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Arrogante, injusto e insuperable. Por qué Mbappé está fuera del control de la moral
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Ángel del Riego

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Arrogante, injusto e insuperable. Por qué Mbappé está fuera del control de la moral

Mbappé tiene, una vez más, la oportunidad de acudir al equipo de sus sueños. Un cometa que pasa cada año más cerca... ¿Debe el madridista perdonar a los que no creyeron?

Foto: Mbappé celebra un tanto con el PSG. (Reuters/Stephane Mahe)
Mbappé celebra un tanto con el PSG. (Reuters/Stephane Mahe)

Lo que le enseñan al niño en las escuelas del fútbol es que juegue fácil, que no se complique. Pase, control, toco y me voy. Triangulación como de parvulitos y todos juntos edificando una catedral de juguete. Son los tiempos modernos, repletos de pedagogía, donde la libertad salvaje, egoísta y terrible del hombre ha dejado de estar permitida.

La libertad la cantaban los antiguos, pero los antiguos están muertos.

Nos queda el fútbol, no del todo un deporte, y menos mal, porque dicen que el deporte es bueno para la salud física y mental, aunque cuando se observa detenidamente a esas gentes que pasean ordenadas y silenciosas por las zonas destinadas a ese uso, la impresión es que al fin la raza humana ha conseguido llegar al confín del universo conocido: ese lugar donde impera el vacío, la nada, y que limita con lo que no es.

Pero Kylian Mbappé sí es. Surge como una explosión en medio de un partido y arrastra todo lo que tiene a su alrededor como si una mano gigantesca hubiera inclinado el césped hacia la portería. Desde que nació para el fútbol en el Mónaco, tiene esa característica irritante de los genios. Está fuera de las cosas. Fuera de la moral. Es un animal puro, egoísta y caprichoso y no va a perder el tiempo haciéndose perdonar. Hace lo que los niños en la calle: coge el balón y no se lo pasa ni a su padre. No ha perdido ese resplandor de la niñez que se busca enjaular en la escuela, en la academia, especialmente en España, con un código moral implantado durante siglos.

Foto: Mbappé celebra un gol en un partido del PSG. (ZUMA/Matthieu Mirville)

No nació futbolista, nació estrella. Un trozo de materia primigenia que se dirige increíblemente recta hacia el núcleo de nuestros sueños. Y ahí late un problema. De aquella bestia voraz que vimos en el Mónaco al Mbappé actual, hay escasa evolución.

Mbappé llegó como un cometa al imaginario madridista. Una imagen fácil de asimilar: recordaba al primer Ronaldo en gestos y en el pavor que provocaba. Quieto en el área como los depredadores en los documentales, en un segundo, daba la vuelta a la pantalla y cazaba la presa con una limpieza quirúrgica. Había que ver la jugada repetida para comprobar lo que había pasado: bicicleta y tiro cruzado. Gol y punto final.

Incluso partiendo de lo estático, parecía vivir en un contraataque perpetuo. Pero su amague no era poético, era automático como el de Cristiano y su imaginación limitaba con los márgenes del campo; no excavaba túneles secretos ni hacía sortilegios a la luna. Era cruel como una nación desconocida. Rápido como una descarga. Frío como todo lo que se odia.

placeholder Mbappé, en el Mónaco. (Reuters/Eric Gaillard)
Mbappé, en el Mónaco. (Reuters/Eric Gaillard)

Año 2017. El Madrid no se reconocía más que a sí mismo. Solo un Messi desdibujado escapaba del imaginario blanco. Todos los títulos y todos los jugadores, estaban varados en las cercanías del Bernabéu. Era uno de esos momentos en los que cada partido blanco parece una profecía y el resto del fútbol, un conjunto de penitentes que miran hacia arriba escrutando los cielos esperando una señal. Pero Mbappé no parecía esa señal, de hecho iba directo a ser el nuevo fichaje del Madrid. Había algo en su sonrisa y en su pasión impersonal al meter los goles, que le hacía acreedor de aquel estereotipo: "Ha nacido para jugar en el Madrid".

Pero no. Escogió el Paris Saint Germain. Las más altas autoridades francesas lo empujaron hacia París. Apenas 180 millones en la etiqueta del precio. Y el madridismo quedó ligeramente herido, doliéndose de un miembro amputado que nunca tuvo. Oh, esa ausencia, Kylian. Vuelve al lugar de tus sueños, al lugar de todos los sueños, el Santiago Bernabéu.

Esos pensamientos, que son los del hincha madridista, se iban haciendo grandes y esponjosos cada verano siguiente. Porque cada verano sería el verano de Mbappé. En el club no se decía ni mu, eran los medios los que jugaban con ese subconsciente madridista, todo ilusión y deseo, que Florentino despertó con los galácticos.

¿Cómo era el juego de aquel chaval despreocupado?

Aparecía por cualquier lado del campo rival a velocidad supersónica. Y esa velocidad le descoyuntaba algunos controles, algunos pases. Esos son defectos de la adolescencia, pero lo fundamental lo poseía en cantidades industriales: el gol como instinto, el físico como castigo, la voracidad como un sentido musical, esa tranquilidad pasmosa de los que caminan sobre la tormenta.

Mbappé lleva muchos años en el PSG. Tantos años y ninguna huella en el fútbol europeo. Toda su memoria está en dos mundiales apoteósicos, 2018 y 2022, donde jugó como un bárbaro de los que ciegan a los soldados enemigos.

En el PSG llegó a la vez que Neymar. Un malabarista que se alimenta de la pelota. Un genio enamorado de sí mismo, que se mira mientras conduce el balón y agota la posibilidad de la jugada. Mbappé esperaba como si fuera un animal castrado. Al principio fascinado con el talento del brasileño, intentó imitarle. Pero el juego de fintas y amagues del francés solo tiene sentido en la depredación del espacio y con la promesa del gol. Neymar convierte cada jugada en un circo, con espectadores, trucos de magia y rivales burlados.

Foto: Mbappé celebra su gol ante la Real Sociedad. (Jean Catuffe/DPPI/AFP7)

Estropea la limpieza que necesita Kylian, que solo pide lo simple para desencadenar lo terrible. Son dos jugadores hechos para diferentes mares. Solo cuando Neymar la suelta en el momento preciso, Mbappé se desencadena y ocurre el terremoto con el golazo de fondo que es lo que todos estamos esperando. Y así el juego del PSG era extraño e indeciso porque sus dos grandes figuras habitaban espacios separados. A pesar del voluptuoso talento de Neymar, la amenaza que latía siempre era la de Kylian. Eso modifica el juego, lo curva y lo pervierte. Y fue eso lo que aprovechó de forma perfecta Deschamps en la selección gala.

"A causa de nuestros pecados, naciones desconocidas llegaron. Nadie conoce su origen o de dónde vienen, ni qué religión practican. Solo lo sabe Dios, y quizás hombres sabios que aprendieron en los libros".

Mundial 2018

Mbappé se desencadena contra Argentina y rompe el fútbol por la mitad. Llena de un plumazo la sombra que se había ido dibujando.

Los bleu ganan el campeonato desde una simplicidad absurda. Una roca en el centro, Pogba disparando señales de peligro desde el medio campo, Griezmann tejiendo una malla con un juego minimalista y toda la amplitud del mundo, terreno del depredador: Kylian. Ese partido contra la albiceleste. Una jugada donde atraviesa al equipo sudamericano de punta a cabo como Maradona hizo con los ingleses. Donde en uno había melodía, en el otro hay percusión. Donde uno pone el genio, el otro, la mirada impasible del velocista. Hubo otro gol que también define a Mbappé: en un embrollo en el área, se apodera del balón y se hace un espacio con un movimiento más allá de la percepción del ojo humano. Al instante la cruza con violencia.

Cómo la pega el chico. La siente, la revienta, la cruza, la pone en la escuadra. Sus goles no son pases a la red, son proyecciones de un maníaco. Velocidad y pegada. Voracidad y destrucción. Es casi un desafío a las normas de la casa del fútbol español. Quizás por eso, el madridista le ha perdonado todos los desplantes y sigue persignándose ante su nombre.

placeholder Mbappé y Lucas Hernández celebran el Mundial 2018. (EFE)
Mbappé y Lucas Hernández celebran el Mundial 2018. (EFE)

Cuatro años después llega el mundial en el desierto. El jugador es el mismo y a la vez, ha cambiado. Selecciona más sus apariciones y su capacidad técnica se acerca a la perfección. Ha mejorado sus controles, pero nunca serán poéticos. Hay que saber que él es un geómetra, no un esteta. Da igual donde tenga la pelota. Todos rezan. El hábitat del depredador es el carril izquierdo, pero en cuestión de milisegundos aparece en varias zonas de remate a la vez. No lleva imantada la pelota, pero no hay posibilidad de acercarse a ella. Le falta esa finura en el área que parece venir del hambre y de la calle, pero da igual: es una sombra que planea sobre todas las jugadas de Francia y nada se puede hacer. Es la naturaleza desatada entrando por todos los rincones. Lo que queremos ver en el Mundial. Lo que deseamos ser en nuestra vida. Esos segundos de temblor. Y el estallido.

Sus números, 40 goles 20 asistencias por temporada; lo ponen muy arriba. Su amenaza ha sido pocas veces igualada. Su aura es superior a cualquiera que no haya ganado el balón de oro. Sus paredes de una precisión exasperante y sus remates cada vez más crueles. ¿Y qué le falta, entonces?

Le falta imaginación para ser aquel Ronaldo que muchos habían pensado, pero a cambio su juego es a ratos pura geometría pensante. Mbappé fluye por el ataque y abre las puertas con antelación a la jugada. Sabe lo que hace y lo plasma de manera cerebral y arrebatadora. Le gusta demasiado entrar por el pico izquierdo del área, desde donde domina todos los amagues y pone el balón en el sitio que desea (muchas veces en el palo corto, señal de gran clase). Pero para convertirse en ese tipo de genio tiránico que marca una época, le falta dominar el carril central. Llegar como un demonio por dentro y ponerla con dulzura fuera del alcance del portero. Desde donde Cristiano mató tres Champions seguidas para el Madrid.

Foto: Joselu, goleador del Madrid, se lamenta de una ocasión. (EFE/J.J Guillén)

No estamos hablando de Mbappé. Estamos hablando de Mbappé en el Real Madrid. Y por ese pico izquierdo también entra Vinícius y Rodrygo, incluso Bellingham se pone juguetón. Uno encima del otro, será una nueva táctica a explorar. El campo de juego a veces es grande, a veces se hace enorme, pero con estos jugadores será minúsculo porque consiguen doblegar sin esfuerzo el espacio y el tiempo.

La eliminatoria de 2022

En la ida, Mbappé marcó un gol que fue una rúbrica de su carrera. En el último minuto, colándose como un salvaje por un lateral de la defensa del Madrid, crucifica a Courtois con un disparo purísimo donde late la rabia y la belleza. Esas cualidades que les exigimos a los déspotas y a los delanteros blancos. Los madridistas quedan a la vez fascinados y rotos. Esperan con morbo la vuelta, el tormento de ver a Mbappé derribando el Bernabéu.

Durante 70 minutos, Kylian es la tormenta, es quien tiene la palabra y la arroja contra la portería blanca. Mete dos goles (aunque uno se le anula); es un depredador jugando con su presa antes de matarla.

Foto: Mbappé celebra un gol en un partido del PSG. (ZUMA/Matthieu Mirville)

Luego llega todo lo que ya ha sido contado. Karim y Modric, la erupción de lava del Bernabéu y el PSG convertido en estatuas de sal. Mbappé, también. No estuvo por encima del partido, como tantas veces, tantos ídolos blancos. Es lo que le falta. Con viento a favor, destructor de mundos. Pero nunca le hemos visto elevarse contra su destino y saltar al otro lado para arrastrar consigo la victoria.

Mbappé es arrogante y mantiene siempre una distancia con los partidos, como si el fútbol fuera solo una de sus pasiones y no la más importante. No juega con desgarro ni desesperación. Quizá sea demasiado cerebral. Pero todo esto son pequeños reparos. Lo queremos ver junto a Vinícius, lanzado hacia lo salvaje en una reedición futurista del mito de los galácticos. Queremos un equipo disparatado, tan desequilibrado como el mundo y tan injusto como la vida.

Otra vez, Mbappé.

Lo que le enseñan al niño en las escuelas del fútbol es que juegue fácil, que no se complique. Pase, control, toco y me voy. Triangulación como de parvulitos y todos juntos edificando una catedral de juguete. Son los tiempos modernos, repletos de pedagogía, donde la libertad salvaje, egoísta y terrible del hombre ha dejado de estar permitida.

Real Madrid
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