Desayuno con diamantes
60 AÑOS
Audrey Hepburn
y su 'black dress'
vistos por
Lorenzo Caprile
Desayuno con Diamantes
60
AÑOS
AUDREY HEPBURN
Y SU 'BLACK DRESS'
VISTOS POR
LORENZO CAPRILE
Desayuno con diamantes


Vanitatis se acerca, junto a Lorenzo Caprile, al Museo del Traje, donde se conserva el vestido que Audrey Hepburn llevó en este clásico del cine que cumple seis décadas

Texto: Jose Madrid
Vídeo: Helena Sánchez
Fotos: Agencias / Cortesía Museo del Traje
Diseño: Bolívar Alcocer


Érase una vez una bonita y escuálida muchacha. Vivía sola, exceptuando un gato sin nombre…”. La descripción de Holly Golightly, esa joven prostituta que recorre, a primeras horas de la mañana y con los acordes del ‘Moon River’ de fondo, la Quinta Avenida de Nueva York, es inequívoca. Si no pudiésemos verla en pantalla, esas palabras nos llevarían a pensar en esa pipiola que desayuna un minúsculo cruasán y un café frente al escaparate de Tiffany’s y, por supuesto, en Audrey Hepburn. Puede que Truman Capote, autor de la novela en la que se basó ‘Desayuno con diamantes’, prefiriese a su amiga Marilyn Monroe para encarnar al personaje. Pero, sesenta años después del estreno, un 5 de octubre de hace 60 años, es Hepburn la que permanece en nuestra cabeza. Ella y su ‘black dress’, paradójico símbolo de glamour dado el trasfondo melancólico de Holly y las referencias a su profesión y al dinero que le dan “para ir al tocador”.

Lo que pudo ser el retrato turbio de una frívola desamparada se acabó convirtiendo en un emblema del glamour y del romance. Mucho tuvo que ver ese vestido negro que aparece en la primera secuencia y que muy pocos saben que está en España. Al menos, una de sus copias, que se encuentra en un Museo del Traje que, tras una reforma, reabre sus puertas a finales de octubre.

Con motivo de esa reapertura y el aniversario de la cinta de Blake Edwards, un símbolo que trasciende al propio mundo del cine, Vanitatis se ha trasladado al museo. Allí, de la mano de Lorenzo Caprile, fan de la película y buen conocedor del diseñador del vestido, Hubert de Givenchy, hemos visto con nuestros propios ojos el color, el tejido y las formas de una pieza imprescindible que explica por sí sola la relación entre la moda y el séptimo arte.

“Givenchy siempre hablaba de Audrey. De hecho, publicó un libro con bocetos de los vestidos que había diseñado para ella. Fue una de esas grandes historias de amor entre un creador y su musa que se dieron en el siglo XX. Ahora esas cosas, si no hay dinero de por medio, ya no suceden”, puntualiza Caprile, que además asegura que el diseño también supuso un paso adelante en el mundo de la moda. “Se reflejaba, por primera vez, a la mujer moderna”, asevera. La opinión es compartida por José Luis Garci o Pedro Almodóvar, que vieron en la protagonista de ‘Desayuno con diamantes’, con sus luces y sus sombras, a una fémina contemporánea.







¿Un relato crudo o un cuento de hadas?

La ambigüedad (no solo sexual) de la obra original de Capote fue suavizada en pos de un tono dulce; las cloacas de la frivolidad convertidas en una comedia romántica. El Código Hays, que regía lo que se podía o no se podía ver en las películas de Hollywood, jamás hubiese permitido las referencias a la bisexualidad de la protagonista o a su labor de meretriz. Quizá por eso ni la propia Audrey quería rodar ‘Desayuno con diamantes’, un proyecto que rechazó en varias ocasiones. Sus dudas continuaron cuando Paramount desechó a John Frankenheimer como director en favor de Blake Edwards, una decisión más del gusto de la actriz.

Cuando aceptó estar en la película cobró 750.000 dólares y puso toda la carne en el asador. El personaje lo merecía: Holly coquetea con los hombres que le dan dinero, pasa información confidencial a un gánster y acaba enamorada de un vecino que también tiene a una benefactora, un ‘gigolo’ con ínfulas de escritor al que interpretó George Peppard. Querían a Tony Curtis, pero fue él el elegido pese al disgusto de Blake Edwards. “Me llevé bien con él pero nunca fue mi media naranja”, comentaba en un documental.




Audrey y Givenchy

Hubert de Givenchy junto a su gran amiga, Audrey Hepburn.


Otro de los arrepentimientos del director tuvo que ver con su retrato del vecino oriental, que interpretó un Mickey Rooney toscamente disfrazado. En tiempos más políticamente correctos, resulta una caricatura algo racista y difícil de asimilar. Richard Shepherd, el productor, dijo que si pudieran eliminar a ese personaje, la película “sería perfecta”. Edwards tampoco estuvo excesivamente contento con la serie de gatos que encarnaron a la mascota sin nombre de la protagonista. “Cómo los odiaba”, exclamó una vez ante la rebeldía de los animalitos frente a las cámaras.

De lo que nunca se arrepintió Edwards fue de elegir Nueva York (ahí sí se respetó la novela) como escenario de la historia de Holly, su vestido de noche, su caótica vida y el progresivo enamoramiento de su vecino. Los más observadores habrán comprobado que la mayoría de las secuencias están rodadas en plató, en las instalaciones de Paramount para ser más exactos. Pero eso no impide que la Biblioteca Pública, Central Park y, por supuesto, la joyería Tiffany’s sean otros de los protagonistas de la cinta; los puntos cardinales de ese Nueva York de principios de los 60 que vibra con la energía de la música compuesta por Henry Mancini.


La de Givenchy y Audrey Hepburn fue una de esas grandes historias de amor entre un creador y su musa que se dieron en el siglo XX

La canción ‘Moon River’, que compuso para Audrey Hepburn, es parte indisociable del mito. Durante una proyección, algún ejecutivo poco lumbreras señaló que podrían “deshacerse de esa estúpida canción” en el montaje final. Fue la propia Audrey Hepburn la que se levantó en armas para decir que solo eliminarían el tema por encima de su cadáver. Aunque avanzada la película es cantada, en modo susurro, por la propia Audrey, ‘Moon River’ aparece por primera vez en la mítica secuencia inicial, con esa Quinta Avenida inusualmente vacía y ese taxi que para frente al escaparate de Tiffany’s y del que ella se baja. Los espectadores la vemos de espaldas y con su ‘black dress’ de Givenchy, intrigados y deseando contemplar la belleza de su rostro. Es imposible encontrar mejor banda sonora para una secuencia que tampoco fue fácil de rodar.

Aunque no se ve en pantalla, docenas de neoyorquinos curiosos observaban cada movimiento de la estrella, que se puso nerviosa y tuvo que repetir algunas tomas. El bullicio era considerable pese a que el rodaje de ese momento tuvo lugar un domingo por la mañana. Era, además, la primera vez que Tiffany’s abría su tienda ese día, algo que no se hacía desde el siglo XIX. Todo fuese por un Hollywood que entonces aún tenía fama de fabricar sueños y paralizar al personal.




El vestido negro, elemento que suma enteros a la leyenda, aparece en la película gracias a la amistad entre Hepburn y Hubert de Givenchy. El diseñador, que la conoció cuando puso su granito de arena en ‘Sabrina’ pese a la firma final de la legendaria jefa de vestuario, Edith Head, fue uno de los grandes afectos de la actriz durante décadas. Gran parte de la Audrey símbolo se la debemos a él. “Solo en sus prendas me siento yo misma”, confesó ella en una ocasión.

Aunque a Paramount no le gustó demasiado la abertura que dejaba ver parte del muslo de Audrey, nada impidió que ella misma se enamorase del diseño y lo luciese en una de las secuencias más evocadoras de la historia del cine. Aunque una de las copias está en Madrid, otra fue subastada por la casa Christie’s y se vendió por más de 900.000 dólares.



Desayuno con diamantes

La actriz, frente al escaparate de Tiffany’s, durante el rodaje del mítico inicio de la película.



El propio Lorenzo Caprile nos contaba que la cantidad está a la altura de un hito de la cultura popular que ha sobrevivido seis décadas y que, de rebote, también ha hecho historia en el mundo de la moda. Como dijo una crítica del ‘Austin Chronicle’, ‘Desayuno con diamantes’ es también el “retrato idealizado de un espíritu libre y amoral que permanece grabado, pese a todo, en nuestra memoria colectiva”.

La obra original de Capote fue suavizada en pos de un tono dulce; las cloacas de la frivolidad convertidas en una comedia romántica

Sin embargo, a muchos críticos todavía se les resiste. No forma parte, por ejemplo, de la lista de las 100 mejores películas del cine norteamericano del American Film Institute. Por encima de reconocimientos, para mucha gente refleja un Nueva York que quizá nunca existió; una ciudad en la que los ‘gigolos’ pueden redimir a las chicas de vida libertina, en la que la búsqueda de un gato bajo la lluvia conforma un clímax romántico y en el que las chicas que ‘van al tocador’ tienen dinero para vestir trajes de Givenchy. Todo lo que Capote odió de ‘Desayuno con diamantes’ es, precisamente, todo lo que ha hecho que, sesenta años después, nos siga gustando tanto. La “bonita y escuálida muchacha” y su ‘black dress’ se han convertido en parte de nuestras vidas.



MUSEO DEL TRAJE, EL 'HOGAR' DEL VESTIDO

Dedicado al estudio de la evolución de la indumentaria y el patrimonio etnológico en nuestro país, el Museo del Traje reabrirá sus puertas a finales de este mes tras una inversión de 1.425.785,98 euros. A partir de ahora habrá espacios mejor adaptados a las necesidades de la institución, que permitirá exponer auténticas joyas como el vestido de Givenchy y fomentar sus colecciones de indumentaria histórica, contemporánea y tradicional, además de joyería y complementos.