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Cuando el cine es pura mecánica
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Cuando el cine es pura mecánica

En una cinta inolvidable de Preston Sturges, Los viajes de Sullivan, un director que quería conocer la Norteamérica profunda y trabajadora para reflejarla en su próxima

En una cinta inolvidable de Preston Sturges, Los viajes de Sullivan, un director que quería conocer la Norteamérica profunda y trabajadora para reflejarla en su próxima película, se disfrazaba de vagabundo y se echaba a los caminos para acabar descubriendo, tras unos cuantos palos vitales, que para conquistar al gran público no se necesitaba mucho, solo pequeños guiños como los que salían de una sencilla película de animación. Es algo que sucedía en cintas como Luces de ciudad: con un solo gesto, una mirada, una flor que se deshacía, Charlie Chaplin lograba desarmar al espectador. También en El maquinista de la general: Buster Keaton conquistaba con su cara de palo gracias a pequeños movimientos que valían su peso en oro. Bebiendo de estas fuentes del cine mudo, del cine que con la mínima expresión saca el máximo resultado, surge esta gran película de Pixar, una compañía que, a estas alturas, es sinónimo indiscutible de calidad.

Wall-E se inscribe como uno de sus trabajos más redondos, si no el que más, y lo hace con una de las historias de amor más tiernas y sensibles que se hayan podido ver en muchos años en la gran pantalla. Lo consigue, curiosamente, gracias a dos robots inolvidables. Sobre todo Wall-E, al que los humanos olvidan apagar cuando huyen a vivir al espacio después de llenar la tierra de basura. A la par que sigue desempeñando su función de convertir los desechos en bloques que se van acumulando, el robot va desarrollando una personalidad única que se despliega más que nunca cuando conoce –y se queda prendado hasta las tuercas- a EVA, una máquina ultrapreparada con una misión vital para el futuro de la humanidad.

Con cerca de 45 minutos sin diálogos, tan solo los sonidos que emite el robot, logra entusiasmar gracias a sus pequeños gestos y ocurrencias, a su manera de estimar lo que hay de valioso dentro de los desechos y a su peculiar relación con una cucaracha. Con la ilusión de sentir el amor propiciada por su obsesión con una vieja cinta de Hello Dolly, vivirá una fantástica aventura gracias a la llegada de EVA, a la que introduce con paciencia en su particular mundo. Con ella emprende un viaje cargado de escenas inolvidables, como sus carreritas amorosas por el espacio; y la cosa va in crescendo cuando llega a la nave que contiene lo que queda del ser humano, convertido en un engendro obeso, aniñado, conformista y anestesiado. En ese contexto el fime se llena de momentos soberbios gracias a criaturas robóticas como la del batallón de la limpieza, un secundario de lujo que ya quisieran para sí muchas películas.

Pero Wall-E conquista sobre todo gracias a su defensa de lo imperfecto y lo impredecible en una sociedad homogeneizada. Por ello no hay mejores cómplices que los robots rechazados por sus rarezas, todos ellos unidos para salvar al mundo de su alienante y conformista modo de conducirse. De esta manera, nos encontramos ante una de las mejores cosas que le ha podido pasar a la cartelera actual. Un ejercicio sintético que hace fácil lo difícil, que demuestra que en el cine, quizá, todo está inventado, pero sólo hay que saber recogerlo y plasmarlo con sencillez. Definitivamente inolvidable.

LO MEJOR: La personalidad de Wall E.

LO PEOR: Pierde un poco de fuelle cuando aparecen los humanos.

Criterio de valoración:
Obra maestra.
Muy buena.
Buena.
Interesante.
Regular.
Mala.

En una cinta inolvidable de Preston Sturges, Los viajes de Sullivan, un director que quería conocer la Norteamérica profunda y trabajadora para reflejarla en su próxima película, se disfrazaba de vagabundo y se echaba a los caminos para acabar descubriendo, tras unos cuantos palos vitales, que para conquistar al gran público no se necesitaba mucho, solo pequeños guiños como los que salían de una sencilla película de animación. Es algo que sucedía en cintas como Luces de ciudad: con un solo gesto, una mirada, una flor que se deshacía, Charlie Chaplin lograba desarmar al espectador. También en El maquinista de la general: Buster Keaton conquistaba con su cara de palo gracias a pequeños movimientos que valían su peso en oro. Bebiendo de estas fuentes del cine mudo, del cine que con la mínima expresión saca el máximo resultado, surge esta gran película de Pixar, una compañía que, a estas alturas, es sinónimo indiscutible de calidad.