Almagro: averigua por qué este pueblo es puro teatro... y no es solo por el festival
Tiene una plaza en verde, con soportales y en galería que es una maravilla, rectangular e irregular, y además está lleno de monumentos y solera. Y hay molinos cerca por si hay que soñar
No es lo mismo ir en pleno julio cuando hierve su festival de teatro, a la manera de Edimburgo con su Fringe, que hacerlo en septiembre, octubre y siguientes, cuando ya se ha bajado el telón. Pero, Cervantes, Molière y Calderón aparte, tal vez esto último sea mejor. Plantarse en Almagro ahora, cuando el otoño y sus hojas están al caer, cuando hace (y sobre todo hará) menos calor y no hay tanto (bendito, por otra parte) follón.
Porque, dicho sea de paso, en esta ciudad manchega se vive el teatro como si esto fuera el Siglo de Oro, con una pasión desbordante y antigua por los escenarios. Así que no olvides que aquí estarás entre bambalinas, aunque no hayas entrado aún a su magnífico corral de comedias. ¿Por qué? Te lo contamos. Almagro también se merece estar entre los candidatos a ser el pueblo más bonito de España en la encuesta de Vanitatis. Ah, y está solo a 200 kilómetros de Madrid.
Verde sobre blanco
Si tu verano ha estado enmarcado en el azul sobre blanco, pongamos en Mijas, en Cadaqués o en Altea, y no digamos ya si has tenido la suerte de caer por Óbidos (Portugal), Paros (Grecia) o Sidi Bou Said (Túnez), este otoño o preotoño toca el verde, aunque no solo. Concretamente, el que luce la plaza almagrense, pintoresca y única, de inspiración flamenca (de Flandes, no Andalucía). Se trata de la Plaza Mayor, claro, que está hecha de soportales de columnas toscanas de piedra que sostienen galerías cubiertas, su planta es rectangular e irregular y tiene dos pisos. Fue plaza de armas y sede de feria de comercio, que, amén del teatro, es lo suyo también en la actualidad. No te pierdas las tascas, las berenjenas o el sublime encaje de bolillos.
¿Un teatro? No, un corral de comedias
No es lo mismo verlo en acción que en el silencio de su tablado, galerías, zaguán, patio y otras partes más estrambóticas para nosotros como son la alojería, donde se vendía la aloja (bebida hecha de agua, miel y especias) y otros tentempiés, y la cazuela, nada que ver con comer. Pero así, sin deus ex machina ni comparsas de Dionisos en danza también tiene su gracia. Mucha: es el único corral de comedias que se ha mantenido tal cual desde que Cervantes publicó la primera parte del Quijote, principios del XVII. Y ahí está, en pie, de madera de color almagre, de ese rojo óxido del que le viene el nombre a Almagro. Para darte un baño aún más dramático, lo mejor es visitar el Museo Nacional de Teatro.
Mucho más que teatro
El corral de comedias es la estrella, sin lugar a dudas, pero Almagro es mucho más: una ciudad típica castellanomanchega plagadita de monumentos que, por supuesto, es conjunto histórico artístico. Hay mucho para ver: iglesias como la de la Madre de Dios, la de San Blas, donde tienen lugar conciertos de música y también teatro, o la de San Bartolomé; conventos, como el de la Encarnación, el de Nuestra Señora del Rosario, antigua universidad renacentista, o el de San Francisco, que hoy es el ilustre Parador de Turismo; los tiempos adelantan que es una barbaridad. Almagro ha sido a lo largo de la historia una peregrinación de franciscanos, agustinos, hermanos de San Juan de Dios, jesuitas... Y se nota.
Y no solo edificios religiosos
También abundan los civiles: palacios a gogó, caso del de los marqueses de Torremejía o el de los Fúcares, que administraban las minas de mercurio de Almadén; casas solariegas, como la de los Wessel, la del Mayorazgo de los Molina o la de los Rosales, estas dos en plena Plaza Mayor, y hay más; aparte de otros edificios que dan tronío a esta villa que por tener tuvo hasta muralla, aunque no queda ni el rastro. Hay que darse un paseo por este barrio noble, el de los caballeros.
En un lugar de La Mancha...
Sí, nos ponemos quijotescos para situar Almagro en el mapa y lo encontramos en el Campo de Calatrava, que es el centro mismo de Ciudad Real. Para saber más de la tierra, de quesos, hilaturas, matanza, cordelería, siega, bodega o artesanía, hay que pasarse por el Museo Etnográfico Campo de Calatrava. Esta es tierra de blondas y de encajes desde el siglo XVIII -no falta Museo del Encaje- y también de berenjenas aliñadas, que tienen denominación de origen, los cervantinos duelos y quebrantos, gachas y tiznaos. Puedes probar las delicias de esta cocina tan literaria en el restaurante La Muralla de Almagro (Ronda de San Francisco 34): sopa castellana, asadillo manchego, migas del pastor y mucha caza. De postre, bizcochada.
Dónde dormir
Es casi obligado quedarse en el Parador de Turismo (Ronda de San Francisco 31), que fue convento y aún conserva el claustro, la iglesia y las celdas de los monjes, en una de las cuales, ya convertidas en habitaciones hoteleras, podrás dormir (desde 75 euros). Y si no, ¿qué tal en el Retiro del Maestre (San Bartolomé 5)? Arquitectura de la región, dos patios internos y mucha solera y encanto (desde 79 euros).
En los alrededores
Una vez aquí, se puede hacer la ruta de los castillos, que pasa por el de Calatrava la Vieja y el de Calatrava la Nueva, aventurarse por el Parque Nacional de Cabañeros o el de las Tablas de Daimiel, y recorrer, ya puestos, el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. Pura y maravillosa naturaleza.
No es lo mismo ir en pleno julio cuando hierve su festival de teatro, a la manera de Edimburgo con su Fringe, que hacerlo en septiembre, octubre y siguientes, cuando ya se ha bajado el telón. Pero, Cervantes, Molière y Calderón aparte, tal vez esto último sea mejor. Plantarse en Almagro ahora, cuando el otoño y sus hojas están al caer, cuando hace (y sobre todo hará) menos calor y no hay tanto (bendito, por otra parte) follón.