‘Rita’ representa tu entrada triunfal al territorio de la dirección. ¿Recuerdas el instante —consciente o visceral— en que dejaste de querer interpretar historias ajenas y supiste que la tuya pedía ser contada?
Ese pensamiento me ha perseguido desde siempre, pero como mi trabajo en la interpretación ha sido tan intenso, nunca veía el momento para sentarme a escribir. Hasta que llegó el día y, en el mismo teléfono, esbocé una pequeña sinopsis. Ese fue el comienzo, hace unos ocho años.
Como amante del cine y del misterio, no debería preguntar esto, pero lo haré: ¿es Rita tu alter ego cinematográfico? ¿Dónde dialogan, sin palabras, aquella niña sevillana de los años 80 y esta mujer que filma desde las grietas y los márgenes?
En cada mirada, en cada pregunta, en cada suspiro. En los pies descalzos sobre la loza de granito, en el calor oscuro de una tarde de verano, entre las sábanas blancas tendidas. En la alegría del primer día de vacaciones. Rita y yo somos una, y lo más hermoso es que, a pesar de contar algo tan personal, la gente conecta de manera muy profunda en esos lugares comunes en los que nos podemos reconocer.




