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Psicosis posparto: las vírgenes negras
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EN EL DIVÁN

Psicosis posparto: las vírgenes negras

La muerte de un recién nacido a manos de su madre es un hecho a todas luces desolador. Ya el sacrificio del fruto de la concepción

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Psicosis posparto: las vírgenes negras

La muerte de un recién nacido a manos de su madre es un hecho a todas luces desolador. Ya el sacrificio del fruto de la concepción en el curso de la psicosis puerperal se presenta al pensamiento racional del observador externo inconcebible. Pero hay algo más trágico y es que esta característica que homogeneiza la enfermedad psiquiátrica y sus hachazos homicidas, la incomprensibilidad, engendra en el útero de nuestra soberbia postmoderna un híbrido estéril al que por no saber qué nombre dar llamamos incomprensión.

Es imposible olvidar la desesperación de esas madres que tiran sus bebés por acantilados, o a la basura, o que los ahogan o entierran vivos. Atormentadas durante semanas por los fantasmas de la noche y la psicosis, después de un tiempo y con el tratamiento comienzan a mejorar de su enfermedad. Amordazado el Yago que emponzoñó la corteza cerebral con amenazas y negros vaticinios, llega el golpe brutal de la realidad. Si enajenadas llegaron a quitar la vida al hijo alumbrado despiertan un día de su convicción delirante de haber encarnado la Semilla del Mal a una pesadilla mayor, a la más profunda y conmovedora de las devastaciones afectivas.

Grupos independientes, puesto que este tema no promete jugosos dividendos, han investigado en las alteraciones hormonales ligadas al parto como causa posible de las alteraciones psiquiátricas del puerperio. Así, se ha relacionado la aparición del episodio psicótico postparto con un trastorno bipolar silente que da por primera vez la cara como consecuencia de los vaivenes estrogénicos. Como la industria farmacéutica no alberga interés comercial y los gestores políticos carecen de interés electoral, la biología se pone a investigar el hecho más contra natura del mundo desganada y se demuestra a pesar de la arrogancia cientifista de nuestro mundo, insuficiente y harapienta.

Quizá la medicina pueda algún día desentrañar estos síndromes terribles y misteriosos, y a pesar de ello quedará por elucidar el trasunto teleológico y metafísico de que la serpiente un día nos indujera a comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿A qué estirpe extraña y amada de Dios ha de pertenecer el alienado que escapando a la maldición bíblica conculca el principio de no contradicción aristotélico, para el que las cosas son y no son al mismo tiempo, que no elige entre el bien y el mal, pues queriendo obrar el bien a veces trae el mal? Cuánta piedad debe albergarse para el ser que extingue la luz que lo alienta y en cuyo cerebro lo que fue razón única de vivir se convierte en razón para estar muerto.

Aunque se argumente que los casos de psicosis puerperal son infrecuentes, la gravedad de su ocasional falta de diagnóstico hace que la identificación precoz de los casos sea una prioridad sanitaria. Impulsar mejores sistemas de vigilancia neonatal que incluyan la habilitación y capacitación de diversos profesionales sanitarios para identificar y tratar adecuadamente los casos de enfermedad psiquiátrica en el primer año después del parto (también fuera de las grandes ciudades) es un acto de justicia distributiva.

De otra forma, los gestores sanitarios podrán seguir reseñando en sus memorias anuales una rara “habilidad” descrita por un famoso cirujano cardiovascular. Limitado técnicamente por su época había concebido utilizar el corazón materno como bomba para perfundir sangre a madre e hijo mientras intervenía el corazón parado del recién nacido. Aludiendo a los resultados de su técnica, decía amargamente haber sido el único cirujano del mundo con una mortalidad del doscientos por ciento. Mala prensa para los servicios sanitarios.

*Javier Sánchez es psiquiatra.

La muerte de un recién nacido a manos de su madre es un hecho a todas luces desolador. Ya el sacrificio del fruto de la concepción en el curso de la psicosis puerperal se presenta al pensamiento racional del observador externo inconcebible. Pero hay algo más trágico y es que esta característica que homogeneiza la enfermedad psiquiátrica y sus hachazos homicidas, la incomprensibilidad, engendra en el útero de nuestra soberbia postmoderna un híbrido estéril al que por no saber qué nombre dar llamamos incomprensión.