Cuando viajar era sinónimo de lujo: Louis Vuitton expone sus tesoros en el Thyssen
La maison francesa llega al museo madrileño con 'Time Capsule', una muestra que acoge algunos de los diseños más icónicos de esta casa con más de 160 años de historia
Viajar siempre tiene algo de especial: por las sensaciones que genera poner rumbo a un destino desconocido o por la fascinación que causa descubrir rincones del mundo nunca antes explorados. Imaginemos una travesía en trasatlántico, un vuelo en avioneta o una ruta en coche como los que se hacían en la sociedad de finales siglo XIX y principios del XX. Una época dorada en la que desplazarse con la sombrerera y el neceser suponía, además de toda una ensoñación, un verdadero lujo.
Corrían tiempos en que la aristocracia veraneaba en singulares ciudades-balneario de la costa norte de España, entre otros destinos. Por sus playas se paseaban pintorescas damas ataviadas con vestidos de tafetán o lino, parapetadas bajo paraguas elaborados con primorosos encajes que les servían para evitar que los rayos de sol desluciesen sus porcelánicos rostros. Pintores como el valenciano Joaquín Sorolla dieron buena cuenta de cómo iban vestidas estas mujeres que antaño paseaban a orillas del mar, pero lo que muy pocos saben es que el francés Louis Vuitton fue quien revolucionó la forma de viajar allá por 1854.
Acaba de aterrizar en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid una singular retrospectiva de la maison francesa que lleva por nombre 'Time Capsule'. A través de ella, la legendaria firma de moda y complementos de gala repasa su vínculo con los objetos que desde entonces han hecho más fácil la vida y los viajes de sus clientes en sus 160 años de historia. Un recorrido por la innovación, el diseño y el lujo que se traduce en la revolución a la hora de viajar. Una exposición que revela el leitmotiv que aún hoy mueve a la casa francesa: el de anticiparse a las necesidades y los deseos derivados del progreso, respondiendo a ellos con ingeniosas creaciones donde el valor de lo artesanal lo es todo.
En el improvisado taller situado en el subterráneo de la citada pinacoteca capitalina, una artesana trabaja con mimo el cuero y los herrajes de un maletín en construcción. Se sirve de un martillo, unos alicates, unas tijeras o un bote de pegamento, entre otras muchas herramientas, para trabajar en una pieza que, a todas luces, se convertirá en única. Observarla mientras trabaja invita a ver cómo el tiempo se detiene. Sus manos se mueven bajo las mismas premisas con que lo hiciera el fundador de la maison gala. Vuitton, que se erigió como el empaquetador favorito de la emperatriz Eugenia de Montijo, fundó su propia empresa de maletas, bolsos y baúles cuyas formas se adaptaron entonces a la fisionomía de los vagones de los trenes, las bodegas de un barco o un avión, así como a los maleteros de los coches de aquella época.
“Fue el inventor de los baúles con tapa lisa que facilitaron una mejor disposición en los diferentes medios de transporte para ganar espacio. Se sirvió de materiales como la madera o el cuero y los remató con herrajes, cierres y tachuelas mecánicos que protegían todo lo que custodiaban de golpes o desplazamientos”, aseguran a este medio desde la firma. Tras esto, el francés logró la cuadratura del círculo reforzando estas piezas con cinchas y estructuras de madera en arcones con forma de armario –dotados de cajones y percheros–, y creó piezas tales como escritorios, maletines que se convertían en tocadores y otros que, al abrirlos, devenían en improvisados escritorios.
“En 1897 se anticipó, por ejemplo, a los viajes en automóvil y creó el primer prototipo de baúl adaptado a este tipo de vehículos. Después vinieron accesorios y maletas como el Roof Trunk (una suerte de arcón pensado para el techo del coche) o el Driver's Bag (bolsa para el conductor)”, explican desde la maison francesa. Tras esto llegarían las bolsas de viajes flexibles como su célebre bolso modelo Steamer: un diseño en el que han trabajado los diferentes directores creativos que han pasado por esta centenaria firma.
En esta exposición, abierta hasta el próximo 15 de mayo, también se muestra el vínculo de la marca con España. Los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII fueron dos de los clientes de la casa. Una tradición que se remonta hasta nuestros días. Célebre es la colaboración de la diseñadora Sybilla y el bolso modelo Shopping In The Rain, el abanico que creó la actriz Rossy de Palma o el sillón de la arquitecta Patricia Urquiola. Y aún hay más: el chef Ferran Adrià cuenta con una maleta personalizada de la firma que, según cuentan, suele llevar a sus clases de cocina y en la que oculta diferentes elementos que tienen que ver con su trabajo como cucharas, recipientes y, cómo no, su célebre chaquetilla blanca.
Tiempo para los iconos
Amén de todas estas colaboraciones puntuales, la retrospectiva también contiene algunas de las creaciones más memorables de la firma. Iconos de estilo que se convirtieron en productos imprescindibles desde el momento de su lanzamiento y que, a día de hoy, siguen siéndolo. El bolso modelo Keepall, el Alma, el Noé o el Papillon, entre otros, forman parte de esta exposición en sus versiones antiguas y modernas.
Tampoco faltan esas otras reinterpretaciones de otros complementos donde el estampado de damero o el célebre monograma articulan una exposición que tiene su origen en el Magic Malle, el baúl mágico con el que se originó la casa. Una muestra que también descubre sendos trabajos de otros artistas, diseñadores y arquitectos como Frank Gehry o Jeff Koons, quien, a través de la colección Masters, pergeñó una serie de bolsos basados en obras de arte de Manet, Gauguin o Da Vinci. Una cápsula del tiempo, según Vuitton, que continúa imparable hacia el futuro bajo la batuta de su actual director creativo, Nicolas Ghesquière.
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Viajar siempre tiene algo de especial: por las sensaciones que genera poner rumbo a un destino desconocido o por la fascinación que causa descubrir rincones del mundo nunca antes explorados. Imaginemos una travesía en trasatlántico, un vuelo en avioneta o una ruta en coche como los que se hacían en la sociedad de finales siglo XIX y principios del XX. Una época dorada en la que desplazarse con la sombrerera y el neceser suponía, además de toda una ensoñación, un verdadero lujo.