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Mil y una últimas cenas en Milán
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Mil y una últimas cenas en Milán

Napoleón Bonaparte no pasaba por ser un tipo demasiado apuesto. Muchas obras de arte que lo inmortalizan evocan la figura de un hombre achaparrado, con la

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Mil y una últimas cenas en Milán

Napoleón Bonaparte no pasaba por ser un tipo demasiado apuesto. Muchas obras de arte que lo inmortalizan evocan la figura de un hombre achaparrado, con la mandíbula inferior prominente y un labio superior tan fino que parecía casi completamente escondido en el interior de la boca. El militar que tuvo a toda Europa en sus manos tiene una estatua dedicada en Milán que, sin embargo, describe el apolíneo cuerpo de un joven guerrero. Tan elogiosa representación se encuentra en el patio de entrada de Brera, la academia de bellas artes y pinacoteca que, desde el siglo XVIII, es el centro en el que en la capital lombarda se reunió una de las mayores colecciones artísticas de la península italiana. Y Brera jamás sería igual si Napoleón no hubiese dominado estas tierras. Con el precio de los viajes a Milán, dedicar una jornada a disfrutar de las obras maestras presentes en la pinacoteca no supone ninguna pérdida de tiempo.

En este bello palacio que fue centro jesuita en sus orígenes se comenzó a acopiar obras de arte a partir de la era napoleónica. La capital lombarda lo fue también del reino italiano instaurado por el corso, y en Brera se fueron recopilando muchas obras provenientes de conventos que no habían comulgado con el nuevo orden. Grandes lienzos y pequeñas tablas, como el Cristo Muerto de Andrea Mantegna con su arriesgadísimo escorzo, han compuesto en Brera, que durante la Segunda Guerra Mundial fue alcanzada por los bomardeos, una amalgama de obras en su mayor parte italianas pero con alguna joya del los maestros flamencos, de Van Dyck a Bruegel el viejo.

Entre tanto cuadro hay varios que parecen mantener un diálogo artístico con una de las más grandes obras de arte de la historia, expuesta también en Milán, aunque al otro lado del Castello Sforzesco, en el Cenacolo Vinciano mandado edificar por Ludovico Sforza el Moro: se trata de la Última Cena de Leonardo Da Vinci, que recibe cada día a tantos turistas que es imposible conseguir un billete a menos que uno lo reserve con muchas semanas (cuatro, ocho) de anticipación. Tras sus paredes se oculta esta obra maestra de la perspectiva icónica, referencia cultual para los conspiranoicos del final de Cristo que narra con especial dramatismo y viveza el capítulo del Evangelio en el que San Juan describe el anuncio por parte de Jesús de la traición de uno de los discípulos a su mesías.

El influjo de una sola obra

La arriesgada composición de la pintura, con Judas Iscariote mezclado entre el resto de los apóstoles y con Jesús en el centro de la imagen, monopolizando sus puntos de fuga, es uno de los hitos de la perspectiva áurea. Su influjo se dejó sentir en las recurrentes versiones del tema presentes en Brera. Entre ellas, la muy alegórica interpretación de Paolo Veronese, que data de 1573 y que vio su título rectificado por el de Cena en casa de Leví para evitar problemas con la Inquisición, que consideraba irreverentes ciertas partes de la obra.

La Última Cena de Daniele Crespi, pintada entre 1624 y 1625, recuerda a la de Leonardo en la fisionomía de los personajes y en su animación, pero parece alejarse por completo en la estructura compositiva, en este caso vertical y abigarrada, con los apóstoles rodeando una pequeña mesa repleta de viandas. La otra, de Pietr Paul Rubens, llegó a Brera procedente de un intercambio con el Louvre en 1812. El maestro de Amberes despliega en este cuadro toda la madurez de su pintura, aunque la pieza es sólo parcialmente suya y fueron los alumnos de su afamado taller (por el que pasó el ya mencionado Van Dyck) los que la completaron.

Más información: Pinacoteca di Brera, Cenacolo Vinciano y patronato de turismo de Milán.

Napoleón Bonaparte no pasaba por ser un tipo demasiado apuesto. Muchas obras de arte que lo inmortalizan evocan la figura de un hombre achaparrado, con la mandíbula inferior prominente y un labio superior tan fino que parecía casi completamente escondido en el interior de la boca. El militar que tuvo a toda Europa en sus manos tiene una estatua dedicada en Milán que, sin embargo, describe el apolíneo cuerpo de un joven guerrero. Tan elogiosa representación se encuentra en el patio de entrada de Brera, la academia de bellas artes y pinacoteca que, desde el siglo XVIII, es el centro en el que en la capital lombarda se reunió una de las mayores colecciones artísticas de la península italiana. Y Brera jamás sería igual si Napoleón no hubiese dominado estas tierras. Con el precio de los viajes a Milán, dedicar una jornada a disfrutar de las obras maestras presentes en la pinacoteca no supone ninguna pérdida de tiempo.