Demi Moore o el renacimiento con 'sustancia' de una actriz palomitera: la cosificación sexual de una estrella millonaria
La actriz ha abierto un debate sobre por qué siempre se la consideró una actriz de cine comercial y poco más. Analizamos las gracias y desgracias de su carrera
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Decía Begoña Gómez Uzaiz, en un magnífico artículo de 'El País', que en estos tiempos ha habido una transición "de la fama absoluta a las muchas microfamas" y que esto "tiene que ver también con la pérdida de potencia del cine como arte aglutinador en la cultura popular". Y si hablamos de fama absoluta y planetaria (más allá de lo estrictamente cinematográfico), la de Demi Moore lo fue en los 90, cuando Kevin Costner, Leonardo DiCaprio o Brad Pitt eran conocidos por niños, niñas, tíos, abuelos y abuelas. Cuando, en definitiva, había estrellas con un target infinito. Quizá por eso el triunfo de Moore en los Globos de Oro tiene, como segunda lectura, la celebración de esa época ya pasada, cuando las microfamas no colapsaban los medios con influencers, jugadores de fútbol o youtubers.
"Estoy en estado de shock. Llevo mucho tiempo en esto, más de 45 años, y es la primera vez que gano algo como actriz, y me siento muy humilde y agradecida", dijo la protagonista de 'Ghost' la noche de los Globos de Oro. "Entendí que el reconocimiento no sería algo que se me permitiría tener, que podía hacer películas que tuvieran éxito, que ganaran mucho dinero, pero que no podía ser reconocida. Y me lo creí, y me lo creí, y eso me corroyó con el tiempo, hasta el punto de que hace unos años pensé que tal vez esto era todo", añadió, recordando que siempre fue considerada "una actriz palomitera".
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Resulta irónico que la 'resurrección' de Demi Moore se produzca por una película que también puede leerse como una broma interna sobre ella misma. La historia de una presentadora de un programa de aerobic que se ve desplazada por otra chica más joven, que recurre a un líquido inyectable para construir un alter ego juvenil de sí misma, se puede ver como la venganza de una actriz hacia la industria que la cosificó; la misma que la convirtió en un objeto sexual en cintas como 'Striptease' pagándole un dineral.
Un repaso a la carrera de Demi Moore cuestiona lo que dicen sobre que nadie se la ha tomado en serio. O, al menos, no en los Globos de Oro. Como dijo alguien en redes, nunca ha sido Meryl Streep pero tampoco Jayne Mansfield. Recordemos, por ejemplo, que una de las primeras películas de su carrera fue 'Lío en Río', donde la dirigía, nada más y nada menos, que el gran Stanley Donen. También está bien repasar que fue candidata al premio a la mejor actriz de comedia o musical por la mencionada 'Ghost'. Sus lágrimas al despedir definitivamente a su amado (y amigo en la vida real) Patrick Swayze en aquel título conmovieron a la Asociación de Críticos de la Prensa Extranjera en un ya lejano 1991. También ellos la tuvieron en cuenta al nominarla como secundaria por su presencia en el telefilme 'Si las paredes hablasen'.
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Pese a aquella bonita historia de amor del más allá, Demi Moore se convirtió en un símbolo de actriz comercial en los años que siguieron al taquillazo. Una de las constantes de sus entrevistas estos últimos meses ha sido el sueldo que cobró en aquellos años por ser esa mega star, cuando entre 'Striptease' y 'La teniente O’Neil' se le pagó un sueldo de 12'5 millones de dólares que la convirtió en la actriz mejor pagada del mundo. Es significativo que se la señalase (como a Elizabeth Taylor cuando cobró un millón por 'Cleopatra' a principios de los 60) más que a compañeros masculinos que cobraban mucho más.
Ella tiene bastante claro que había cierta inquina en lo de mirar con lupa su sueldo. "Con 'Striptease' fue como si hubiera traicionado a las mujeres, y con 'La teniente O’Neil' fue como si hubiera traicionado a los hombres. Lo interesante es que, cuando me convertí en la actriz mejor pagada, quisieron hundirme. No me lo tomo como algo personal. Creo que cualquiera que hubiera estado en la posición, que fue la primera en conseguir ese tipo de igualdad salarial probablemente, se habría llevado un golpe. Pero como hice una película que trataba del mundo del striptease y del cuerpo, me sentí muy avergonzada”, dijo el pasado otoño. El tema del que habla 'La Sustancia' (la cosificación del cuerpo femenino, la obsesión superficial por la eterna juventud) ha ayudado a que los periodistas planteasen el tema en esos junkets en los que la actriz de 62 años ha podido, por fin, expresarse. Aunque sea a toro pasado.
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Puede que, en tiempos de esas microfamas de las que hablábamos al principio, tanta atención (y tan prolongada) en una misma celebrity, suene extraña a los más jóvenes. Pero Demi Moore fue, de hecho, muy famosa. Tanto que aquella portada de 'Vanity Fair' en la que aparecía embarazada fue una de las más comentadas de toda la historia de la publicación. La estrella también tiene un punto de vista a posteriori de la reacción a aquellas fotografías: "No entendía por qué era para tanto, por qué había que ocultar a las mujeres cuando estaban embarazadas. ¿Por qué tenemos que negar que hemos tenido sexo? Ese es el miedo, verdad, que si enseñas la barriga, eso significa, oh, Dios mío, has tenido sexo", manifestó en otra entrevista.
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El cuento de la industria que usa y desecha a una actriz podría tenerla a ella como protagonista. Porque tras todos esos éxitos en los 90, la actriz hizo un cameo deluxe en 'Los ángeles de Charlie' y fue perdiendo fuelle. Llegaron los temidos 40 y, al no tener ese prestigio de las actrices con solera, a Demi Moore dejaron de llamarla para el cine. De hecho, aparecía más en los medios como ex de Bruce Willis o mostrando cómo lo apoyaba en los intríngulis de su enfermedad, que por sí misma.
¿Y qué hizo en todo ese tiempo hasta que llegó 'La Sustancia'? Su rutina, la de sus hijas y la de Willis, ex con el que se lleva a las mil maravillas, han estado muy presentes en su perfil de Instagram. También el anuncio de algún complemento alimenticio como Wonder Belly, del que es incluso accionista. Un papel en redes que es el mismo que le ha tocado a estrellas de su quinta como Michelle Pfeiffer.
La más que posible nominación al Oscar por 'La Sustancia' la colocará de nuevo en el foco. Y se volverá a hablar de lo que fue y de lo que es ahora; de su retorno como actriz y de su fuerza en la industria. La revisión de un icono noventero como el de Demi Moore, en la era post Me Too, es una oportunidad para plantearse muchas más preguntas más allá de ese 'efecto resurrección': sobre los prejuicios que tenemos sobre algunas figuras públicas y de lo que son capaces de hacer; sobre cómo ha cambiado la forma en la que vemos a las mujeres en los medios de comunicación o sobre por qué las estrellas globales empiezan a ser una cosa del pasado.
Decía Begoña Gómez Uzaiz, en un magnífico artículo de 'El País', que en estos tiempos ha habido una transición "de la fama absoluta a las muchas microfamas" y que esto "tiene que ver también con la pérdida de potencia del cine como arte aglutinador en la cultura popular". Y si hablamos de fama absoluta y planetaria (más allá de lo estrictamente cinematográfico), la de Demi Moore lo fue en los 90, cuando Kevin Costner, Leonardo DiCaprio o Brad Pitt eran conocidos por niños, niñas, tíos, abuelos y abuelas. Cuando, en definitiva, había estrellas con un target infinito. Quizá por eso el triunfo de Moore en los Globos de Oro tiene, como segunda lectura, la celebración de esa época ya pasada, cuando las microfamas no colapsaban los medios con influencers, jugadores de fútbol o youtubers.