Maria Serena Cappello, la mujer a la sombra de Mario Draghi: origen aristocrático y licenciada en Literatura

No todas las primeras damas necesitan salir en la foto para dejar su huella. Maria Serena Cappello, la esposa de Mario Draghi, lleva medio siglo ejerciendo el poder más eficaz: el que no se ve. Mientras su marido acapara titulares al recibir el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025, ella mantiene su sitio natural, ese lugar donde el ruido político se disuelve y solo queda la inteligencia tranquila.

Nacida en Padua el 28 de julio de 1947, Cappello pertenece a una de esas familias que el periodismo italiano llama “de nobleza difuminada”. Se la emparenta con los Cappello de Florencia, descendientes de Bianca Cappello, la mujer que enamoró a un Medici y terminó en los libros de historia. Serena, sin embargo, eligió otra clase de corte: la doméstica, la del pensamiento y la reserva. Licenciada en literatura inglesa, prefirió siempre las bibliotecas a los estrados.

Conoció a Mario Draghi en 1966, se casaron en 1973 y desde entonces viven una alianza de bajo perfil y alta solidez. Tienen dos hijos -Federica, investigadora en biotecnología, y Giacomo, financiero con carrera en Londres- y un hogar dividido entre Roma, donde residen en el barrio de Parioli, y Città della Pieve, el pueblo umbro donde se refugian de la prensa y las ceremonias. Ese rincón, entre colinas y viñedos, resume su filosofía: calma, método, permanencia.

De Serena hay pocas frases públicas, y quizá por eso cada una tiene valor de documento. En 2018, cuando un periodista le preguntó si su marido aspiraba al poder, ella respondió: “Mi marido no formará un Gobierno, no es un político". Draghi, con ironía seca, replicó: “Venga, cállate”, Esa escena, casi doméstica, dibuja mejor que cualquier biografía la relación entre ambos: él, tecnócrata de verbo controlado; ella, guardiana del silencio con licencia para interrumpir.

El hombre que salvó el euro

Ahora que el jurado del Premio Princesa de Asturias reconoce a Draghi por “su defensa de la integración europea y la cooperación internacional”, la figura de Serena reaparece, aunque sea de refilón. Porque detrás del tecnócrata que salvó el euro hay una mujer que ha entendido el poder como un equilibrio de fuerzas: mientras él habla con jefes de Estado, ella garantiza que la vida conserve sentido. En tiempos de exposición compulsiva, esa discreción tiene valor de rareza.

Su biografía, sin gestos grandilocuentes, encierra la mejor definición del prestigio: el que no se declama. Draghi la cita como “la persona más importante” de su vida, y en ese reconocimiento se intuye que buena parte de su estabilidad -y quizá de su éxito- procede de ella. No hay trofeos para ese trabajo, ni titulares, ni medallas. Pero sin ese contrapeso invisible, la maquinaria pública chirría.

Mientras el próximo 24 de octubre Oviedo se vista de gala para celebrar a Mario Draghi, nadie espera ver a Serena posar. Probablemente estará, discreta y vestida de neutralidad, a pocos pasos del escenario. Observando. Sosteniendo. Y recordándonos que a veces el verdadero poder no da discursos: los inspira.