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Sobre libros de cocina y sus abnegados colaboradores
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RESTAURANTE

Sobre libros de cocina y sus abnegados colaboradores

Hubo un tiempo, más o menos coincidente con los inicios de la transición política española, en el que se pusieron de moda los libros firmados

Hubo un tiempo, más o menos coincidente con los inicios de la transición política española, en el que se pusieron de moda los libros firmados por uno o dos ciudadanos y escritos, sin embargo, por otros muchos; los 'autores' se limitaban a enviar un cuestionario a un número más o menos elevado de personas y, si el volumen de contestaciones lo permitía, las publicaban como libro firmado por los remitentes.

Eso lo hizo, que yo recuerde ahora, hasta Gironella; es de suponer que fue él quien cobró los derechos de autor, y no los 'cien españoles' que contestaron a su pregunta de qué opinaban de Franco o qué pensaban de Dios. Y todo eso en tiempos en los que nadie imaginaba la posibilidad de internet, lo que tiene más mérito: correo postal puro y duro.

Uno pensaría que con la llegada de la 'red de redes' proliferarían estos libros, estos ejemplos de ley del mínimo esfuerzo y de aprovechamiento de la buena voluntad ajena. No ha sido así, al menos que uno sepa... salvo en un campo muy concreto: los libros de cocina. El asunto puede parecer complejo, pero no lo es tanto. Para nada.

La cosa viene siendo así: a alguien se le ocurre que sería interesante que alguien le financie un libro sobre cualquier asunto gastronómico. Primero, por supuesto, se busca la financiación, que no están los tiempos para fiarse de las liquidaciones de derechos de las editoriales. Una vez conseguidas las perras, viene lo peor: hay que escribir el libro. No pasa nada; en un libro de cocina, lo que 'vende' son las recetas, por supuesto con muy buenas fotografías.

Lo del fotógrafo no tiene solución fácil: hay que contratar a uno, y los especialistas en el tema culinario suelen cotizarse alto. Otra cosa son... las recetas. ¿Que cómo se consiguen? Fácil: se llama a unos cuantos cocineros y se les piden. No suelen negarse. Una, porque quien se lo pide suele estar en este mundo del periodismo gastronómico, e incluso quizá goza de una sección en un periódico importante y, claro, puede hacer pupa si no se le da todo hecho. Que el 'autor' se aproveche de esa circunstancia es una cosa éticamente penosa, pero sucede así.

Otra, porque a nuestros cocineros les ha entrado el afán de estar en todas partes, en todos los medios, en todos los soportes, de modo que por qué no van a estar también en el libro del crítico Fulanítez. La cosa no tiene demasiada importancia cuando a cada chef se le pide una receta, si acaso dos; pero los hay que exigen -ésa es otra- veinte, o treinta, o cuarenta recetas de cada cocinero. Y son tan... califíquenlos ustedes mismos, que se las dan. Y tomen el verbo 'dar' en sentido literal, es decir, sin ninguna contraprestación económica.

Premios a cambio de buenas críticas

Después suele suceder que al libro le da alguien algún premio -¿habrá libros de recetas que no tengan algún premio por ahí adelante o por la sencilla razón de 'hoy te premio yo a ti para que mañana me premies tú a mí?- y la gloria no es para sus autores reales -los cocineros-, sino para los meros compiladores.

Luego, por detrás, los cocineros se quejan. Vaya si se quejan. Que "qué se habrá creído este tío", que "nunca más", que... Que nada: a los cinco días aparece el vampiro literario en cuestión por la puerta de su restaurante y no vean ustedes la alfombra roja, las reverencias y las toneladas de peloteo que surgen como por ensalmo.

Hombre, hay que decir un par de cosas. La primera, que esos libros de recetas de lujo -e impracticables en casa, todo hay que decirlo- con fotos de galería son carísimos y no se los compra nadie, salvo organismos más o menos oficiales; y la segunda, que si tenemos en cuenta que los libros que publican casi todos los cocineros -el 'casi' viene a que hay algunos que los escriben ellos y los escriben bien- están escritos, pero no firmados, por periodistas gastronómicos que se prestan a la condición de 'negro', tampoco es para escandalizarse que los libros de algunos periodistas gastronómicos estén en realidad hechos por cocineros.

La diferencia es que los 'negros' cobran, y los cocineros que dan recetas, generalmente, no... aunque tengan que perder tiempo y materia prima elaborando esas recetas para que les hagan las fotos. Pero... cualquiera se arriesga a tener una mala crítica en un medio de difusión nacional por una tontería de éstas.

Y así vamos tirando, quiero decir tirando por la borda el prestigio de una profesión que tuvo sus mejores representantes en quienes escribieron al servicio de la divulgación y formación gastronómicas, desde el anterior Conde de los Andes a Néstor Luján o 'Punto y Coma', mientras que ahora lo que abunda más son 'periodistas' que han puesto la gastronomía al servicio de su cuenta corriente. Y, miren ustedes, no es lo mismo.

Hubo un tiempo, más o menos coincidente con los inicios de la transición política española, en el que se pusieron de moda los libros firmados por uno o dos ciudadanos y escritos, sin embargo, por otros muchos; los 'autores' se limitaban a enviar un cuestionario a un número más o menos elevado de personas y, si el volumen de contestaciones lo permitía, las publicaban como libro firmado por los remitentes.