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Formentera, las playas del Caribe mediterráneo
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VIAJE

Formentera, las playas del Caribe mediterráneo

Confundida a menudo con la canaria isla de Fuerteventura, la pequeña Formentera es una de las Islas Baleares que junto a Ibiza y algunos islotes forman

Foto: Formentera, las playas del Caribe mediterráneo
Formentera, las playas del Caribe mediterráneo

Confundida a menudo con la canaria isla de Fuerteventura, la pequeña Formentera es una de las Islas Baleares que junto a Ibiza y algunos islotes forman las llamadas ‘pitiusas’. Las islas más pequeñas del archipiélago que un día fuera el Reino de Mallorca. Aunque haya quien sólo recuerde de ellas las noches ibicencas y, en algunos casos, el faro de la película Lucía y el sexo.

A Formentera sólo puede accederse en barco (o en helicóptero en caso de poder permitírselo), y ese es otro de sus encantos, no apto para quienes sean propensos a sufrir el llamado ‘mal de la isla’. La cercana Ibiza tiene conexiones diarias con Formentera a través de varias compañías, aunque las que viajan con más frecuencia son Balèaria y Mediterránea Pitiusa, que lo hacen en época estival cada media hora.

Es en Ibiza, la capital de las pequeñas islas e icono de un estilo de vida que tuvo su apogeo en los 60 y los 70, donde aterrizamos. Estaremos poco tiempo aquí, ya que en el puerto nos espera el ferry, que en algo menos de una hora nos dejará en la pequeña isla.

Formentera impresiona por su claridad y sencillez. Aunque la civilización y las comodidades han llegado al islote al igual que a cualquier punto de la geografía española, la sensación innegable de que el tiempo se ha detenido inunda al visitante que se acerca hasta allí, casi siempre invitando por alguien que ya conoce este rincón de las Baleares. Quien va siempre regresa en busca de esa calma que lo inunda todo. Incluso hay quien huyendo del bullicio de las grandes ciudades, decide establecer su residencia allí.

La isla, de tan sólo 82 kilómetros cuadrados, está compuesta por cinco núcleos urbanos -entre los que suman una población residente de poco más 8.000 habitantes- de los que la localidad de Sant Francesc es la de mayor tamaño. Allí es donde se encuentran la mayoría de los pequeños comercios que pueblan la isla, algunos, los menos, destinados al turismo. Y es que, aunque la Formentera debe sus ingresos al turismo, no está construida por y para él. No en vano, apenas hay hoteles. Quienes deciden pasar sus vacaciones allí podrán optar por alquilar un apartamento o una casita, que escasean y multiplican su precio en los meses de verano.

Llegamos a la Savina, un pueblo costero que conserva la magia de los tiempos en los que sólo los pequeños pesqueros atracaban en su orilla. Hoy, convertido en el puerto, también alberga los grandes barcos procedentes de la isla vecina o de paso en algún crucero por el mar Mediterráneo.

Recorremos la isla en bicicleta, algo que no resulta demasiado dificultoso, puesto que es casi plana -en su punto más alto alcanza los 192 metros- y las carreteras, aunque pequeñas, conectan todos los puntos de la isla. Vamos hacia el norte y allí vemos el Estany Pudent, una laguna que antiguamente servía como estanque para la extracción de sal y que acompaña al sepulcro megalítico de Ca Na Costa datado entre 1.900-1600 años antes de Cristo, una cámara mortuoria formada por dos círculos concéntricos.

Las pequeñas playas, como Illetes o Cala Saona, nos esperan para sumergirnos en las cálidas aguas del Mare Nostrum, más transparentes aquí que en ningún otro punto. Si nos metemos en el agua y permanecemos quietos unos segundos vemos con claridad los pequeños peces que nadan a nuestro alrededor, ajenos a la vida en la superficie que tanto ha cambiado desde que los sarracenos habitaran estas tierras.

Sería Jaime I de Aragón quien expulsara a través de las tropas comandadas por Guillermo de Montgrí a los antiguos habitantes, aunque durante un tiempo los intentos por crear una comunidad residente no obtuvieron frutos por las frecuentes ‘visitas’ de piratas y moriscos. La isla tendría que esperar hasta el siglo XIV para que los ibicencos la habitasen.

Es precisamente a Ibiza a quien debe este pequeño trozo de tierra su estética hippie, que ha perdurado desde la década de los 60 y el ambiente de sus playas en los atardeceres estivales. Un buen ejemplo de esto son los mercadillos o las escapadas al peñasco de S’Espalmador, que puede cubrirse en barco o, los más deportistas, a nado.

Aún nos queda por visitar el sureste de la isla. Allí se encuentra La Mola, el punto más alto de Formentera, coronado por un faro que alerta de la presencia de la ínsula a los múltiples barcos que surcan las aguas mediterráneas. A su lado, el cinematográfico vano excavado en el suelo de roca por el que Paz Vega sufre una estrepitosa caída en la película que tiene como escenario la bella isla balear.

Nosotros no caemos, descendemos suavemente por una escalera colocada para tal punto por algún lugareño para ver uno de los atardeceres más impactantes que quien va a la isla puede observar. El sol sobre el mar tantas veces observado dotándolo de un tono cobrizo mientras la roca nos rodea dejando una ventana al mar. Es una cueva en pleno acantilado a cerca de 100 metros sobre el mar.

Confundida a menudo con la canaria isla de Fuerteventura, la pequeña Formentera es una de las Islas Baleares que junto a Ibiza y algunos islotes forman las llamadas ‘pitiusas’. Las islas más pequeñas del archipiélago que un día fuera el Reino de Mallorca. Aunque haya quien sólo recuerde de ellas las noches ibicencas y, en algunos casos, el faro de la película Lucía y el sexo.