Por qué todos los vestidores (y perfiles) de Instagram parecen clones
Descubre las causas por las que las redes sociales parecen estar uniformadas
Hubo una época en la que para triunfar en las redes sociales tenías que diferenciarte. Cuando en todos los perfiles las influencers apostaban por tonalidades arena, los que se diferenciaban del resto gracias a prendas de colores brillantes o a estampados atrevidos eran los que conseguían los likes y las miradas. Pronto las marcas se dieron cuenta de que lo que la gente buscaba era prendas y accesorios con los que llamar la atención, no diseños pensados para encajar dentro de las tendencias establecidas, y esa fue la causa por la que marcas como Balenciaga y Vetements comenzaron a apostar por prendas dispuestas a romper internet. Sin embargo, es por todos sabido que la moda lucha por etiquetar y categorizar incluso lo inclasificable, por lo que pronto esos diseños pensados para diferenciarse se convirtieron en la norma y en un paradójico elemento unificador. ¿Podemos ser diferentes en un mundo que se esfuerza por hacer plantillas con las que reproducir lo distinto hasta hacerlo habitual?
Los vestidores de las celebridades eran hace dos años enormes habitaciones en las que se distinguían baldas en las que diferentes diseños de Hermès, Chanel y Louis Vuitton contaban con sus espacios perfectamente separados. Eran tiempos en los que las tonalidades arena y nude primaban y en los que los clásicos it bags eran los que destacaban en las imágenes subidas por las celebridades de sus armarios. Cuando los colores comenzaron a amenazar la paz cromática, por fin los vestidores se diferenciaban los unos de los otros, hasta que las chicas de The Home Edit, las organizadoras profesionales que ordenan los hogares de celebridades como Reese Witherspoon y Khloé Kardashian, impusieron sistemas de almacenaje en los que los colores del arcoíris se impusieron. Al comienzo esta fórmula fue innovadora, pero el programa, gracias a Netflix y a las redes sociales, terminó por convertirse en la norma.
El otro día Kylie Jenner subió una foto de un rincón de su vestidor que nos hizo creer que ya lo habíamos visto antes, y supimos por qué creíamos que se trataba de un déjà vu: el de Elsa Hosk es prácticamente igual. Ambas cuentan con las mismas sandalias de rejilla de Bottega Veneta, con los mismos mules de plataforma de The Attico y con bolsos icónicos en tonalidades brillantes.
De los Birkin y de los 2.55 de Chanel rosas empolvados y negros hemos pasado a diseños coloridos que convierten cada vestidor y cada imagen de Instagram en un calco. Antes los diseños logomanía de Dior resultaban impactantes. Ahora, basta con abrir Instagram para ver cómo cientos de influencers posan con el mismo modelo una y otra vez hasta convertirlo en un look tan habitual que resulta más sorprendente ver un diseño de Zara que uno de la maison francesa.
De hecho, el éxito de perfiles como el de Amelia Bono radica en que al apostar habitualmente por marcas low cost, resulta más atrayente descubrir de qué marca va vestida que saberlo de inmediato porque otros cien perfiles previos ya han llevado el mismo look.
En tiempos de crisis no es extraño recurrir a uniformes o a lugares comunes en la moda para sentirnos parte de una comunidad con la que abrazar el sentimiento de pertenencia, pero esperamos que pronto volvamos a luchar por diferenciarnos y por emplear la moda como un elemento de expresión personal y no como símbolo de alienación.
Hubo una época en la que para triunfar en las redes sociales tenías que diferenciarte. Cuando en todos los perfiles las influencers apostaban por tonalidades arena, los que se diferenciaban del resto gracias a prendas de colores brillantes o a estampados atrevidos eran los que conseguían los likes y las miradas. Pronto las marcas se dieron cuenta de que lo que la gente buscaba era prendas y accesorios con los que llamar la atención, no diseños pensados para encajar dentro de las tendencias establecidas, y esa fue la causa por la que marcas como Balenciaga y Vetements comenzaron a apostar por prendas dispuestas a romper internet. Sin embargo, es por todos sabido que la moda lucha por etiquetar y categorizar incluso lo inclasificable, por lo que pronto esos diseños pensados para diferenciarse se convirtieron en la norma y en un paradójico elemento unificador. ¿Podemos ser diferentes en un mundo que se esfuerza por hacer plantillas con las que reproducir lo distinto hasta hacerlo habitual?