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El hospital rosa: las mujeres en la Medicina
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EN EL DIVÁN

El hospital rosa: las mujeres en la Medicina

¿Deben las mujeres salir de la cueva para hacer lo que durante siglos han hecho dentro, esto es cuidar las tres edades del Australopithecus doméstico? La

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El hospital rosa: las mujeres en la Medicina

¿Deben las mujeres salir de la cueva para hacer lo que durante siglos han hecho dentro, esto es cuidar las tres edades del Australopithecus doméstico? La feminización del mundo médico como la del Consejo de Ministros reaviva un debate tan caduco como las diatribas de Teilhard de Chardin. La mujer que hubo de ser custodio de la salud del hijo, del marido impedido o del padre, a quien se fía el venerable pasado, el amargo presente y el vulnerable futuro, genera dudas. Aunque se haya licenciado con honores como economista autodidacta del condumio, ingeniero de afectos, autoestimas y consuelos, psicoterapeuta familiar y bombero de incendios relacionales, se nos dice hoy que constituye un riesgo social. Florence Nightingale y Simone de Beauvoir crearon un monstruo, y Zapatero ha venido a amedrentarnos con él.

Una cárcel terrible se está demoliendo para quienes hemos asistido a clases de cátedros de Ginecología que se engreían diciendo que “la mujer es el tercer sexo, tercero por detrás del varón y del travestido, y tercero porque es al sexo lo que el tercer mundo a la economía”. Vivimos los últimos coletazos de un tiempo en que los pacientes piden la cuña o la botella del pis indefectiblemente a mujeres asumiendo “que como señoritas auxiliares han de ser”.

Durante décadas, ésa rara avis que era la mujer médico ha venido peleando en un ambiente hostil, masculinizándose en la peor de las acepciones de tal término. Aún siendo admirable su determinación para zafarse de esos obstáculos móviles que nacían de la animadversión oposicionista del gañán de bata blanca, las mujeres médico de la España preconstitucional tuvieron que amputar su feminidad en un esfuerzo de mimetismo con el ambiente que las hostigaba.

El sacrificio de esas generaciones ha permitido que mujeres que ejercen con excelencia tengan una oportunidad única de alterar los derroteros hacia los que se encamina un engendro de modelo sanitario que nace parasitando a la sanidad pública y sembrado de discriminación. Orgulloso compartí lectura y paño “caliente” en noches de guardia con esas mujeres, sabiendo que algún día me honraría ser su colega y compañero.

Mientras las perversiones del sistema no consigan degradar su espíritu, su entrega en estado puro, su compasión en estado puro, su devoción en estado puro, constituirán una aportación única. Por tanto de su imperio sobre los servicios sanitarios espero, como del maná, un cambio definitivo en las formas, lo que en medicina invariablemente comporta un cambio en el fondo.

Para el paciente, bajo una bata blanca, quizá la próxima generación haya dejado de haber pitos y flautas y haya sólo médicos. Su capacitación técnica y su capacidad humana, su verdadera y absoluta comprensión del fenómeno mágico que es la vida será lo que les reserve un lugar de preeminencia. Y sé que como a los grandes que he admirado, no será el número de cromosomas X lo que les caracterice. Auguro en cambio que exhibirán un sinusoidal y bellísimo lado femenino, la androginia cautivadora que hace de la palabra, del gesto y del tacto un bálsamo para el que sufre.

Escribió Francisco de Leyva y Aguilar que “...el buen médico debe reunir tantos síes y carecer de tantos noes y pasiones que son tan comunes, que en fin ha de ser un ángel”. Sea cual sea el sexo de los ángeles, de cierto vestirán de rosa y de azucena.

*Javier Sánchez es psiquiatra.

¿Deben las mujeres salir de la cueva para hacer lo que durante siglos han hecho dentro, esto es cuidar las tres edades del Australopithecus doméstico? La feminización del mundo médico como la del Consejo de Ministros reaviva un debate tan caduco como las diatribas de Teilhard de Chardin. La mujer que hubo de ser custodio de la salud del hijo, del marido impedido o del padre, a quien se fía el venerable pasado, el amargo presente y el vulnerable futuro, genera dudas. Aunque se haya licenciado con honores como economista autodidacta del condumio, ingeniero de afectos, autoestimas y consuelos, psicoterapeuta familiar y bombero de incendios relacionales, se nos dice hoy que constituye un riesgo social. Florence Nightingale y Simone de Beauvoir crearon un monstruo, y Zapatero ha venido a amedrentarnos con él.