Alfred Hitchcock confidencial: misógino, católico asustado y marido de Alma Reville en el trabajo y en la vida
Más de cien años después de que llegase al mundo todavía se estudia la importancia de su vida personal en las obsesiones que marcaron sus películas
"Si la hermosa señora Reville no hubiese aceptado un contrato vital como la señora de Alfred Hitchcock hace 53 años, el señor Hitchcock quizá estaría en este salón… Pero no estaría en esta mesa, sería uno de los camareros, de los lentos. Comparto este premio con ella, como he hecho mi vida". Palabra de don Alfredo. Cuando el 'mago del suspense' pronunció ese discurso, al recoger un galardón del American Film Institute por la totalidad de su carrera, no sabía que le quedaba un año de vida. Tampoco que muchos de los que escuchaban emocionados sus palabras comprobaban, por primera vez, la influencia de su mujer en una filmografía que ya ha adquirido la categoría de clásico.
Alma Reville fue guionista, editora y mujer para todo de su marido, un genio reconocido por todos los amantes del cine. Cuando ella misma murió, el crítico Charles Champlin la elogió con una frase memorable. "El toque Hitchcock tiene cuatro manos y dos eran de Alma", escribió en 'Los Angeles Times'. Pero ¿cómo aguantó Alma 59 años de su vida al lado de un hombre que se enamoró de muchas de sus actrices y al que algunos catalogaron como un misógino?
Casados desde 1926, Alma fue partícipe de una vida, la de su marido, dedicada al trabajo; una existencia en la que no hubo tiempo para los escándalos. Sin embargo, no son pocos los biógrafos que se han dedicado a buscarlos años después de la muerte de ambos. En su libro 'Las damas de Hitchcock', Donald Spoto narraba cómo era habitual que el director se obsesionase con las rubias que protagonizaban sus películas. Cuando Ingrid Bergman, a la que trató con mano de seda durante los rodajes de 'Recuerda' (1945), 'Encadenados' (1946) y 'Atormentada' (1949) se marchó a Italia para trabajar junto a Rossellini, del que también se enamoró, Hitchcock lo sintió como una traición personal.
Lo mismo le ocurrió, según Spoto, con Grace Kelly cuando se convirtió en princesa de Mónaco y abandonó las mieles de Hollywood y su trabajo como actriz. De hecho, el director insistió en recuperarla para 'Marnie la ladrona' a principios de los 60. Reacia a volver a trabajar, el británico tuvo que conformarse con Tippi Hedren, con la que también tuvo sus más y sus menos. Cuando rodaron 'Los pájaros' en 1963, la modelo y actriz se sintió maltratada y acosada sexualmente, pero tuvo que cerrar la boca. "Yo no podía renunciar y romper mi contrato: habría habido una demanda judicial; además, era una simple madre soltera con una hija de la que cuidar. Me habrían puesto en la lista negra y no habría vuelto a encontrar trabajo, de modo que tuve que aguantarme", dijo años después.
Al parecer, Alma vivía esa faceta enamoradiza de su marido como otra de sus obsesiones. En estos tiempos de corrección política y Me Too, Hitchcock habría sido acusado, probablemente, de abuso sexual y misoginia. Cuando en su famoso libro 'El cine según Hitchcock' François Truffaut le preguntó por qué elegía mujeres rubias para la mayoría de sus películas dijo, sin pensarlo, que siempre buscaba "mujeres de mundo, auténticas damas que saben transformarse en prostitutas en el dormitorio". No hace falta decir mucho más.
Parte de las obsesiones que Hitchcock manifestó en su cine radican en su propia vida. El sentimiento de culpabilidad, por ejemplo, era un rastro de su severa educación católica. En 1908, siendo apenas un niño, comenzó a asistir al St. Ignatius College, un colegio jesuita.
Tres años antes había vivido una anécdota que le marcaría para el resto de su vida. "Cuando tenía sólo seis años, hice algo que mi padre consideró que merecía un castigo. Me envió a la comisaría de policía con una nota. El agente de servicio la leyó y me encerró en una celda durante cinco minutos después de decirme: 'Esto es lo que les pasa a los niños malos", contó él mismo años más tarde. El tema del falso culpable impregnaría gran parte de su cine, desde 'Yo confieso' pasando por '39 escalones' o 'Con la muerte en los talones'. Sin embargo, mantuvo su fidelidad al catolicismo hasta el final de sus días. Los que le conocieron aseguran que era habitual verle a él y a Alma Reville yendo a misa todos los domingos. Cuando tuvieron a su hija Pat también le inculcaron una fe católica que, sin embargo, él cuestionó en muchas de sus películas.
En los últimos años de su vida, tuvo la suerte de ver cómo era reconocido por la crítica que años atrás solo lo consideraba un 'mago del suspense' comercial y sin valía. Alma estuvo a su lado para vivir ese redescubrimiento de su obra. Tambien compartió con él su época más frágil, ejemplificada en la anécdota que contaba un amigo sobre una misa que se celebró, por motivos de salud, en su propia casa. El 'mago del suspense' ya estaba demasiado mayor y achacoso. "Después de charlar un rato, todos cruzamos el cuarto de estar a través de un pasillo hasta su estudio, y allí, con su esposa Alma, celebramos la misa tranquilamente... Hitchcock había estado lejos de la Iglesia durante algún tiempo, y contestaba en latín, a la antigua usanza. Pero lo más significativo fue que después de recibir la comunión, lloró en silencio, las lágrimas le caían por sus enormes mejillas", contó.
El 29 de abril de 1980, a los 80 años, una insuficiencia renal acababa con su vida. Su genialidad, fruto de una vida tan singular como su oronda figura, todavía no ha sido superada.
"Si la hermosa señora Reville no hubiese aceptado un contrato vital como la señora de Alfred Hitchcock hace 53 años, el señor Hitchcock quizá estaría en este salón… Pero no estaría en esta mesa, sería uno de los camareros, de los lentos. Comparto este premio con ella, como he hecho mi vida". Palabra de don Alfredo. Cuando el 'mago del suspense' pronunció ese discurso, al recoger un galardón del American Film Institute por la totalidad de su carrera, no sabía que le quedaba un año de vida. Tampoco que muchos de los que escuchaban emocionados sus palabras comprobaban, por primera vez, la influencia de su mujer en una filmografía que ya ha adquirido la categoría de clásico.