P or más que nos empeñemos en buscar y rebuscar entre preparadores de la piel, bases de maquillaje con pigmentos soft focus o mascarillas que prometen la belleza flash, para tener una piel bonita, realmente bonita, solo hay un camino: que esté sana.
La piel sana es, básicamente, la que está equilibrada, es decir, que mantiene una correcta función barrera, con las proporciones adecuadas de agua y lípidos. Cuando está falta de agua, se deshidrata, cuando está falta de lípidos, se altera. Cuando pasan las dos cosas al mismo tiempo, se llena de rojeces, provocando tirantez y picazón.
En una rutina de belleza, que siempre ha de ser eficaz, sencilla y constante, deben incluirse tres gestos fundamentales: limpieza, hidratación y protección. La limpieza, dos veces al día, con el producto más adecuado a las necesidades y estado de la piel. En cuanto a la hidratación, es importante hacerlo con ingredientes que respeten la barrera, de forma que el agua se retenga dentro de la piel, y la protección, con un factor muy alto de amplio espectro, mejor si es ligero y se puede maquillar encima, para favorecer la adherencia a él los 365 días del año.
Ahora bien, si por un uso indebido de algún producto de belleza, una exfoliación demasiado fuerte o por agentes externos (como la radiación solar, la contaminación, el tabaco o, incluso, el estrés) la barrera se altera, hay que tratar de restablecerla como prioridad. Es decir, seguir limpiando y protegiendo –de forma eficaz y siempre suave- pero atendiendo a los dos aspectos que mantienen estable ese escudo protector, que son el agua y los lípidos. No hay que perder de vista que solo con una barrera cutánea en condiciones puede haber una piel sana y, por ende, bonita.
O lo que es lo mismo, hay que hidratar y nutrir la piel para que siempre esté en equilibrio. Solo así recibirá correctamente los activos antiedad de sueros y cremas y brillará con todo su esplendor. Las parejas perfectas sí existen, como podrás comprobar en nuestro particular memory. En el caso de la piel, el dúo perfecto lo forman el ácido hialurónico y las ceramidas, que cumplen las dos funciones fundamentales para su cuidado. Veamos cuáles son:
- Hidratar la piel significa permitirle que restablezca sus niveles óptimos de agua. Esto se consigue no dejando que la que contiene se escape. Este gesto debe formar parte del 100% de las rutinas, no importa el tipo de piel. Para llevar a cabo la hidratación, normalmente se buscan ingredientes que vayan directos a la diana, como el ácido hialurónico.
- Nutrir la piel, por su parte, tiene como objetivo fortalecer su barrera protectora natural de lípidos para evitar la deshidratación y la sequedad. Esto conviene sobre todo a pieles maduras o secas, que son las que de forma más habitual pierden ceramidas. Estas actúan como cemento, convirtiendo la piel en una pared sin huecos, sin escapes, donde el agua no puede escaparse.
Para que este mecanismo funcione correctamente, nuestra piel cuenta con el ácido hialurónico y las ceramidas de forma natural. Sin embargo, fruto del paso del tiempo y de las agresiones mencionadas anteriormente, se pueden perder y conviene reponer ambos. Por eso, el tener el dúo perfecto reforzando tu barrera cutánea es imprescindible.
Para ello, hay que construir una rutina cosmética que sea realmente eficaz y transversal a todos los tipos de piel, todo ello para conseguir una piel de buena calidad, más firme, saludable, con una función barrera bien resistente y un aspecto radiante. Con el binomio obtenido en el juego de las parejas ya sabemos qué ingredientes incluir.
Desde Elizabeth Arden proponen una fórmula estrella para que la piel reciba estos dos ingredientes (ácido hialurónico y ceramidas) de la forma más eficaz. Atención a estos productos: