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Ansorena, el joyero de las reinas de España
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Ansorena, el joyero de las reinas de España

Celestino de Ansorena y Alejandre dejó su Vitoria natal a finales de la década de los treinta del siglo XIX con el encargo de supervisar los

Foto: Ansorena, el joyero de las reinas de España
Ansorena, el joyero de las reinas de España

Celestino de Ansorena y Alejandre dejó su Vitoria natal a finales de la década de los treinta del siglo XIX con el encargo de supervisar los negocios familiares en Madrid. En un local de la segunda planta de la esquina de la Carrera de San Jerónimo con la calle de Espoz y Mina, conocida entonces como la Angosta de Majaderitos o simplemente como la calle de los joyeros, Ansorena creó un taller que pronto se convirtió en uno de los principales de la ciudad. Sus recuerdos están vinculados en forma de tiaras, coronas, collares o pitilleras al fin de un tiempo, el de la Corte, que en España tuvo una duración histórica mayor que en otros lugares de Europa.

Ansorena continúa, más de siglo y medio después, siendo una de las joyerías más significadas de Madrid. El lanzamiento de su última colección, Ars, con líneas orgullosamente modernas que no renuncian al estilo sobrio que ha caracterizado la casa, demuestra la pasión por el oficio de una saga que ya cuenta con cuatro generaciones de profesionales. Su presentación, que se realiza esta semana en Madrid, es también el momento perfecto para hacer un repaso a la historia de esta maison, la más importante de su época que continúa abierta.

No se puede decir que en la historia de Ansorena haya habido un ‘antes y después’ de algún momento concreto que marcara su historia. En todo caso serían muchos los instantes; las obras que, una vez creadas, han pasado a formar parte de la historia por motivos propios. El primero, quizás, marcó también el nacimiento de la propia casa. Fue el encargo, realizado por la reina Isabel II, de elaborar una tiara para el papa Pío XIX. Ansorena la elaboró, en colaboración con Pizzala, usando en su construcción 6.800 brillantes de 660 quilates de peso -24 de ellos de un quilate- 160 esmeraldas, otros 160 rubíes, 96 perlas y oro.

El comercio favorito de Isabel II

A partir de entonces, el vasco se convirtió en el joyero favorito de la monarca, que no dejaba pasar más de un mes sin acercarse a su taller para conocer las últimas novedades: un collar de perlas con broche de brillantes y esmeraldas de 20.000 reales; o brazaletes, relojes, aderezos, pulseras y cigarreras para regalar en los viajes oficiales. Ansorena, que ya se había convertido en un personaje popular en la Villa y Corte, realizaba todas estas piezas, pero también utilizaba su local como almacén para ciertas marcas y firmas de las capitales europeas, de modo que la reina podía hacer compras como si estuviera en París sin necesidad de cruzar el Manzanares.

El joyero estaba profundamente ligado a la monarquía española. No es de extrañar, por tanto, que en el momento de la restauración tras la I República le fueran encargados diversos elementos, o que la mayoría de las piezas lucidas en la boda del joven Alfonso XII provinieran de su taller. Algunas de ellas se convirtieron en las favoritas de la efímera reina María de las Mercedes, entre ellas una diadema que le había regalado la Infanta Isabel y que fue de las pocas que lució en sus escasos retratos oficiales.

La muerte de la mujer del monarca tiñó de luto la Corte y dejó un poso de tristeza en el la casa del rey; una sensación de pesadumbre que los acontecimientos políticos no sólo no ayudaron a olvidar, sino que contribuyeron a acentuar. En esta misma época, la casa cambió su sede temporalmente a la cercana calle de la Victoria, ya que el edificio de Espoz y Mina fue derribado para levantar el que hoy se yergue en esa esquina. Cuando estuvo reconstruido la joyería volvió a su ubicación original, que ya no abandonaría hasta después de la Guerra Civil. La regente María Cristina seguía visitando la tienda para comprar regalos institucionales, sortijas o presentes para diversos invitados.

Los regalos de Alfonso XIII

Celestino de Ansorena falleció en 1897, aunque sus sucesores continuaron el negocio y de hecho en 1912 recibieron el reconocimiento como Proveedores de la Real Casa. Entre las piezas de la época destacan alfileres de herradura de perlas y brillantes y collares de piedras preciosas, como el de zafiros y brillantes que probablemente lució la reina María Cristina en la boda de la princesa de Asturias, María de las Mercedes. Alfonso XIII también se distinguía realizando presentes, y con motivo de su boda encargó a Ansorena varios obsequios para el cardenal oficiante y para el ministro de Gracia y Justicia, notario mayor del reino. De ese mismo tiempo data la espectacular corona de la Virgen del Pilar, realizada en sólo 44 días.

El monarca encargó a Ansorena la elaboración de varias joyas para su prometida, como un collar de gruesas perlas, un colgante de brillantes con la perla Peregrina o una diadema de brillantes que ha pasado a la historia como la de las flores de lis, a juego con un collar de diamantes montados a la rusa sobre platino conocido como el de Chatones y que Alfonso XIII se encargaba de ampliar cada año regalando nuevos brillantes a su esposa. Muchas de estas piezas siguen siendo utilizadas por los miembros de la familia real hoy en día.

La instauración de la República, la posterior Guerra Civil y los 40 años de dictadura convirtieron separaron a la familia real de sus joyeros de cabecera. Durante el enfrentamiento fraticida se perdió la memoria de la firma, ya que muchos documentos fueron destruidos, y a su término la casa se trasladó al antiguo local del salón de té Bakany de la calle de Alcalá. Ansorena se mantuvo fiel a su tradición como joyería minorista, realizando a mano más del 80% de sus piezas, y en los años 70 abrió un salón de subastas de antigüedades y una galería de arte en el mismo local que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los más importantes centros del comercio de antigüedades de Madrid.

Celestino de Ansorena y Alejandre dejó su Vitoria natal a finales de la década de los treinta del siglo XIX con el encargo de supervisar los negocios familiares en Madrid. En un local de la segunda planta de la esquina de la Carrera de San Jerónimo con la calle de Espoz y Mina, conocida entonces como la Angosta de Majaderitos o simplemente como la calle de los joyeros, Ansorena creó un taller que pronto se convirtió en uno de los principales de la ciudad. Sus recuerdos están vinculados en forma de tiaras, coronas, collares o pitilleras al fin de un tiempo, el de la Corte, que en España tuvo una duración histórica mayor que en otros lugares de Europa.