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Más allá de la mala educación (en la mesa)
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Más allá de la mala educación (en la mesa)

No suelo ser espectador habitual de los programas de TV de la franja horaria entre la sobremesa y la cena: creo que se puede dedicar el

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Más allá de la mala educación (en la mesa)

No suelo ser espectador habitual de los programas de TV de la franja horaria entre la sobremesa y la cena: creo que se puede dedicar el tiempo a actividades más gratificantes, desde una siesta estilo don Camilo (don Camilo José Cela, naturalmente) a la literatura activa o pasiva. Pero una inmovilidad forzada da para mucho, de modo que en una de estas eternas y tediosas tardes algo, en la pantalla, llamó mi atención: vi a Belén Esteban hecha un mar de lágrimas, que marcaban indiscretos surcos sobre sus mejillas.

Al parecer, sus compañeros (y la dirección del programa) habían dado paso a la emisión de varios comentarios de telespectadores en los que la criticaban "por la mala educación que demostraba al comer en el plató". La pobre Belén, al final, farfullaba algo así como que la educación no tiene nada que ver con la forma de comer. Por supuesto, la chica se equivoca: claro que tiene que ver. Es posible que muchos de ustedes recuerden los tiempos en los que sus mayores les advertían de cosas como "no comas con la boca abierta" o aquello de "en la mesa y en el juego se conoce al caballero". Y a la dama, añado yo por si acaso. Ocurre que lo del otro día fue un ataque en toda regla a una muchacha cuya ruina parecen desear quienes la llevaron a una "gloria" de la que no han hecho más que beneficiarse.

No, la señorita Esteban no come delicadamente. Son cosas que se aprenden, en las que le educan a uno. Pero si la educación es, ante todo, respetar a los demás, ¿dónde está la educación de gráficos y realizadores que se empeñan en inmortalizar al personal cuando se dedica a una cuestión muy privada: comer?

Y, estén seguros, no lo hacen para favorecer a sus víctimas, sino, a poder ser, para ridiculizarlas. Eso, y no comer de una u otra forma, sí que es de pésima educación. O, simplemente, el afán (no sólo hispánico) de enseñar lo menos atractivo de los famosos, de bajarlos de ese pedestal que ellos mismos construyeron. Algo así como si el profesor Higgins de "My Fair Lady" se asustase del éxito de su discípula Eliza Doolitle: al final, Pigmalión busca destruir a Galatea si ésta supera sus expectativas...

Ciertamente, aquellos tratados de urbanidad de otros tiempos, en los que se llegaba a indicar que era de mala educación hablar de comida mientras se comía (relean a Ángel Muro) han pasado a ocupar su lugar en los museos. Pero es que nada los ha sustituido. Es más: parece que hay una tendencia universal a borrar los buenos modales, y no sólo en la mesa.

Cuando veo algún anuncio de hamburguesas o salchichas en el que el niño protagonista agarra el tenedor por donde se le ocurre; cuando se considera adecuado y ejemplarizante enfocar el labio superior de un crío pintado de marrón tras tomarse una taza de cacao en polvo; cuando en un anuncio, aún en emisión, en el que se preguntaba a unos chavales "¿Cómo se pide la merienda?" se elimina la respuesta original (que era, simplemente, "por favor")... qué cabe esperar.

Cuando se anuncian incesantemente platos de lo que ahora llaman "finger-food", para comer sin cubiertos, se está ocultando que también comer a mano tiene sus reglas, y que uno puede acabar quedando como un marrano antisocial si no lo hace bien.

Admiro la profesión de actor. Tengo buenos amigos actores. A veces, les compadezco por el papel que les toca representar, como siento alguna conmiseración por el abogado que (profesión manda) ha de defender a un asesino de cuya culpabilidad no hay duda.

Verónica Forqué y Tito Valverde son dos actores españoles como la copa de sendos pinos. Magníficos. Bien: no puedo ahora recordarlos sin estremecerme. Protagonizaron, allá a mediados de los 90, una serie llamada "Pepa y Pepe". Serie que, me dicen, tuvo bastante éxito.

Lo ignoro. Sólo recuerdo a Verónica y a Tito interpretando de forma magistral unos personajes... a quienes los guionistas seguramente querían presentar como prototipos del español de a pie, pero que aparecían, al menos a la hora de comer, como ejemplo de toda la zafiedad posible: comer con la boca abierta o hablar con la boca llena. Eran sus personajes, no ellos. A ellos les eximo de culpa. Ahora bien: si alguien me invita a comer o cenar con alguno de aquellos guionistas o directores que realizaron cada capítulo, conmigo que no cuenten.

No quiero profundizar más. Que la chica de la tele debe mejorar sus modales gastronómicos, lo tengo muy claro. Pero que cámaras, realizadores, gráficos, guionistas, creativos publicitarios y demás fauna que pulula en estos mundillos tienen mucha menos educación que una señorita que no cierra la boca cuando mastica una madalena es algo que me ofrece muchísimas menos dudas todavía. Ay, las pajas en ojo ajeno y las vigas en ojo propio o el eterno deseo de lograr la igualdad, siempre por debajo. Claro: es más complicado ser educado que preocuparse "de esas chorradas". Así nos va, Y así nos irá. 

No suelo ser espectador habitual de los programas de TV de la franja horaria entre la sobremesa y la cena: creo que se puede dedicar el tiempo a actividades más gratificantes, desde una siesta estilo don Camilo (don Camilo José Cela, naturalmente) a la literatura activa o pasiva. Pero una inmovilidad forzada da para mucho, de modo que en una de estas eternas y tediosas tardes algo, en la pantalla, llamó mi atención: vi a Belén Esteban hecha un mar de lágrimas, que marcaban indiscretos surcos sobre sus mejillas.

Noadex