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Volando hacia Moscú sin teléfono rojo
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Volando hacia Moscú sin teléfono rojo

Pocas ciudades han cambiado tantas veces a lo largo de la Historia como Moscú. La vieja fortaleza medieval levantada en el siglo XII por orden del

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Volando hacia Moscú sin teléfono rojo

Pocas ciudades han cambiado tantas veces a lo largo de la Historia como Moscú. La vieja fortaleza medieval levantada en el siglo XII por orden del príncipe Yuri Dolgoruki sucumbió una y mil veces al fuego y tampoco tuvo ni fuezas ni ganas en el siglo XX para evitar los planes de Stalin para levantar la gran capital del imperio soviético a costa de derribar gran parte del centro histórico. Al Moscú del gótico estalinista se le añadió finalmente otra capa más, como en la tierra estratificada: la de la nueva Rusia, que asienta su identidad sobre un concepto que se había olvidado en estas tierras, el de orgullo.

Resulta relativamente sencillo encontrar en la capital rusa las huellas de la época comunista. Incluso el recorrido más turístico de los que ofertan los touroperadores permite hallar los restos de un pasado que está mucho más presente en la mente y la vida cotidiana de los moscovitas de lo que podría parecer. Paseando junto al río Moscova cerca del Kremlin impresiona la silueta de la catedral del Cristo Salvador, la iglesia ortodoxa más alta del mundo que fue además, durante un tiempo, el techo de Moscú. Sin embargo lo que ahora está allí no es el edificio que el arquitecto Konstantin Thon proyectó siguiendo las órdenes del zar Nicolás I, sino el que fue levantado, no sin polémica por el origen de los fondos, en la década de los noventa del pasado siglo XX.

La catedral original había sido derribada por orden de Stalin en 1931 con la idea de levantar en el solar el que estaba destinado a ser el edificio más grande y alto del mundo, para gloria del poder soviético. El Palacio de los Soviets debía haber llegado hasta el medio kilómetro de altura, gracias en parte a una estatua de Lenin de cien metros, pero el proyecto nunca se llegó a realizar y en su lugar se construyó una gran piscina pública en tiempos de Nikita Kruschev. Tras la caída del comunismo, la reconstrucción de la catedral supuso la demostración de la relevancia de la Iglesia ortodoxa, una constante de la nueva Rusia.

El descomunal Palacio de los Soviets nunca llegó a construirse, pero la Exposición de los logros de la economía nacional de la URSS sí, y aún se puede visitar. Rebautizada como Centro Panruso de Exposiciones, para los moscovitas sigue siendo el ВДНХ o VDNKh (pronunciado ‘Vedenjá’) y es un lugar animado para pasear en un día de fiesta. Un actor caracterizado de Lenin saluda a los visitantes, que también ven revivir al líder revolucionario convertido ahora en estatua a la entrada del recinto.

Entre los jardines, los pabellones que en este espacio al norte de la ciudad junto al inmenso parque Ostankino fueron sede en tiempos soviéticos de conferencias, exposiciones y seminarios científicos pero ahora también acogen pequeños ‘centros comerciales’ que son sin duda las joyas más bizarras de Moscú, auténticos tesoros para el visitante que espera encontrar en las ciudades algo más auténtico que lo que cuentan las guías de viajes.

Metralletas y discos new-age

En su interior, dispuestos en espacios prefabricados similares a los stands de las ferias comerciales, se suceden tiendas de aparatos electrónicos, de música new age o de vestuario y parafernalia militar soviética. Es posible, por ejemplo, comprar un paquete de incienso y a continuación un AK-47 o un larguísimo cuchillo militar, sólo hace falta dar la vuelta de la esquina. En patines o en bicicleta, los paseantes recorren los jardines o se sacan fotos junto a la réplica del Vostok que llevó a Yuri Gagarin a la órbita terrestre mientras toman kvas, una bebida fermentada de harina, pan y frutas con algo de alcohol (no muchas décimas por encima de un grado) que beben hasta los niños.

Cualquier guía turística que hable de Moscú no olvidará recomendar al visitante un paseo por el barrio de Arbat. El estruendoso ruido de las tiendas que intentan atrapar al paseante en la avenida Novy Arbat, una de las grandes calles construidas a base de arramblar con todo edificio existente que se pusiera de por medio, confunde al que intenta llegar a la más tranquila calle de Ulitsa Arbat. Convertida en un paseo destinado a conseguir sacarle unos rublos al turista ávido de matrioshkas al mejor precio, esta calle también esconde en sus callejuelas anejas la última parada de esta búsqueda de los secretos del Moscú soviético.

En una de sus traseras, escondida tras un muro y junto a una comisaría de la Militsia (la policía rusa) se encuentra la vivienda que proyectó Konstantin Mélnikov, máximo exponente del constructivismo arquitectónico en Rusia. En esta pequeña casa de planta redonda con ventanas hexagonales pasó sus días recluido pintando retratos por encargo después de que la Unión de Arquitectos le clasificara como “formalista” en 1937, lo que le dejó sin encargos o clases. Como para que tuviera siempre presente el estilo que nunca quiso adoptar desde su casa se puede ver la torre del Ministerio de Asuntos Exteriores, una de las ‘Siete Hermanas’ (el conjunto de rascacielos levantados durante el comunismo).

En las estaciones de Metro, paseando por el parque Gorki (hoy conocido como Parque de la Cultura), visitando las tiendas de parafernalia militar o de posters que hay en el mercado dominical de Izhmailovo... por cualquier esquina de Moscú aparecen los recuerdos de la ciudad comunista, otro modo de enfrentarse a la memoria histórica.

 

Cómo llegar: Iberia y Aeroflot vuelan a diario con los aeropuertos de Sheremetievo y Domodedovo, en Moscú.

Dónde dormir: Hotel Ritz Carlton (Tverskaya Ulitsa), National Hotel (Mokhovaya Ulitsa), Metropol Hotel (Teatralny Proezd).

Pocas ciudades han cambiado tantas veces a lo largo de la Historia como Moscú. La vieja fortaleza medieval levantada en el siglo XII por orden del príncipe Yuri Dolgoruki sucumbió una y mil veces al fuego y tampoco tuvo ni fuezas ni ganas en el siglo XX para evitar los planes de Stalin para levantar la gran capital del imperio soviético a costa de derribar gran parte del centro histórico. Al Moscú del gótico estalinista se le añadió finalmente otra capa más, como en la tierra estratificada: la de la nueva Rusia, que asienta su identidad sobre un concepto que se había olvidado en estas tierras, el de orgullo.