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Dos hombres y un reino llamado Barataria
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EN EL DIVÁN

Dos hombres y un reino llamado Barataria

Hay algo de esa viñeta de El Quijote en que el Vizcaíno y Don Quijote blanden en lo alto sus armas, a punto de darse de

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Dos hombres y un reino llamado Barataria

Hay algo de esa viñeta de El Quijote en que el Vizcaíno y Don Quijote blanden en lo alto sus armas, a punto de darse de mamporros en esto de que Rajoy y Zapatero se reúnan y hablen tan tranquilitos de sus cosas y nos dejen con este sin vivir toda una semana hasta ver quién decide la prensa que cayó a pies de quién.

Aunque a una mitad de la audiencia no le haya gustado Zapatero y a la otra le haya disgustado Rajoy, aunque los defensores de uno y otro hayan aguardado el espectáculo porque es por método de eliminatoria y no de liga, tengo que confesar que me siento muy identificado con Manuel Campo Vidal y que debemos ser de las pocas personas que hemos visto en lo que ha venido ocurriendo estas dos semanas un bonito brindis a la libertad y a la democracia, un excelente debate y una contribución de gran peso a la historia de la humanidad. Tanto, que ni él ni yo asistimos al partido de “vuelta”. Extasiados por tanta belleza será que no queríamos arriesgarnos a ver nada más sublime.

A cualquiera, que no a nosotros, le habría espantado esa mala imitación del dúo Pimpinela en que un enjuto Don Quijote con ojos de acento circunflejo y al que no llegaba el cuello a la armadura se defendía de un Sancho Panza edéntulo, que pareciera intentar retener una dentadura postiza recién tragada, y reclamar el gobierno de esta ínsula Barataria de “pobres desgraciaos” a los que no se nos puede hablar ni de macroeconomía ni de bonobuses ni de nada, si acaso de pan, patatas y pollo que es de lo que quieren que nos atiborremos bien. A mí, por el contrario, semejante acochinamiento en las zahúrdas de lo cotidiano me produjo un infinito sentimiento de gratitud hacia estos próceres de la patria, capaces de atracar en esa cochiquera de telespectadores extasiados que es mi cuarto de estar y salir por la puerta grande.

Señores, antes de criticar que Rajoy leyese su argumentación introductoria y su sicalíptico cuento final del primer encuentro deberíamos identificar tal hecho como su interés por transmitirnos con exactitud lo que otras personas piensan en su partido, agradecerlo cual constatación pública de su proverbial capacidad como lector y rapsoda, y encomiar su inenarrable lirismo plasmado en lo sutil que colorea sus gráficos de barras. ¿Acaso es malo que tamaña sensibilidad en quien aspira a ser presidente del Gobierno le haga sentirse intimidado por una cámara y no sepa bien adónde y a quién mirar? No será que algunos albergan el indecente propósito de hacer de La Moncloa un lupanar, y del ilustre gallego un Sarkozy cualquiera. He de afirmar aquí con contundencia que sobre nuestro cadáver una primera dama a lo Carla Bruni, a nosotros que nos den Anas Botellas, que ellos saben es lo que nos va.

Personalmente también me hizo sentir confiado la primera de las tardes que el presidente del Gobierno me desease buena suerte y demostrase que no tiene ninguna obligación de contestar las preguntas que se le hacen, pues para eso es el presidente. Estuvo a punto de estropear esta proyección de su determinación expresando su dolor por cuatro víctimas de nada. Por fortuna lo enmendó comparándolas con las cuarenta de otras legislaturas, mediante lo que nos facultó para tener una idea de dimensionalidad. Pero si he de rescatar lo que me terminó de convencer de su aplomo de prohombre fue que saliese del debate tan ufano como Pinocho, reconciliado con su conciencia, mientras Pepito Grillo enviaba y recibía SMS triunfales (permítanme decir que nunca creí que dicho animal fuese blanco ni que supiese utilizar el móvil, perdonen la ignorancia).

Zapatero y Rajoy politiquean para los que debaten, para los que como yo no tenemos donde caernos muertos. Si en juicio salomónico hubiesen de repartirse España, los dos actuarían como madres verdaderas, renunciarían a dividirnos en pos del bien común. Por eso a mí el segundo round me sobró, del primero ya extraje que andamos en buenas manos. Bastante contentos teníamos que estar, ni ellos se merecen menos, ni nosotros más.

*Javier Sánchez es psiquiatra.

Hay algo de esa viñeta de El Quijote en que el Vizcaíno y Don Quijote blanden en lo alto sus armas, a punto de darse de mamporros en esto de que Rajoy y Zapatero se reúnan y hablen tan tranquilitos de sus cosas y nos dejen con este sin vivir toda una semana hasta ver quién decide la prensa que cayó a pies de quién.