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Arcos de la Frontera: 6 razones para viajar a este pueblo de Cádiz (y fardar en Instagram)
  1. Estilo
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Arcos de la Frontera: 6 razones para viajar a este pueblo de Cádiz (y fardar en Instagram)

Es un pueblo blanco a rabiar, con calles estrechas y laberínticas, subido a lo más alto, asomado al río Guadalete y con una estampa inolvidable y espectacular. Presumirás y mucho, ya lo verás

Foto: Arcos de la Frontera desde el Parador de Turismo. (Foto: Cortesía)
Arcos de la Frontera desde el Parador de Turismo. (Foto: Cortesía)

En el Cádiz de nuestros desvelos, que esta vez no es la capital (sí, esa Habana con más salero) ni tampoco Tarifa, Bolonia, Conil o Vejer. Arcos no está en la línea del mar, ese front row maravilloso desde donde ver las también maravillosas puestas de sol, sino en la montaña, allí donde los pueblos se empeñan en ser blancos. Callejuelas, rinconcitos con encanto, ventanas preciosas (con orejeras, ¿por qué será?), muchas flores en sus macetas... El escenario perfecto para tu próximo viaje y también para que presumas todo lo que quieras y más en Instagram. Arcos de la Frontera es, cómo no, otro candidato a ser el pueblo más bonito en la encuesta de Vanitatis.

Foto: En el Alto Ampurdán, el pueblo que lleva el nombre de Dalí. (Foto: Visit Cadaqués)

1. Hacer la ruta de los pueblos blancos

Aquí puede comenzar tu propia ruta de los pueblos blancos, qué mejor, la que te llevará por Setenil de las Bodegas, que no es solo vino; Zahara de la Sierra, allá también en lo alto y con castillo, o Grazalema, con su impagable sierra. Arcos de la Frontera, aviso a navegantes, es muy moro -su trazado y sus laberínticas calles lo delatan- y también muy cristiano -el despliegue de templos, capillas y conventos es bárbaro-. A esto hay que sumar el castillo de los Duques, la Puerta de Matrera, la que queda del recinto amurallado y todos sus palacios y casas señoriales con sus patios interiores, a discreción. Sin exagerar, una joya. Fue capital de la Taifa de Arcos y ducado. Se nota. Hay que asomarse al balcón de la Peña Nueva y al mirador de Abades. Las vistas, un regalo.

placeholder Sí, es un pueblo blanco. (Turismo de Arcos de la Frontera)
Sí, es un pueblo blanco. (Turismo de Arcos de la Frontera)

2. Vivir el otro Cádiz (sin playa)

Más allá de Tarifa, de Bolonia, de Los Caños de Meca, de Barbate y Conil, lejos pero no mucho de las playas infinitas y los deseados atardeceres, de los chiringuitos y el wind y kite surf, está este otro Cádiz serrano, el de Arcos, subido a un cerro (la Peña, con leyenda de dragón incluida) y asomado al río Guadalete, con embalse, y a solo 67 kilómetros de la capital. Más cosas: se roza con Ubrique, que es el reino de la artesanía en piel en nuestro país (y fuera de él), y con el gran Jerez, con el que comparte apellido.

placeholder Así de monumental es este pueblo gaditano. (Turismo Arcos de la Frontera)
Así de monumental es este pueblo gaditano. (Turismo Arcos de la Frontera)

3. Ir de shopping artesano

Arcos es, se mire por donde se mire, para volverse loco (de placer). También en cuestiones de artesanía, porque no solo le da a la cerámica -encontrarás talleres de alfareros-, sino también a los telares -los hay que datan del siglo XVIII-, el esparto y el hierro forjado. Lo que pasa cuando uno viaja a Marruecos, pero aquí.

placeholder Uno de los muchos patios que hay en Arcos. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)
Uno de los muchos patios que hay en Arcos. (Foto: Turismo Arcos de la Frontera)

4. Probar el vino de Arcos y otras delicatesen

Callejear arriba y abajo y vuelta a empezar es una delicia. Lo mismo que darle un repaso a su gastronomía. Alboronía para empezar (calabaza, tomates, cebolla, pimientos y garbanzos) y después ajo molinero, potajes, arroces caldosos, caracoles con caldo, productos del cerdo, espárragos trigueros o las tagarninas, que probablemente solo probarás por aquí. Todo regado con vino de Arcos, como el de la bodega Huerta de Albalá. En los postres se delata el pasado árabe: lo propio son los pestiños. Puedes dar buena cuenta de ello en el Mesón Patio Andaluz o en La Cárcel, tal cual, un lugar perfecto para tapear.

placeholder ¿Te imaginas estar sentado en este rincón del Parador? (Cortesía)
¿Te imaginas estar sentado en este rincón del Parador? (Cortesía)

5. Dormir en una villa romana o...

Fue descubierta a finales del siglo XIX. Ya entonces acumulaba pasado: el de haber sido villa romana y también el premio que el rey otorgó a los hijos de un caballero muerto en batalla por sus méritos allá por el siglo XV. La Hacienda El Santiscal (desde 74 euros), completamente restaurada, es hoy un hotel que presume de espíritu eco y de aire maravillosamente antiguo (muebles de antes, artesonados de madera, techos altos abovedados, suelos de ladrillo árabe; esas cosas...). O en la Casa del Corregidor, que actualmente es el Parador de Turismo (desde 101 euros), que no podía estar en mejor sitio ni ser más arcense. Un lujo por donde se mire.

placeholder La Hacienda El Santiscal, antigua villa romana.
La Hacienda El Santiscal, antigua villa romana.

6. Husmear por los alrededores

No te pierdas una excursión a la cima del Peñón de Zaframagón, a la que se llega por la Vía Verde de la Sierra, en las estribaciones de Grazalema, donde se encuentra una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa. Y otra en busca del pinsapo, el famoso pino de la era glacial, por el mismo Parque Natural de Grazalema. Son palabras mayores.

En el Cádiz de nuestros desvelos, que esta vez no es la capital (sí, esa Habana con más salero) ni tampoco Tarifa, Bolonia, Conil o Vejer. Arcos no está en la línea del mar, ese front row maravilloso desde donde ver las también maravillosas puestas de sol, sino en la montaña, allí donde los pueblos se empeñan en ser blancos. Callejuelas, rinconcitos con encanto, ventanas preciosas (con orejeras, ¿por qué será?), muchas flores en sus macetas... El escenario perfecto para tu próximo viaje y también para que presumas todo lo que quieras y más en Instagram. Arcos de la Frontera es, cómo no, otro candidato a ser el pueblo más bonito en la encuesta de Vanitatis.

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