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Mucho más que Praga: por qué tienes que viajar esta Navidad a la República Checa
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Mucho más que Praga: por qué tienes que viajar esta Navidad a la República Checa

Porque está llena de castillos de cuento de hadas y de bosques de los que les gustan a los duendes (y a nosotros), porque la naturaleza es exuberante y mágica, por la historia y la cerveza

Foto: El castillo de Bouzov es solo uno de los muchísimos que te esperan en la República Checa.
El castillo de Bouzov es solo uno de los muchísimos que te esperan en la República Checa.

Esta vez se trata de ponernos bohemios pero de verdad. De seguirle los pasos a Franz Kafka pero con alegría y de vivir nuestra propia metamorfosis transformándonos en marcopolos de pro, en trotamundos por esta otra Europa más desconocida y de poner un pie más allá de Praga, del puente de Carlos y de su barrio judío. Si estás buscando un lugar especial a donde escaparte este puente o esta Navidad, piensa en la República Checa. Ese lugar en el que se bebe cerveza (¡una pilsen!) como si no hubiera un mañana y en el que hay castillos, balnearios y lugares hermosos por doquier. Ah, y mucha música porque sí. Es la Bohemia que también sale en los mapas. Aquí hasta las cervecerías son renacentistas.

1. Nos situamos. Estamos entre Alemania, Polonia, Eslovaquia y Austria, sin mar, en lo que fueron las antiguas Moravia, Bohemia y Silesia (de esta última un trocito). En la Europa Central y en un país que es, en tamaño, como Portugal o Irlanda, pero nuevo: existe desde 1993, cuando se dividió Checoslovaquia. Es inevitable ponerse kafkianos, pero con alegre melancolía. ¿Donde irás? ¿A Bohemia? ¿O pondrás rumbo a Moravia y Silesia? He aquí las tres regiones históricas.

placeholder Brno, la segunda ciudad más grande del país. (Foto: Turismo República Checa)
Brno, la segunda ciudad más grande del país. (Foto: Turismo República Checa)

2. Mágicos castillos. La Bohemia tiene mucho de cuento. No hay más que ver cómo se amontonan aquí los castillos. Desafiantes en medio del bosque como el de Křivoklát, que fue residencia real, alberga una biblioteca con más de 50.000 tomos y tiene una maravillosa bóveda en forma de estrella. Otros son el de Carlos IV (Karlštejn) igualmente entre el verde y lleno de tesoros, o el de Konopište, toda una fortaleza gótica transformada en palacio romántico lujosamente amueblado con mucha historia (con mayúscula) que contar y un jardín que es casi un poema de Rubén Darío: puebla el triunfo de los pavos reales, los faisanes y las codornices. ¡Ay!

placeholder El castillo de K?ivoklát, en medio del bosque, como en un cuento. (Foto: Turismo República Checa)
El castillo de K?ivoklát, en medio del bosque, como en un cuento. (Foto: Turismo República Checa)

3. Bosques encantados. Como los del área protegida de Křivoklátsko, atravesada por el río Berounka, que recoge las aguas de cuatro ríos cercanos a la ciudad de Pilsen, entre rocas macizas y ruinas misteriosas, la patria del ya mencionado castillo de Křivoklát, y con el aroma inconfundible del lúpulo. Un paraíso, que fue reserva de caza de príncipes y reyes desde la Edad Media, en el que aventurarse hasta dar con formaciones naturales magníficas, lagos y... ¡más castillos! Esto es un (fabuloso) no parar. Aún hay más: ¿qué tal una visita al palacio de Lány, residencia de verano de los presidentes checos, y a la real fábrica de cerveza de Krušovice? Y esto es solo el comienzo.

4. La Cuenca checa (ciudad encantada). Seguimos en este país tan literario (no en vano presume, porque puede, de bibliotecas). Ahora en Bohemia del Este, donde se alza Adršpach-Teplice, diríamos que la Cuenca checa, pintoresquismo en el desfiladero; donde siguen sucediéndose los castillos y resulta encantadora la arquitectura popular (véase en el museo al aire libre Veselý Kopec, un conjunto de casas de XIX que no podían ser más auténticas) o una ciudad como Pardubice, junto al Elba, con caballos y olor a pan de jenjibre. ¡Ah!, una vez entre las rocas de la ciudad encantada, hay que pronunciar la fórmula mágica, en plan 'ábrete sésamo', para ver saltar el agua fabricando la cascada. No faltan los espíritus mitológicos.

placeholder Adršpach-Teplice, la otra ciudad encantada. (Foto: Turismo República Checa)
Adršpach-Teplice, la otra ciudad encantada. (Foto: Turismo República Checa)

5. El descanso del viajero. No todo va a ser mirar y mirar, con el peligro de ser poseídos por el síndrome de Stendhal. A las puertas de las montañas Krkonoše, o de los Gigantes, compartidas con Polonia y donde nace el río Elba, se puede repostar en el restaurante U Pěti Buků para dar buena cuenta de las viandas checas: chucrut, pechuga de pato confitada con col y knedlíky (albóndigas de harina). Y en Pec pod Sněžkou, precioso pueblo de montaña, dormir, concretamente en el hotel Horizont, donde también se puede dar uno alegrías como los muslos de faisán asados al bacón o la paletilla de gamo al vino, sin olvidar la tarta de la condesa con requesón y manzana. Mucha caza es lo que hay.

placeholder Las vistas desde el hotel Horizont.
Las vistas desde el hotel Horizont.

6. Y por fin, Pilsen. A todos los cerveceros y también a los amantes literarios de la obra de ese bohemio con todas las letras que fue Bohumil Hrabal, les emocionará poner el pie en Pilsen, ciudad cervecera por antonomasia pero también histórica y monumental, un cruce de caminos -no hay que olvidar-, y no digamos ya entrar en el Museo de la Cerveza y/o en la fábrica de cerveza Pilsner Urquell. Es como viajar a Holanda y caer en Edam (o en Gouda). No es el único as que se guarda en la manga el oeste de Bohemia.

7. El triángulo de los balnearios. Aquí está el famoso triángulo de los balnearios: Karlovy Vary, elegancia pura en medio del bosque, Mariánské Lazně y Františkovy Lázně. Un viaje sin duda a otros tiempos. No solo cura la cerveza, también las aguas; cada una a su manera (y con precaución). Que se lo digan a Hrabal (por lo primero) y a Beethoven, Goethe o Mozart (por lo segundo). La zona está plagadita de grandiosos hoteles: el Grand Hotel Pupp, el Imperial, el Spa Resort Sanssouci, el Carlsbandj o el Thermal, el anfitrión del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary. Imprescindible subir al mirador Diana (en teleférico) y llevarse de recuerdo porcelana, licor de hierbas Becherovka y las obleas de balneario.

placeholder Una estampa de Karlovy Vary. (Foto: Turismo República Checa)
Una estampa de Karlovy Vary. (Foto: Turismo República Checa)

8. Una ciudad histórica y un pintor inolvidable. Se trata de Český Krumlov, una delicia con palacio, callejuelas, casas burguesas, jardines, la perla de su teatro barroco (con auditorio giratorio) y una antigua cervecería que aloja la galería del austriaco Egon Schiele -él y no otro es nuestro pintor-, que vivió aquí.

placeholder Puerta de Prav?ice. (Foto: Turismo República Checa)
Puerta de Prav?ice. (Foto: Turismo República Checa)

9. La Suiza de Bohemia. Ya estamos al norte, en el Parque Nacional de la Suiza de Bohemia, como la bautizaron los pintores. Es un sueño romántico (del romanticismo que no tiene que ver con San Valentín), a donde se entra por Hřensko, entre laberintos rocosos, túneles y puentes, sembrados de musgo y helecho. De país de las maravillas. El conjunto es soberbio, pero si hay un rincón que te llevará a las 'Crónicas de Narnia' (alguna escena se rodó aquí) o similar, ese es la Puerta de Pravčice, monumental arco de roca, el más grande de Europa.

10. Moravia y Silesia. Parecen territorio fantástico (y lo son), pero existen en la realidad, al este del país, rozando Polonia y Eslovaquia; capital, Ostrava. Sí, hay que pellizcarse. De nuevo castillos, palacios, vino y mucha tradición folclórica singular. Entre los castillos reina por derecho propio el de Bouzov, en Moravia central, cerca de Olomouc, que fue residencia de los caballeros de la Orden Teutónica y ha sido escenario de muchas películas. Otros hitos son Brno, con una de las fuentes barrocas más bonitas de Chequia; el recinto de Lednice-Valtice; el karst de Moravia, con más de mil cuevas, o el pintoresco y bellísimo centro histórico de Kroměříž, lleno de flores. Definitivamente hay que ir.

placeholder Así es el recinto de Lednice-Valtice. (Foto: Turismo República Checa)
Así es el recinto de Lednice-Valtice. (Foto: Turismo República Checa)

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Esta vez se trata de ponernos bohemios pero de verdad. De seguirle los pasos a Franz Kafka pero con alegría y de vivir nuestra propia metamorfosis transformándonos en marcopolos de pro, en trotamundos por esta otra Europa más desconocida y de poner un pie más allá de Praga, del puente de Carlos y de su barrio judío. Si estás buscando un lugar especial a donde escaparte este puente o esta Navidad, piensa en la República Checa. Ese lugar en el que se bebe cerveza (¡una pilsen!) como si no hubiera un mañana y en el que hay castillos, balnearios y lugares hermosos por doquier. Ah, y mucha música porque sí. Es la Bohemia que también sale en los mapas. Aquí hasta las cervecerías son renacentistas.

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