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"Perdone, ¿quién le ha copiado mi vestido?". Firmado: Dior
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ALTA COSTURA

"Perdone, ¿quién le ha copiado mi vestido?". Firmado: Dior

La historia del escándalo de espionaje y piratería en la edad dorada de la alta costura

Foto: Modelo para Christian Dior, 1966. (Getty/David Cairns/Express/Hulton Archive)
Modelo para Christian Dior, 1966. (Getty/David Cairns/Express/Hulton Archive)

Imagínense la escena. Corre el año 1948 y en una exclusiva fiesta de la alta sociedad italiana, dos mujeres que sujetan una copa de champán se cruzan la mirada. Una de ellas, rápidamente, se acerca a la otra intrigada por el vestido que lleva: “¿Dónde ha conseguido la copia del diseño que me están confeccionando a mí en París?”.

Puede parecer una escena de película, pero lo cierto es que, durante los últimos años de la década de los 40, la alta costura parisina se vio amenazada por una sucesión de copias que pusieron a trabajar a los servicios secretos galos y a replantear el negocio a los diseñadores. Algo no funcionaba en la capital de la moda y las creaciones más espectaculares que se exhibían en los salones de moda más importantes del momento aparecían replicadas al poco tiempo en Italia, pese a que esos diseños se guardaban bajo llave en cámaras de seguridad.

placeholder Christian Dior, en su taller. (Getty)
Christian Dior, en su taller. (Getty)

Uno de los casos más espectaculares, por los tintes de largometraje de espías que llegó a tener, fue el que protagonizó Christian Dior en 1948. La escena con la que comenzaba este texto efectivamente sucedió y desde la sede de la firma parisina se entendió como un total atentado contra la maison. En esos momentos, además, Dior seguía disfrutando de su época dorada como creador del New Look y, pese al gran volumen de ventas que gestionaba, no estaban dispuestos en la casa a permitir que ninguna clienta se diera de baja (y las cancelaciones por copias se empezaban a convertir en una constante).

Hay que ponerse en situación. En aquellos años, la idea de retransmitir en directo un desfile como hacemos ahora no se le pasaba por la imaginación a ninguno de los publicistas o encargados de prensa de las firmas. De hecho, los desfiles se concebían como una sucesión de maniquíes que lucían los números de los diseños para que las clientas y los compradores pudieran ir anotando cuál iban a encargar. Apellidos como Guinness o Simpson reservaban en aquellas citas gran parte de su armario, y acto seguido se empezaban a confeccionar los diseños de la temporada. Además, las citas eran cuatro: una para la primavera, otra para el verano, otra para el otoño y otra más para el invierno. Los desfiles, lejos de la performance que soy hoy en día, con no más de 40 salidas, resultaban prácticamente interminables: podían llegar a presentarse más de 100 modelos por convocatoria.

placeholder Modelo de Dior. (Getty)
Modelo de Dior. (Getty)

Las celebrities tenían su espacio, pero lo compartían con los grandes compradores (sobre todo americanos), y la idea de photocall todavía no se trabajaba. De hecho, los desfiles no destacaban por su espectacularidad: se solía desfilar en muchos casos en los propios talleres de la casa y sin música. Así que aguantar la sucesión de vestidos podía llegar incluso a ser una labor tediosa (por mucho que lo que se mostraran fueran algunos de los sueños más bonitos que la humanidad ha podido materializar).

¿Cómo podía ser entonces que con una clientela tan reducida y un control total sobre lo que se fotografiaba, se produjeran copias de diseños que no se habían visto en prensa? Según relata el periódico 'ABC' de aquel año, para conseguir las imágenes se armó todo un sistema de espionaje al más puro estilo Hollywood. Algunos invitados llevaban cámaras ocultas en los bastones o solapas y ejercían como 'agentes infiltrados'. En otros se confiaba en la memoria de los 'espías' que finalizado el desfile acudían a su hotel a reproducir los diseños a los que se les había visto más posibilidades comerciales.

Foto: Dior. (Cortesía)

Dos de los nombres a los que se acusó de este espionaje industrial fueron el diseñador italiano Alberto Fabiani, conocido también como Puricelli, y la condesa Simonetta Visconti. Habían comenzado una relación sentimental recientemente (se casarían en los años 50) y ambos tenían una prometedora carrera en la moda, de ahí que, según las autoridades galas, optaran por copiar los bocetos de Dior, que les debió de parecer una buena idea para ensanchar su mercado. La pareja acabó en el calabozo y su habitación de hotel, registrada minuciosamente por la policía, aunque nunca se llegó a encontrar ni rastro de boceto alguno.

placeholder Modelos vestidas de Dior. (Getty)
Modelos vestidas de Dior. (Getty)

Dior tomó como medida en aquel momento para proteger sus diseños el incremento del precio para poder sentarse en cualquiera de sus desfiles (que pasó a costar sesenta mil francos -una cantidad que incluso a día de hoy suena a elevadísima-) y vetó 'sine die' la entrada a los compradores italianos. Esta última medida escondía, además, toda una declaración de intenciones: comenzaba en ese momento una guerra soterrada entre los diseñadores italianos y franceses para hacerse con el control del mercado, y poder mantener a raya a la competencia, impidiendo el acceso a los diseños y patrones, se entendía como una medida inteligente para defender la supremacía gala.

Pero lo cierto es que las medidas para controlar la piratería de diseños sirvieron de poco. El mismo Dior, en su autobiografía 'Christian Dior y yo', confesaba: “Encuentro más o menos desfigurados mis diseños en los escaparates de los almacenes. Pero incluso estas copias, estas adaptaciones, que rayan a veces en la deformación, me son útiles; al término de una cierta saturación, me hacen ver los fallos en los que he estado a punto de caer”. Una inteligente actitud por parte del diseñador del momento, que no solo no pudo contener las copias, sino tampoco el afianzamiento de la moda italiana, que solo unos años después vería como genios como Valentino Garavani (formado en París), Irene Galitzine o el propio Fabiani se convertían en nombres de referencia en la moda internacional.

Imagínense la escena. Corre el año 1948 y en una exclusiva fiesta de la alta sociedad italiana, dos mujeres que sujetan una copa de champán se cruzan la mirada. Una de ellas, rápidamente, se acerca a la otra intrigada por el vestido que lleva: “¿Dónde ha conseguido la copia del diseño que me están confeccionando a mí en París?”.

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