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La fracasada redención de Gordon Gekko: de 'tiburón' sin escrúpulos a gatito de Angora
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La fracasada redención de Gordon Gekko: de 'tiburón' sin escrúpulos a gatito de Angora

Si Oliver Stone pretendía condenar algo parecido a la plutocracia en su primer acercamiento pedagógico a la zona cero de la avaricia, probablemente consiguió el efecto

Si Oliver Stone pretendía condenar algo parecido a la plutocracia en su primer acercamiento pedagógico a la zona cero de la avaricia, probablemente consiguió el efecto contrario. Toda una generación de yuppies heridos encontraron en el protagonista de Wall Street y en su máxima metafísica -“la codicia es buena”- el leitmotiv de la regeneración del maltrecho ego capitalista, tras la crisis de los ochenta. Si algún mérito hay que reconocer a aquella película, por lo demás algo sobrevalorada e inocua en su supuestamente trascendental subtexto, es la capacidad del realizador para hacer atractivo y fascinante a un tipo ciertamente despreciable, Gordon Gekko; una especie de Vito Corleone de los negocios, al que también se le perdonarían todos los cadáveres -en este caso financieros- que quisiera dejar a su paso.

LO PEOR: Un final que podría estar perfectamente escrito por cualquier productor capitalista de Hollywood. Pero... “Todos tenemos nuestras contradicciones”. ¿Verdad, Oliver?

Más en twitter.com/NachoGay

Si Oliver Stone pretendía condenar algo parecido a la plutocracia en su primer acercamiento pedagógico a la zona cero de la avaricia, probablemente consiguió el efecto contrario. Toda una generación de yuppies heridos encontraron en el protagonista de Wall Street y en su máxima metafísica -“la codicia es buena”- el leitmotiv de la regeneración del maltrecho ego capitalista, tras la crisis de los ochenta. Si algún mérito hay que reconocer a aquella película, por lo demás algo sobrevalorada e inocua en su supuestamente trascendental subtexto, es la capacidad del realizador para hacer atractivo y fascinante a un tipo ciertamente despreciable, Gordon Gekko; una especie de Vito Corleone de los negocios, al que también se le perdonarían todos los cadáveres -en este caso financieros- que quisiera dejar a su paso.