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Brighton: el descanso de los reyes
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Brighton: el descanso de los reyes

Como todos los monarcas ingleses desde Enrique VIII, el rey Jorge IV ostentaba el título de defensor de la fe anglicana, pero llevaba una disoluta vida

Como todos los monarcas ingleses desde Enrique VIII, el rey Jorge IV ostentaba el título de defensor de la fe anglicana, pero llevaba una disoluta vida y ya desde la época en la que la locura de su padre Jorge III le obligó a ocupar el puesto de príncipe regente acusaba problemas físicos tan terrenales como los altos niveles de ácido úrico... que tenía la gota, vamos. Por consejo de su médico, y esperando encontrar en Brighton las bondades de las suaves brisas marinas, el entonces príncipe visitó la villa, enclavada a unos ochenta kilómetros al sur de Londres, y no pudo más que enamorarse del lugar.

No sólo era el agradable clima del condado de Sussex lo que le atraía: su distancia de la capital le permitía mantener su relación con la católica Maria Fitzherbert lejos de las indiscretas miradas cortesanas, que censuraban el affaire entre el jefe de la Iglesia de Inglaterra y una seguidora del Papa de Roma. El mismo rey que ordenaría levantar el palacio de Buckingham, dipsómano, fetichista y mujeriego, encargó al arquitecto John Nash (autor también del rediseño de Trafalgar Square) la reconstrucción del Royal Pavilion siguiendo los dictados del estilo indo-sarraceno tan en boga en el siglo XIX.

La construcción de este bello edificio de interior chino-mongol supuso la transformación definitiva de la pequeña villa pesquera de Brightelmstone en uno de los principales destinos turísticos de la época. En el siglo XIX los urbanitas burgueses comenzaban a acercarse a las playas en busca de nuevos medios de esparcimiento: de esta misma época datan también los primeros pasajes comerciales y las exposiciones públicas de arte por toda Europa. El Pavilion se mantuvo bajo la protectora estela de los reyes británicos hasta la época victoriana, cuando fue comprado por la ciudad. De ese tiempo precisamente es el Brighton Pier, un ejemplo más de la vinculación de esta bella urbe costera (que tiene algo de San Francisco, pero también de alguna villa mediterránea) con el mar que la baña. Brighton vive del mar, disfruta de él, lo ama y lo ha convertido en un poténte símbolo de la ciudad.

El Brighton Pier del que hablamos es un centro de atracciones construido sobre el mar que tiene montañas rusas, máquinas recreativas, restaurantes y todo tipo de entretenimientos en los que el agua desempeña un papel principal. A su lado se encontraba hasta 1975 el West Pier, que acogía una bellísima sala de conciertos. Un devastador incendio acabó con él definitivamente en 2003 y desde entonces las discusiones sobre qué hacer con el espacio se suceden. Parece que la decisión final consistirá en levantar una torre de 150 metros sobre el nivel del mar diseñada por los mismos autores del London Eye, aunque por ahora el visitante sólo encontrará unas desvencijadas estructuras metálicas que de todos modos mantienen cierto aire romántico que invita a acercarse a ellas y disfrutar de la puesta del sol.

Brighton es una ciudad joven, llena de vida y en la que la nueva cultura urbana ha logrado abrirse un hueco gracias, por ejemplo, al buen hacer de sus artistas del graffiti. El archifamoso Banksy ha dejado en las calles de la ciudad algunas de sus obras más famosas, como el stencil situado junto al pub Prince Albert, en la bohemia zona de los lanes, en el que aparecen dos bobbys besándose (Brighton se enorgullece, y no sin motivo, de contar con con una de las escenas gays más vibrantes del Reino Unido).

El área de los lanes, cercana a la estación central de trenes, tiene una de las vidas culturales más interesantes de la ciudad y las compras en ella tienen un sabor especial. En alguna tienda de Kensington Gardens se puede adquirir desde chapas originales de The Beatles de los años 60 hasta muebles de rabioso diseño o libros de viejo. De Brighton han salido algunas de las más interesantes bandas de rock del panorama actual, como The Pipettes, The Go! Team o British Sea Power, por lo que acercarse a pubs como The FreeBut o el Concorde a escuchar a algún grupo local de jóvenes melenudos puede servir para presumir, a la vuelta, de haber descubierto al siguiente número uno en ventas (aunque a España tarde en llegar dos años más). No se quede con las ganas y pregunte en la zona cuáles son los conciertos más interesantes del día. A diferencia de otros lugares en Inglaterra, aquí la gente estará encantada de charlar con usted un rato e informarle sobre todas las posibilidades de ocio, no en vano llevan dos siglos dedicados al turismo.

Como todos los monarcas ingleses desde Enrique VIII, el rey Jorge IV ostentaba el título de defensor de la fe anglicana, pero llevaba una disoluta vida y ya desde la época en la que la locura de su padre Jorge III le obligó a ocupar el puesto de príncipe regente acusaba problemas físicos tan terrenales como los altos niveles de ácido úrico... que tenía la gota, vamos. Por consejo de su médico, y esperando encontrar en Brighton las bondades de las suaves brisas marinas, el entonces príncipe visitó la villa, enclavada a unos ochenta kilómetros al sur de Londres, y no pudo más que enamorarse del lugar.