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Vigorexia, el culto al cuerpo inculto
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EN EL DIVÁN

Vigorexia, el culto al cuerpo inculto

Hubo un tiempo en que malos boticarios, charlatanes y cirujanos prescribían potingues, emplastos y liposucciones. Prometían hacer adelgazar o dotar al cuerpo de la firmeza y

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Vigorexia, el culto al cuerpo inculto

Hubo un tiempo en que malos boticarios, charlatanes y cirujanos prescribían potingues, emplastos y liposucciones. Prometían hacer adelgazar o dotar al cuerpo de la firmeza y belleza arruinada a través de ese camino de perdición y sin buen retorno que es el esófago. Tal vez usted llegó a vivir tales tiempos y le parezca que no son cosa del pasado, incluso creerá haber oído que a su preocupación subyacía el interés por la salud.

Entendiendo que las fanegas asentadas en las cachas están allí para quedarse y uno con cada dieta milagro no hace sino alimentar el fuego con que la grasa quema sus naves, podría preguntarse a qué vienen estos ímprobos esfuerzos por no parecer el tragaldabas que uno es, pretender la esbeltez que no se llegará a tener y convertirse en adalid de este fascismo de la estética que lo domina todo.

Lo único claro es que después del complejo proceso evolutivo que nos llevó de la sombra de las ramas a los libros, nos arrastra hoy una marea involutiva. Su flujo, guste o no, nos devuelve y da con nuestros huesos en esa selva artificial de bancos de pesas, máquinas andadoras, stepping y demás artilugios diseñados más para suplicio de un Sísifo que para buenas gentes. Y es que hay mucho de patológico e insalubre en semejante mercadeo de anabolizantes, tira y afloja, dietas hiperproteicas, y alimentos vitaminados y supermineralizados. Agresividad patológica, disminución del deseo sexual, episodios de violencia impulsiva, depresión y crisis maniacas, caracterizan esta inversión del original de Moliére. Hay algo enfermizo en El Sano imaginario.

La cercanía al espectro obsesivo de algunos que perseveran en la albañilería del músculo es interesante. Ha motivado el análisis de algunos de esos cerebros determinados a conseguir una imagen hipertrofiada buscando qué variaciones y daños podían explicar la fijación de sus ideas. Sabemos que cierto subtipo de monitores de gimnasio presentan alteraciones en regiones de nuestro cerebro como el cíngulo, los ganglios basales y la corteza prefrontal. Lo que puede obtenerse por tanto de sus recomendaciones debiese ser objeto de un análisis crítico en vez de asumirse como oráculo.

Otro aspecto implicado en la vigorexia padecida por personalidades influenciables es la persecución de una imagen idealizada, bien por un carácter estético impuesto mediática o socialmente, bien por el carácter preventivo del mensaje que se emite hacia el exterior (fortaleza para evitar el abuso, liderazgo para evitar la manipulación, agresividad para evitar la agresión).

Se atribuye quizá erróneamente a Jacinto Benavente cierta anécdota. Parece que hubo de toparse con un pendenciero que apelando a la rumoreada condición sexual del dramaturgo se interpuso en su camino expresando “yo no dejo pasar a maricones”. Jacinto Benavente se apartó a un lado y cediéndole el paso contestó: “pero yo sí”. Convencidos de que la única forma de evitar ser avasallado precisa fortalecer el espíritu y no la carcasa, como ilustra la respuesta del premio Nobel, ojalá mañana mismo millones de seres humanos decidiesen dejarse los michelines largos. Quizá no baste con eso, pero puede que sea un buen comienzo.

Contra la imposición de estándares estéticos que frustran a una mayoría caben diversas actitudes. Hay quien por no conseguir la parte rechaza el todo y entra en una espiral de autodesprecio y destructividad debido a su percibida incapacidad para cumplir las expectativas de cíngulos patológicos. Por tanto, cuando surge el dilema, si usted se plantea si cortárselas o dejárselas largas -las lorzas, faltaría más- recomiendo encarecidamente el amparo del espejo que nunca miente, que no es otro que el de los ojos de la persona que nos ama. Si, por desgracia recomiendan el bisturí quizá sea el momento de tomar nota, y aplicarlo, a la propia relación.

*Javier Sánchez es psiquiatra.

Hubo un tiempo en que malos boticarios, charlatanes y cirujanos prescribían potingues, emplastos y liposucciones. Prometían hacer adelgazar o dotar al cuerpo de la firmeza y belleza arruinada a través de ese camino de perdición y sin buen retorno que es el esófago. Tal vez usted llegó a vivir tales tiempos y le parezca que no son cosa del pasado, incluso creerá haber oído que a su preocupación subyacía el interés por la salud.