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Gante, la ciudad que puso en jaque a Carlos V
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Gante, la ciudad que puso en jaque a Carlos V

Corría el año 1537 cuando los ganteses decidieron rebelarse contra las tasas que Carlos I de España y V de Alemania les había impuesto. La venganza

Foto: Gante, la ciudad que puso en jaque a Carlos V
Gante, la ciudad que puso en jaque a Carlos V

Corría el año 1537 cuando los ganteses decidieron rebelarse contra las tasas que Carlos I de España y V de Alemania les había impuesto. La venganza del emperador fue implacable: fueron acusados de delitos de desobediencia, falsificación de documentos, insurrección popular, rebeldía y delito de lesa majestad y por ello, condenados a una humillación pública. Tenían que salir a la calle descalzos, con una simple saya como ropa y sujetos por una soga alrededor del cuello.

Quinientos años después, los habitantes de la que en tiempos fue la segunda ciudad de Europa septentrional llevan con orgullo el sobrenombre de stroppendragers (los que cargan la soga) y conmemoran durante diez días (entre el 19 y el 28 de julio) en las Gentse Feesten aquellas negras jornadas en su historia, en las que el emperador, que había nacido en la propia ciudad, humilló a los nobles ganteses.

Gante es un lugar cargado de historia. Los primeros asentamientos en la región se remontan a la Edad de Piedra y a la de Hierro, aunque fue durante la Edad Media cundo vivió su mayor esplendor. De esta época data el casco histórico semipeatonal, en el que la catedral de San Bavón tiene un papel central, con sus 22 altares y sus múltiples obras de arte. Entre ellas destaca el políptico de La adoración del Cordero, de Jan van Eyck, o el púlpito rococó en mármol y roble.

La ciudad –cuyo nombre vendría a significar ‘confluencia’ en celta– es una ciudad bañada por el agua de dos ríos, el Escalda y el Lys, y un paseo en barco por uno de sus canales puede ser el modo perfecto para capturar el espíritu de la ciudad en un solo recorrido. Uno de los puentes que salva el río, el de San Miguel, es además el lugar perfecto para poder observar las tres torres que dominan la ciudad (la catedral, la torre del Campanario y la iglesia de San Nicolás). Por tierra o sobre el agua, merecen ser descubiertos.

Aunque no tiene el dominio paisajístico de las torres, el castillo de los condes de Flandes compite en importancia con ellas. Filips Van den Elzas tenía que demostrar su poder y tras regresar de la segunda cruzada decidió levantar este castillo, en el que vivió su familia hasta que lo abandonaron en el siglo XIV. Aunque el que se puede ver en la actualidad es en realidad fruto de una reconstrucción por la que se demolieron viviendas que habían sido construidas anejas al castillo e incluso usando sus piedras, sigue valiendo la pena una visita, al igual que por la torre del Campanario. Desde ella se anunciaban en tiempo todo tipo de sucesos: la llegada del enemigo, el comienzo de las fiestas, las ejecuciones...

El arte tiene una especial importancia en Gante. Su Museo de Bellas Artes forma, junto al Groeninge de Brujas y el Real de Amberes, la mayor colección de arte flamenco del planeta. Desde el siglo XV hasta el XXI. Pero sin duda uno de los elementos más peculiares de la ciudad es la existencia de tres beguinages o beaterios, lugares reconocidos como Patrimonio de la Huminidad por la UNESCO.

El visitante que quiera disfrutar de la gastronomía flamenca sólo tiene que pasarse por el Patershol, el antiguo barrio de los tejedores ahora reconvertido en el lugar donde se encuentran las mejores tiendas de diseño y lujo, además de los restaurantes más vanguardistas. Por sus calles se mezclan los profesionales liberales con los artistas y los múltiples visitantes de todo el mundo, conformando un mestizo aire multicultural intensificado por la estrechez de sus calles, las vías de una ciudad que regala a cada visitante un poco de su historia.

Corría el año 1537 cuando los ganteses decidieron rebelarse contra las tasas que Carlos I de España y V de Alemania les había impuesto. La venganza del emperador fue implacable: fueron acusados de delitos de desobediencia, falsificación de documentos, insurrección popular, rebeldía y delito de lesa majestad y por ello, condenados a una humillación pública. Tenían que salir a la calle descalzos, con una simple saya como ropa y sujetos por una soga alrededor del cuello.