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Los Koplowitz y quién es quién en la leyenda de Balenciaga
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LA ELEGANCIA DEL SOMBRERO

Los Koplowitz y quién es quién en la leyenda de Balenciaga

Repasamos las pequeñas historias que hicieron más grande si cabe al mayor genio de la moda de todos los tiempos

Foto: Exposición 'Balenciaga. La elegancia del sombrero'.
Exposición 'Balenciaga. La elegancia del sombrero'.

Corrían los años 40 cuando un empresario polaco que huía de los nazis llegó con su familia a España. En aquellos días buscaron dónde trabajar y la cuñada de este empresario, mujer de su hermano, tocó a la puerta del taller del gran maestro de la moda: Cristóbal Balenciaga. Se ofrecía para realizar flores de tela. Aquellas pequeñas obras artesanales conquistaron al maestro de la costura y acabó siendo una de sus proveedoras. La señora en cuestión era Carlota Hirsh y el empresario se llamaba Ernesto Koplowitz, padre de Alicia y Esther.

placeholder Exposición: 'Balenciaga. La elegancia del sombrero'. (Cortesía)
Exposición: 'Balenciaga. La elegancia del sombrero'. (Cortesía)

Esta historia viene a dar un ejemplo de cómo Balenciaga llegó a construir un gran ‘ejército’ de colaboradores que hicieron más grande todavía su propia casa. Esta semana, para incidir más en esto, se ha inaugurado en el Museu de Disseny de Barcelona una exposición sobre los sombreros del genio vasco. En ‘Balenciaga. La elegancia del sombrero’ se hace un repaso sobre sus creaciones que para los expertos son verdaderas obras de arte: “Diseñó unas creaciones que cambiaron la moda del sombrero”, reconoce Lydia García, propietaria de la colección de moda española López-Trabado. “Son piezas casi surrealistas y fueron tan innovadores como los propios trajes que realizaba. Para mí, faltaba una exposición como esta, porque ese trabajo fue una verdadera maravilla”.

placeholder Conjunto de Balenciaga. (Cortesía)
Conjunto de Balenciaga. (Cortesía)

Detrás de estos diseños estaba la aprobación de Balenciaga, pero partían de algunos de sus colaboradores más cercanos: “Quien diseñaba los sombreros al principio fue Wladzio Jaworowski d’Attainville y tras su fallecimiento en 1948 hubo un paréntesis hasta que apareció Ramón Esparza”, reconoce la experta en el diseñador Ana Balda, que tampoco olvida la labor de María Ozcariz, responsable de muchos de los diseños que se realizaron y con quien trabajó Hirsh, según recordaban estos días en su perfil de Instagram.


Pero la genialidad de este couturier no solo se vio en sus sombreros. En el universo de Balenciaga aparecen otros nombres que también hay que destacar. Esta semana en Londres se subastaban dos diseños de Felisa Irigoyen, una de las más íntimas colaboradoras de la casa de Madrid. Ambas superaron ampliamente los 1.500 euros. Pero… ¿quién era Felisa? Pues ni más ni menos que la jefa del taller de Madrid, una de las mejores manos de la moda y la encargada de bordar el vestido de Fabiola de Bélgica, que se confeccionó en España: “Muchas veces se confunde espectacularidad con dificultad y eso ha hecho que se suela decir que las piezas de París son mejores que las españolas, pero no es así”, reivindica Balda.

Foto: La duquesa de Alba y Luis Martínez de Irujo, el día de su boda. (EFE)


“Desde el punto de vista de la ostentación, en París se contaba con mayor presupuesto y en España se optaban por creaciones más discretas, pero muchas veces es más difícil hacer un traje sastre que uno de fantasía. Para entender esto, basta explicar que el vestido de novia de Fabiola se confeccionó en Madrid. Esa es ‘la pieza’ de Balenciaga y se hizo aquí”. A esto Balda añade también que cuando Balenciaga decidió echarle una mano a Givenchy prefirió llevar al equipo de Madrid hasta París.

Para las pieles, se contaba con Jose Luis Molina; en el textil era conocida su colaboración con Abraham y de la casa salieron nombres como Emanuel Ungaro, André Courrèges o Federico Forquet… La lista es interminable porque Balenciaga lo era. Incluso su pasión por lo español y por nuestra artesanía le llevaron a contar con la colaboración de un taller sevillano: “El vestido de novia de Sonsoles Díaz de Rivera fue bordado por un taller que bordaba mantos de Semana Santa”, explica Balda. En ‘Balenciaga, mi jefe’, Mariu Emilas recoge las notas que dejó escritas su padre, Juan Mari Milas, uno hombre que acompañó a este genio de la moda durante prácticamente toda su carrera.

placeholder Exposición en el Museo del Disseny de Barcelona.
Exposición en el Museo del Disseny de Barcelona.


“A mí un colaborador que también me gusta mucho es Sache”, confiesa García, coleccionista de indumentaria. “Los pañuelos que hace Balenciaga con ellos son prácticamente cuadros abstractos que van más allá del típico pañuelo. No hay nada mejor que le vaya a un traje que uno de esos diseños. Y tampoco podemos olvidar la figura de Jeanine Janet, encargada del escaparatismo de sus tiendas. Aquello también iba más allá, era una reflexión sobre lo que suponía la casa en un momento en el que la moda era algo tan elitista que necesitaba de todas las artes aplicadas para poder manifestar su verdadero peso y valor”.

Pasado el tiempo, y retomando la historia con la que iniciábamos este relato, Carlota Hirsh no necesitaba de su trabajo con Balenciaga para poder darse los caprichos que quisiera, pero para ella trabajar para el maestro era un privilegio tan grande que no podía dejarlo. Como ella, fueron muchos los que crearon un equipo que hizo todavía más grande la leyenda de un hombre irrepetible. Pequeñas historias que deben ser contadas.

Corrían los años 40 cuando un empresario polaco que huía de los nazis llegó con su familia a España. En aquellos días buscaron dónde trabajar y la cuñada de este empresario, mujer de su hermano, tocó a la puerta del taller del gran maestro de la moda: Cristóbal Balenciaga. Se ofrecía para realizar flores de tela. Aquellas pequeñas obras artesanales conquistaron al maestro de la costura y acabó siendo una de sus proveedoras. La señora en cuestión era Carlota Hirsh y el empresario se llamaba Ernesto Koplowitz, padre de Alicia y Esther.

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