Cómo poner freno al melasma en otoño: el momento ideal para revertir los daños del sol
Pero también una oportunidad: la de reconciliarse con la piel en otoño, apostando por tratamientos inteligentes, disciplina cosmética y una rutina de protección constante que nos acompañe los 365 días del año
El otoño es la estación de la reparación. Tras meses de sol, calor y exceso de radiación ultravioleta, la piel pide una tregua. Es el momento perfecto para revertir los daños acumulados durante el verano, especialmente uno de los más comunes —y persistentes—: el melasma. Esta hiperpigmentación crónica, que se manifiesta como manchas marrones irregulares en el rostro, puede aclararse con el tiempo, pero rara vez desaparece por completo sin un tratamiento adecuado.
La Dra. Flavia Bonina, experta en medicina estética y tecnología láser, lo define como “una alteración inflamatorio-vascular influida por la radiación UV y visible, las hormonas y la genética”. De hecho, explica que el melasma aparece sobre todo en zonas como frente, mejillas y labio superior, y sigue un patrón simétrico que delata su origen hormonal y su estrecha relación con el sol.
Por su parte, la Dra. Angie Bech, médico estético de la clínica Demya en Málaga, subraya que afecta principalmente a mujeres en edad fértil, con mayor incidencia en fototipos medios y altos. “Durante el embarazo, el cloasma puede alcanzar hasta el 70 % de los casos debido a los picos hormonales y a la fotosensibilidad que provoca la gestación”, señala. Aunque la incidencia en hombres es menor, también pueden desarrollarlo si existe predisposición genética o exposición solar intensa.
Un problema multifactorial que exige tratamientos personalizados
El melasma no responde a una única causa ni a un tratamiento universal. A la radiación solar —la gran responsable— se suman las fluctuaciones hormonales, la predisposición genética y, como se ha descubierto recientemente, factores inflamatorios y vasculares. Por eso, ambas especialistas coinciden en que el abordaje debe ser multifactorial y personalizado.
“El diagnóstico preciso es la clave”, explica la Dra. Bech. “En consulta utilizamos dispositivos como la luz de Wood o el dermatoscopio para determinar si el pigmento se localiza en la epidermis, en la dermis o en ambas”. Según su profundidad, el melasma puede clasificarse en epidérmico, dérmico o mixto. Este último es el más frecuente —presente en alrededor del 65 % de los pacientes— y el más complejo de tratar.
La tormenta perfecta: hormonas, radiación y estrés oxidativo
El melasma se agrava cuando confluyen varios factores. “Estrógenos y progesterona aumentan la melanogénesis y la transferencia de melanina”, explica la Dra. Bonina. “La piel con melasma expresa más receptores hormonales, por lo que tratamientos como la terapia hormonal sustitutiva o los anticonceptivos pueden reactivarlo”. Si a eso se suma la exposición a la luz visible —incluida la emitida por pantallas— y el uso de cosméticos fotosensibilizantes, el riesgo de hiperpigmentación se dispara.
Para prevenirlo, la fotoprotección diaria es imprescindible durante todo el año. Las expertas recomiendan fotoprotectores con color y óxido de hierro, que actúan como escudo frente a la luz visible y azul. Además, la Dra. Bech aconseja reforzar esta defensa con fotoprotección oral (con ingredientes como el Polypodium leucotomos), y antioxidantes como la vitamina C, la melatonina o el resveratrol, que combaten el estrés oxidativo y ayudan a prevenir recidivas.
De los peelings al láser: el nuevo enfoque 360º
En el pasado, los peelings químicos agresivos eran la primera línea de tratamiento, pero hoy se sabe que pueden empeorar la inflamación y, por tanto, la mancha. “Cuanto menos agredamos al melasma, mejor”, afirma la Dra. Bonina. Actualmente, se prefieren peelings superficiales de ácido glicólico, mandélico o salicílico, combinados con activos despigmentantes como el ácido tranexámico, kójico o la niacinamida.
En el caso del melasma epidérmico, tecnologías como el láser Q-Switched o el Hollywood Spectra de Cynosure Lutronic ofrecen resultados muy eficaces. Este dispositivo emite pulsos ultracortos de nanosegundos que fragmentan el pigmento sin dañar el tejido circundante, reduciendo el riesgo de inflamación térmica. “Los resultados son progresivos —explica Bonina—, pero desde las primeras sesiones se nota el tono más uniforme”. Lo ideal son entre 6 y 10 sesiones, con un precio aproximado de 150 € cada una.
Actualmente, se prefieren peelings superficiales de ácido glicólico, mandélico o salicílico, combinados con activos despigmentantes como el ácido tranexámico, kójico o la niacinamida
Para los melasmas vasculares o mixtos, la Dra. Bech combina diferentes láseres e IPL vasculares en lo que denomina “terapia sándwich”: una misma sesión que trata tanto el componente pigmentario como el vascular, a veces complementada con luz LED o microinyecciones de ácido tranexámico. “Cada piel responde de forma distinta —añade—, por eso es esencial adaptar el protocolo y hacer un mantenimiento anual, especialmente tras el verano”.
No hay cura definitiva, pero sí control
Tanto Bonina como Bech coinciden en un punto: el melasma no tiene una cura definitiva, pero sí puede controlarse y mantenerse a raya con constancia y un plan a largo plazo. El éxito se mide, no solo en la desaparición visible de las manchas, sino en la reducción de recaídas. “Es importante tener expectativas realistas”, recuerda la Dra. Bonina. “La clave está en el mantenimiento con sesiones de láser una o dos veces al año y la fotoprotección diaria con color”. El melasma es, en definitiva, el recordatorio más visible de los excesos del sol.
El otoño es la estación de la reparación. Tras meses de sol, calor y exceso de radiación ultravioleta, la piel pide una tregua. Es el momento perfecto para revertir los daños acumulados durante el verano, especialmente uno de los más comunes —y persistentes—: el melasma. Esta hiperpigmentación crónica, que se manifiesta como manchas marrones irregulares en el rostro, puede aclararse con el tiempo, pero rara vez desaparece por completo sin un tratamiento adecuado.