su fe se convertiría en su camino, pero durante su adolescencia esto cambió y abandonó esta idea en busca de un nuevo destino, que resultó ser la Arqueología.
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