Perpiñán, la tierra pirenaica y mediterránea que fascinaba a Dalí
El de Figueras la llamaba la capital del mundo. Es invernal, a la sombra del Canigó, y veraniega, a un tiro de piedra del mar, y gótica y moderna a la vez. ¿Lo mejor? Está a dos horas solo de Barcelona
Atrás, muy atrás, quedaron esos tiempos de cruzar la raya para ver cine X. Ahora vamos a dar el salto porque sí, porque Perpiñán está ahí, al otro lado, deseosa de mostrarnos todos sus encantos. No le falta sex appeal ni sensualidad, con esas curvas y alturas pirenaicas, por no hablar de la blanda arena cercana que lame el mar, ese Mediterráneo afrancesado que tan loco (más) volvía al casi paisano Salvador Dalí. Porque Perpignan, en francés, está a un tiro de piedra, nada más salir de Cataluña y antes de llenarse Francia de lavanda y volverse provenzal.
De hecho, pasando por alto el devenir histórico y el debate político, que lo hay y calentito, a Perpiñán se la conoce como la Catalana (entonces Perpinyà), porque aquí se habla en buena medida la lengua de Josep Pla y no precisamente en la intimidad mientras se ve la buena vida pasar; de hecho, fue con todos los honores Capital de la Cultura Catalana. Definitivamente, el mundo no tiene fronteras. Playa, montaña, aguas termales, castillos, palacios, museos… Dalí la llamaba “el centro del mundo”; no te decimos más. O sí, todas estas razones para pasearte por la Francia del sur.
1. Slowly. Perpiñán se 'vende' como un destino de los que siguen la estrategia del caracol, porque en sus contornos, al no ser un centro turístico de referencia, reina la tranquilidad. Esa paz tan añorada bañada por el sol y un mar en calma que aquí es especialmente singular, al ser también un paraíso de montaña. Así que es invernal y veraniega, y también universitaria. Una Salamanca igualmente histórica, pero casi a pie de playa.
2. Sí sale en el mapa. No es París, claro, ni Burdeos, ni Marsella, ni Toulouse…, pero Perpiñán es la capital histórica del Rosellón, en el departamento de los Pirineos Orientales. La primera ciudad importante que uno se encuentra, al ladito del Collioure de Machado, cuando acaba de dejar el Cabo de Creus, Llançà, Cadaqués y el Alto Ampurdán de Dalí.
3. Castillos, palacios… y un edificio de Jean Nouvel. La ciudad, no hay más que verla, vivió una edad de oro como reino de Mallorca. Da fe el soberbio palacio-fortaleza llamado así, de los Reyes de Mallorca, que data de aquel siglo XIII y regala unas vistas de escándalo. A este hay que sumar el Castillet, todo un símbolo para la ciudad, que fue segundo hogar para el rey, torre de vigía, puerta de la villa y prisión, y por la que hay que pasar, hoy Museo Catalán de las Artes y Tradiciones Populares; la catedral gótica de San Juan Bautista, y a su lado, el conjunto funerario de Saint-Jean, el claustro-cementerio más antiguo de Francia; la lonja, el primer tribunal marítimo del mundo, casi nada, y alzada según el modelo de la de Mallorca; el ayuntamiento, igualmente gótico, y el barrio judío. Hay mucho que ver.
4. … y el modernísimo teatro del Archipiélago, que firma nada menos que el francés Nouvel, autor de la empinada torre Agbar de Barcelona o de la ampliación del Museo Reina Sofía de Madrid. Y saliendo hacia Narbona, el espectacular Château de Salses, que fue guardián de la frontera por aquel entonces (siglo XV) y es muy especial, con sus cuatro torres bajas y cilíndricas. Perpiñán es gótica (ahí está, también, la fabulosa Casa Xanxo) y moderna a la vez.
5. ¿Querías arte moderno? No solo está en el aire el amor de Dalí por esta tierra y este mar, porque sus obras forman parte de la colección del Museo de Arte Moderno en la cercana Céret (a unos 30 kilómetros), por el que tanto hicieron Picasso o Matisse. Y hay más: el Hyacinthe Rigaud, con pinturas del malagueño o de Maillol, el pintor del lugar, además de una magnífica colección de arte gótico; o el Centro de Arte Contemporáneo Walter Benjamin. Sin olvidarnos del festival de fotoperiodismo Visa pour l’Image, que ha cumplido ya los 25 y tanta vida cultural ha dado a la ciudad del Castillet.
6. Un destino natural. Y es que Perpiñán y sus alrededores tienen de todo. Al mar se suman los ríos (está enclavada en el curso inferior del río pineaico Têt), las aguas termales, los manantiales, los canales, como el que separa la ciudad medieval de lo nuevo, y el lujo del Parque Regional de los Pirineos Catalanes. Nunca falta paisaje del que disfrutar ni contrastes con los que maravillarse. Ahí está el macizo del Canigó (también un cuadro cubista de Juan Gris), la otra 'montaña mágica'; el mar de viñedos y la llanura típica del Rosellón. Y otra vez dentro de la ciudad, muchas palmeras, que la hacen todo lo mediterránea que es.
7. Una ciudad gastronómica. Perpiñán presume de dar cobijo a más de 200 restaurantes etiquetados con sellos de calidad como Sud de France, Toques Blanches o las populares estrellas Michelin. Eso sin contar sus más de 2.000 referencias de vinos y el legendario Byrrrh, el aperitivo patrio, una especie de martini hecho de vino rojo, mistela y quinina en Rivesaltes, que es una de las zonas vitícolas de más solera de la comarca, y en la cava más grande del mundo (un millón de litros), dicen. ¿Un restaurante? La Galinette. ¿Una pastelería? Qué decir del repostero prodigioso Olivier Bajard, campeón del mundo de lo suyo.
8. Para dormir: el Riberach (desde 141 euros), un ecolodge en una antigua bodega cooperativa rehabilitada en forma de loft, en manos de una pareja de arquitectos, a 25 minutos de Perpiñán; el Villa Duflot, un cuatro estrellas con piscina, jardín y un afamado restaurante (desde 118 euros), o el L’Ille de la Lagune (desde 170 euros), en la isla de Saint Cyprien, que alberga el restaurante L’Almandin.
9. Cómo ir: en el AVE desde Madrid o Barcelona, o en coche por la autopista A9 desde la ciudad condal.
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Atrás, muy atrás, quedaron esos tiempos de cruzar la raya para ver cine X. Ahora vamos a dar el salto porque sí, porque Perpiñán está ahí, al otro lado, deseosa de mostrarnos todos sus encantos. No le falta sex appeal ni sensualidad, con esas curvas y alturas pirenaicas, por no hablar de la blanda arena cercana que lame el mar, ese Mediterráneo afrancesado que tan loco (más) volvía al casi paisano Salvador Dalí. Porque Perpignan, en francés, está a un tiro de piedra, nada más salir de Cataluña y antes de llenarse Francia de lavanda y volverse provenzal.
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