Frigiliana, Trujillo, Cadaqués... Ayúdanos a elegir el pueblo más bonito de España
A partir de hoy, cada semana, como un menú digno de Phileas Fogg (o Don Quijote), Vanitatis te presentará los pueblos de nuestra geografía con más encanto. Y en diciembre te tocará a ti elegir
Nos asaltan las dudas. Sobre todo cuando subimos la calle de la Amargura y bajamos por el Zacatín, en Frigiliana; cuando llegamos a lo más alto de Altea y solo queremos echarnos a la mar, ahí abajo; en el momento en que paseamos por casonas de indianos en el náutico Ribadesella, recalamos en el menorquino y blanquísimo Binibeca Vell, sobre todo antes de que lleguen los turistas; hacemos parada (y fonda) en Deià, acordándonos de Robert Graves y sus mitos; nos ponemos, cual Dalí y Gala, frente a Cadaqués; nos dejamos caer por Potes a la sombra de los Picos de Europa, ahora que va a venir el calor, o nos perdemos por Guadalupe o Trujillo, con ánimo conquistador. Hay tanto para ver.
Ayúdanos, en este viaje que aspira a ser interminable -nos gusta andar de eterno on the road, como Johnny Deep por California-, a elegir el pueblo más bonito de España. De aquí en adelante, os mostraremos una selección de ellos, uno cada semana, durante todo 2018 y en diciembre publicaremos una encuesta para que seáis vosotros los miembros del jurado de este viajero galardón. Esto quiere decir que nuestro recién estrenado Vanitatis Style se convierte en una pasarela roja (o tal vez azul) para que Cadaqués y compañía muestren todos sus encantos (no todo iban a ser celebrities). O en un Instagram donde estos rincones aparecen irresistiblemente apetecibles, desestresantes (el yoga y el mindfulness hecho pueblo) y muy cool. No encontrarás escenarios mejores para tus fotos. Ya lo verás.
Desde el mar...
En este paseo por nuestra fotografía nos pararemos, por supuesto, a ver el mar: desde Mijas, entre callejones laberínticos escoltados por fachadas blancas salpicadas de geranios, que le dan un toque puramente andaluz, en la antesala de Marbella y la Costa del Sol; desde Águilas, allá en el lejano Este, ya casi Almería, Vera, Mojácar y luego Cabo de Gata, cuna de ese actor inmenso que fue Francisco Rabal; El Rompido, pueblo de pescadores con esa otra Manga que es La Flecha, en ese rincón donde las puestas de sol, como le pasa a Sevilla, tienen un color especial, en el Cádiz que ya es Huelva -permítasenos la licencia territorial-, o Fuenterrabía, que siempre da la bienvenida al norte con su tipismo vascuence, sus casas ilustres y sus ilustres tabernas, su espíritu de alta mar y hechuras de frontera, con Francia siempre a la vista.
... a la montaña
Pero también a contemplar las imponentes montañas de Sierra Nevada, desde Capileira, por ejemplo, en el inmenso valle de Poqueira, por no decir Pampaneira, la otra villa de ecos gallegos, la balnearia Lanjarón o Bubión, para comprobar una vez más qué tienen las Alpujarras que no tengan los demás. Lo mismo que le pasa al Cabo de Creus, en el Mediterráneo daliniano a punto de hacerse francés, a Tarifa y alrededores en el Cádiz del chiringuito al viento y el surf, que toma curvas y altura en la sierra de los Alcornocales y se vuelve blanco blanquísimo en Arcos de la Frontera, Olvera o Setenil de las Bodegas. Sin olvidar, cómo hacerlo, los alrededores pirenaicos, con Aínsa a la cabeza y en la cabeza. O los pueblos escoltados por los Picos de Europa, como el asturiano Cangas de Onís.
Entre Corto Maltés, Don Quijote y Phileas Fogg
Se trata de vivir (y gozar) nuestras propias aventuras a lo Corto Maltés, barco incluido, y ser aproximadamente un Phileas Fogg, queriendo visitar todos los pueblos para luego ir a contarlo al club aunque no hayamos hecho ninguna apuesta como el caballero inglés. O en el bar, que es más nuestro. O, quién sabe, tal vez en la Venta de Puerto Lápice, allí donde una vez paró un ingenioso hidalgo a la hora del alba, que por cierto no podía ser más quijotesca, cuando estemos jugando a contar molinos allá por Campo de Criptana y alrededores. O tal vez -se lo debemos a Cervantes- tendríamos que decir gigantes.
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Nos asaltan las dudas. Sobre todo cuando subimos la calle de la Amargura y bajamos por el Zacatín, en Frigiliana; cuando llegamos a lo más alto de Altea y solo queremos echarnos a la mar, ahí abajo; en el momento en que paseamos por casonas de indianos en el náutico Ribadesella, recalamos en el menorquino y blanquísimo Binibeca Vell, sobre todo antes de que lleguen los turistas; hacemos parada (y fonda) en Deià, acordándonos de Robert Graves y sus mitos; nos ponemos, cual Dalí y Gala, frente a Cadaqués; nos dejamos caer por Potes a la sombra de los Picos de Europa, ahora que va a venir el calor, o nos perdemos por Guadalupe o Trujillo, con ánimo conquistador. Hay tanto para ver.