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Fran Rivera no tiene el teléfono de Kiko, pero sí el de Ana Rosa
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Gema López

Malas Lenguas

Por
Gema López

Fran Rivera no tiene el teléfono de Kiko, pero sí el de Ana Rosa

Lo que no consiguen la vida, la familia o los amigos, termina consiguiéndolo la televisión. En la era catódica, donde cualquier famoso puede convertir su vida

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Lo que no consiguen la vida, la familia o los amigos, termina consiguiéndolo la televisión. En la era catódica, donde cualquier famoso puede convertir su vida en un ‘reality’, asistimos enganchados al inicio de una guerra entre hermanos y al sello de la paz en tan solo una semana. Da igual que haga meses que no se vean, que sus caminos fluyan por senderos separados o que ninguno de los dos ponga demasiado entusiasmo en las correrías del otro, porque en el fondo lo importante es quedar bien ante la señora que frente a la pantalla sufre con las desavenencias de los Rivera.

Todo empieza y termina bajo la luz de focos y con miles de taquígrafos expectantes. Basta con que Kiko Rivera afirme que su hermano Francisco no le ha invitado a la boda para que la maquinaria se ponga a funcionar, el torero se haga un ‘tour’ televisado y se ruegue un perdón público con el mismo fervor con que las madres de ambos rezaban a la Virgen del Rocío.

La gente en sus casas respira tranquila, la sangre no llegará al río. Lo que el gran público desconoce es que cuando las luces se apagan, todo se desvanece. Francisco solicitaba perdón, y Kiko aceptaba la disculpa pero, a pesar de las buenas intenciones, ninguno de los dos ha descolgado el teléfono para hablar. Una cosa son las intenciones televisadas y otra la realidad de una familia que nunca ha funcionado como tal. En el caso del torero es que no tenía el número, por eso tuvo que llamar a Ana Rosa, mediadora como nadie de conflictos emocionales (aunque a mi entender y para saciar el morbo que esta historia produce, mas emocionante hubiese sido que los hermanos hubiesen acudido al plató de Hay una cosa que te quiero decir), en el caso de Kiko, probablemente porque le resulte más sencillo pinchar (me refiero a los discos) que marcar el número de un hermano al que nunca ha podido tratar como tal.

La parilla televisiva se ha llenado, las audiencias se han disparado, los fantasmas se han desenterrado y el primo del amigo que pasaba por allí ha hecho caja a cuenta del testamento del malogrado Paquirri y de los tiras y aflojas de Carmina Ordoñez y la tonadillera Pantoja. Pero la vida sigue igual. Los trastos por los que se matan los hermanos, después de treinta años, siguen en Cantora, y la distancia entre Kiko y Francisco no se ha salvado. Eso sí, televisivamente todos hemos tenido un culebrón del que disfrutar.

Lo que no consiguen la vida, la familia o los amigos, termina consiguiéndolo la televisión. En la era catódica, donde cualquier famoso puede convertir su vida en un ‘reality’, asistimos enganchados al inicio de una guerra entre hermanos y al sello de la paz en tan solo una semana. Da igual que haga meses que no se vean, que sus caminos fluyan por senderos separados o que ninguno de los dos ponga demasiado entusiasmo en las correrías del otro, porque en el fondo lo importante es quedar bien ante la señora que frente a la pantalla sufre con las desavenencias de los Rivera.

Familia Kiko Rivera