Cinco secretos que aún te quedan por descubrir de Tarifa
Pateamos el pueblo blanco que mejor mira al continente negro, allá, al sur del sur, con una anfitriona que nos ha hecho de Cicerón empezando por Baelo Claudia. El viento nos llevará, esta vez sí
No todo iba a ser windsurf (o kitesurf), aquí las olas no se saltan sino que se cabalgan, ni todo viento. Tarifa es un sueño mediterráneo en azul que de pronto se hace infinitamente atlántico. Un pueblo blanco que mira al continente negro. Uno de esos rincones de la geografía universal donde la felicidad nunca parece inalcanzable (si hasta se ven ballenas y delfines…), como Santorini, Vernazza, Cadaqués, Portofino o Positano, aunque luego cueste conquistarla, estando como está al sur de nuestro sur, el punto más meridional de nuestra Europa, sembrando de alegría el campo este de Gibraltar porque al final la guasa gaditana y las ganas de pasárselo bien están ahí y si no, pásense ustedes por El Lola, un bar de aquí, y ya nos dirán.
Esta vez los piratas que la asaltamos somos nosotros. Y deseando hacer la siguiente incursión. Esto va también de tesoros y de secretos. Los hemos encontrado gracias a Mónica Sánchez Borrero, una sevillana enamorada de Tarifa, dueña del hotel Aristoy, que nos ha hecho de anfitriona. O de Cicerón (cicerone), por eso de que estamos en las inmediaciones de Baelo Claudia.
1. Un señor chiringuito en el paraíso. No vamos a presumir de ser Colones si a estas alturas de la película ponemos a la ciudad romana de Baelo Claudia en el mapa, pero quizá sí si le damos al zoom y vemos junto a las ruinas de la magnífica ensenada de Bolonia, donde hasta las dunas son monumentos (¡30 metros!), un restaurante de cuyo nombre querremos acordarnos siempre, como modernos Quijotes: el Otero.
Ya más que una casa de comidas, donde gozar del atún encebollado, el choco en salsa, la tortillita de camarones y otros clásicos del lugar junto al mar, es toda una institución (el primer chiringuito de Bolonia). Como lo fue su fundador, Isidoro Otero, otra institución; el primer vigilante del recinto arqueológico, que también supo hacer historia a su manera (pregunten, pregunten).
2. Dónde ver la mejor puesta de sol. Tarifa es y más fue ciudad amurallada, cómo no serlo, dada su posición estratégica, y es un pueblo pintoresco de calles pequeñas, divertidas y enrevesadas, pero sobre todo, reconozcámoslo, pese a la historia con mayúsculas y el castillo de Guzmán el Bueno (dos veces bueno), es una gran playa (35 kilómetros de costa), aunque también tenga bosque (ahí está el Parque Natural de los Alcornocales, guardándole las espaldas). Y esta vez no nos vamos a la Chica ni a los Lances ni a Valdevaqueros, sino a las calas recogiditas de Punta Paloma, adonde no llegan los coches, ni los chiringuitos y ni tan siquiera el viento, con la única y épica misión de ver la puesta de sol. Realmente esto es el paraíso: fina arena dorada, aguas color turquesa, rocas por aquí y por allá, embelleciendo y cómo el paisaje.
3. Un hotel con encanto, azotea y vistas. Lo bueno que tiene Tarifa es que es tradicional y moderna a la vez; hippy, sí, vale, pero también chic; de pueblo, de acuerdo, pero cosmopolita como la que más y trotamundos, mucho. Lo mismo que el hotel Aristoy, que está en todo el centro con toda su modernidad, proclamando a los cuatro vientos, pero especialmente al levante, su amor a eso tan sencillo y a la vez tan apoteósico que es el disfrute vital, azotea con su piscinita y sus espléndidas vistas incluidas.
Todo ello, como nos cuenta Mónica Sánchez Borrero, su propietaria, “en una casa señorial reformada del siglo XVIII que en tiempos de la guerra civil ya tuvo un antecedente como pensión”, que luego fue una casa de vecinos que cayó en el abandono durante diez años hasta convertirse en lo que hoy es. Un hotelito de 16 habitaciones encantador en una plaza con sus cuatro naranjos en la calle del autor de 'La vida es sueño' (Calderón de la Barca, 3), por si nos ponemos poéticos.
4. Una arrocería en el reino del windsurf. Tras probar la comida sencilla, mezcla de cocina tradicional-vegetariana y criolla de No. 6, al lado del mercado (C/ Colón, 6); alucinar en El Lola (C/ Guzmán el Bueno, 5), con su tapeo y su ambiente; cenar románticamente en una de las mesas junto a la piscina ante un jardín precioso y casi al borde del mar en el restaurante del hotel Hurricane (N-340a, km 78), hemos reservado para comer en la arrocería que abre sus puertas justo hoy en el marco del Aristoy.
Nada menos que Otaola, el local que ha triunfado por partida doble en Sevilla (mercados de Triana y el Porvenir) y donde se puede elegir entre 50 tipos de arroces, tal y como nos cuenta su responsable, Karlos Otaolaurrutxi. No le falta su patio con naranjos, sus macetas con geranios, en plan cordobés, pero tampoco su toque modernista. Como dice Otaola, “tiene embrujo”, a lo que contribuyen, más allá del apreciado arroz, los naranjos iluminados de noche y la música. “Tarifa necesitaba una arrocería”, sentencia el empresario.
5. Una ruta de compras hippy-chic. Como veníamos diciendo, a Tarifa no le falta de nada, ni siquiera una ruta de shopping que es como ella: informal pero con estilo, hippy –comentábamos- pero chic, donde encontrar lo que no es lo de siempre. Ahí está Utopía 11380, en la calle de la Luz 17, la principal, donde se venden caftanes étnicos, bolsitos de Bali, complementos y bisutería, o gafas de sol; Alejop (C/ San Francisco, 21), también de ropa y cuya propietaria ha lanzado una línea de chaquetas exclusivas, hechas a mano según técnica bereber, de tejidos milenarios e inspiradas en Marruecos y sobre todo en esos 15 kilómetros de su nombre que nos separan (y nos unen), o Atlas Beach, una galería de fotos de aquí, de la que nuestra guía es muy fan. Enseguida sabrás por qué. ¿Tarifa? Pensando ya en volver.
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No todo iba a ser windsurf (o kitesurf), aquí las olas no se saltan sino que se cabalgan, ni todo viento. Tarifa es un sueño mediterráneo en azul que de pronto se hace infinitamente atlántico. Un pueblo blanco que mira al continente negro. Uno de esos rincones de la geografía universal donde la felicidad nunca parece inalcanzable (si hasta se ven ballenas y delfines…), como Santorini, Vernazza, Cadaqués, Portofino o Positano, aunque luego cueste conquistarla, estando como está al sur de nuestro sur, el punto más meridional de nuestra Europa, sembrando de alegría el campo este de Gibraltar porque al final la guasa gaditana y las ganas de pasárselo bien están ahí y si no, pásense ustedes por El Lola, un bar de aquí, y ya nos dirán.