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Hablamos con Antonio Simoes de Dios, el chef que cocinó para la legendaria Greta Garbo
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EN UN HOTEL DE SUIZA

Hablamos con Antonio Simoes de Dios, el chef que cocinó para la legendaria Greta Garbo

La protagonista de 'La reina Cristina de Suecia' veraneaba cada año en el mismo hotel y allí coincidió con el cocinero gallego

Foto: Greta Garbo, posando para el departamento publicitario de MGM. (Warner)
Greta Garbo, posando para el departamento publicitario de MGM. (Warner)

A los 36 años, Greta Garbo quiso estar definitivamente sola. Su legendario 'I want to be alone', replicado en los guiones de muchas de las películas que protagonizaba como guiño al espectador de la época, se acabó cumpliendo. Tras el fracaso absoluto de 'La mujer de las dos caras', la Divina dijo adiós. Se fue para siempre cuando todavía pudo haber tenido una gran carrera por delante. La americanización de su personaje en esa película de George Cukor, que según un crítico de cine había sido "tan violenta como ver a mi madre borracha", unida a la poca rentabilidad de sus películas en una Europa en guerra (hablamos del año 41), jubilaron prematuramente a uno de los rostros más legendarios del siglo XX.

El icono seguía siendo eso, un símbolo, cuando el gallego Antonio Simoes, uno de los chefs más reconocidos de Galicia, se fue a trabajar a un hotel de lujo en Davos-Klosters, Suiza. Eran los años 80 y la Garbo, eternamente perseguida por los paparazzi neoyorkinos, muda mediáticamente desde hacía muchos años, veraneaba cada año en ese hotel. La protagonista de 'La reina Cristina de Suecia' no quiso recoger un Oscar honorífico, evitó dar entrevistas y jamás volvió a pisar un plató de cine o de televisión. Su misterio hizo aún más grande la leyenda. En Vanitatis hablamos con Simoes, que, ya retirado, recuerda desde el número de habitación donde se hospedaba la actriz a las ganas que tenía de pasar desapercibida. "Era una mujer muy discreta y paseaba como cualquiera. Sencilla y humilde. No vestía con grandes lujos ni nada", nos explica.

placeholder Greta Garbo, posando para MGM.
Greta Garbo, posando para MGM.

Alejada de los oropeles de Hollywood, la Garbo de los años 80 parecía "una señora más de aquel pueblo (...) Era muy discreta, muy educada. También muy menudita. Salía a pasear con un bastoncito y un sombrero", rememora Simoes, que no olvida que aquella anciana "daba muchas propinas a los camareros" y que el personal del hotel casi nunca hablaba de la estrella. Sabían de sobra que lo que ella buscaba cada verano (y también en su vida) era pasar totalmente desapercibida. Había una especie de código secreto y consensuado para no revelar demasiado de sus retiros. Al lado del recinto vivía un matrimonio amigo que solía ver cada año. "Ellos estaban pendientes de ella y ella de ellos, por lo que pude intuir", dice Simoes.

Ahondando en su profesión, ¿cuáles eran los platos que comía la que fuese el rostro más bello del siglo XX? "Comía poquito. Lo que más le preparaba era el porridge (un clásico de los desayunos anglosajones, una especie de papilla de avena)".

Simoes es toda una leyenda culinaria en su tierra natal. Desde que siendo apenas un niño veía cómo su abuelo, también cocinero, preparaba "esas bodas que duraban de jueves a domingo", él no pudo despegar los ojos de su trabajo. "Me llevaba con 11 o 12 años", recuerda este hombre nacido en Lobios en 1959 al que la mayoría de los habitantes de Ourense recuerdan como Antonio Habana. En realidad se llama Antonio Simoes (Lobios, 1959) y su apodo hace referencia a Habana 83, restaurante que regentó y del que fue chef en las últimas tres décadas. Cuando le preguntamos qué le parece la hostelería de hoy, nos dice que "cada época es diferente", señalando las diferencias en una profesión que ha ido evolucionando con la sociedad.

Un mito sin fecha de caducidad

Entre verano y verano en Suiza, la Garbo de melena larga y canosa y unas enormes gafas de sol de aquellos últimos años de su vida también se paseaba por Nueva York, ciudad en la que residía. Nadie imaginaba que tras esa imagen se escondía una de las grandes divas de la historia del cine, la sueca que llegó regordeta y provinciana al Hollywood de 1925 y se retiró del cine apenas dieciséis años más tarde convertida en una diosa inmortal.

placeholder Una Greta Garbo anciana y perseguida por los paparazzi.
Una Greta Garbo anciana y perseguida por los paparazzi.


Enferma de diabetes, aficionada a navegar en el barco del mismísimo Onassis, siempre recluida en su apartamento neoyorkino, no era tarea fácil realizar fotografías a la que antaño fuese la Ana Karenina o la reina Cristina de Suecia de la gran pantalla. Los que tenían la suerte de compartir su amistad aseguraban que jamás se vanagloriaba de sus días en Hollywood y mucho menos se arrepentía de haberse retirado tan joven.

"Mi vida ha sido una travesía de escondites, puertas traseras, ascensores secretos y todas las posibles maneras de pasar desapercibida para no ser molestada por nadie", llegó a decir en una ocasión. La diabetes y una neumonía acabarían con su vida un 15 de abril de 1990. La muerte silenció para siempre a la Divina, que se fue de este mundo tal y como había pasado por él, siendo el mejor ejemplo de que la curiosidad de los demás siempre será mayor cuanto más te ocultes de ellos.
Con 84 años, y dejando en los cinéfilos el recuerdo de la belleza del dolor que ejemplificó en sus personajes románticos, la estela de una mirada lánguida y misteriosa, se fue para siempre. "La vida sería maravillosa si tan solo supiésemos qué hacer con ella", dijo una vez. Fue la curiosidad humana, unida a su magnetismo, fotogenia y magníficas interpretaciones, la que la convirtió en una leyenda del siglo XX: la que rio a carcajadas gracias a Lubitsch y su 'Ninotchka', la que puso 'cara de nada' al final de su 'Reina Cristina', la que habló en 'Anna Christie'. Pocos saben, sin embargo, que un chef gallego tuvo acceso privilegiado a esa leyenda. Y no es poca cosa.

A los 36 años, Greta Garbo quiso estar definitivamente sola. Su legendario 'I want to be alone', replicado en los guiones de muchas de las películas que protagonizaba como guiño al espectador de la época, se acabó cumpliendo. Tras el fracaso absoluto de 'La mujer de las dos caras', la Divina dijo adiós. Se fue para siempre cuando todavía pudo haber tenido una gran carrera por delante. La americanización de su personaje en esa película de George Cukor, que según un crítico de cine había sido "tan violenta como ver a mi madre borracha", unida a la poca rentabilidad de sus películas en una Europa en guerra (hablamos del año 41), jubilaron prematuramente a uno de los rostros más legendarios del siglo XX.

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