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Monasterio de Piedra, el oasis de los monjes en Aragón
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Monasterio de Piedra, el oasis de los monjes en Aragón

Fue su cocina la que vio nacer el chocolate por primera vez en Europa y es su belleza arquitectónica y natural con retazos de antigüedad la

Foto: Monasterio de Piedra, el oasis de los monjes en Aragón
Monasterio de Piedra, el oasis de los monjes en Aragón

Fue su cocina la que vio nacer el chocolate por primera vez en Europa y es su belleza arquitectónica y natural con retazos de antigüedad la razón de que este enclave turístico sea espacio protegido. El Monasterio de Piedra se encuentra en Aragón y, arrinconado al suroeste por los monasterios de Veruela y Rueda, también dentro de la provincia de Zaragoza, es el punto más conocido del Río Piedra. Pero este paraje es más que una pincelada de hermosas cascadas, grutas y lagos que se entremezclan con vivas y variadas tonalidades de verde. Su valor cava más profundo, hacia finales del siglo XII, cuando trece monjes cistercienses moldeaban su cuerpo medieval por orden de su fundador, Alfonso II, y de su esposa, Doña Sancha, para dar soplo a un lugar que se erigiría sobre los restos del antiguo castillo, Piedra Vieja, y se convertiría en el vientre del trabajo y de la oración.

Hoy, el Monasterio de Piedra guarda rincones de paz y aires limpios para aquellos que quieran purificarse interior y exteriormente, y volver a encontrar la unidad con la naturaleza que muchas veces se ahoga entre el ruido de la ciudad y el humo de los coches. Tan sólo el agua y sus corrientes, el viento y la fauna, componen la música de su entorno. Pero este paraíso salvaje y frondoso también ofrece todo tipo de comodidades y servicios a quien desee recobrar los sentidos. El propio monasterio acoge un confortable hotel de tres estrellas donde dormir y descansar, en habitaciones que una vez fueron las celdas de los monjes y donde el placer de la vista se mantiene despierto, ya que la mayoría de ellas dan hacia el parque natural o el patio del claustro. Asimismo, los pies tendrán el gusto de deslizarse por corredores gótico-renacentistas y si continúan hasta la planta baja, encontrarán los recovecos del monasterio que sirven de acogida a celebraciones de bodas y otros eventos.

Pero el momento de expandir los pulmones y liberar las tensiones acumuladas en el pecho coincide con el del paseo por el Parque Natural que rodea la tranquilidad del monasterio. Flechas de color rojo guían al viajero a través de un recorrido que comienza en la Plaza de San Martín y que, bordeando el hotel, llega a rincones como el mirador de la Cola de Caballo, una cascada de 50 metros de altura que, en su interior, da cobijo a la espectacular y natural Gruta del Iris, o el Lago del Espejo cuyo nombre es suficiente alabanza a su transparencia y, en calma, resplandor. Mientras marcha el andante, el río Piedra serpentea por el parque, se acerca y se encoge, se aleja y se esconde, al compás del bosque de ribera que nace y muere en su orilla dejando lugar a los arbustos y plantas trepadoras que crecen cercanos a ella, pero más hacia dentro, o a chopos y álamos cuya vida se extiende ya alejados, en el interior. Así, esta continuidad arbórea se extiende por el vergel como cuna y madre de las numerosas especies de animales y plantas que allí viven.

Ejemplos de esta biodiversidad son la tenca y el cangrejo ibérico, que forman parte del aliento que se alimenta de sus agua... y qué prueba más verídica de su pureza que la presencia de la trucha común en ellas. Este salmónido es sensible a la calidad del agua ya que, para su supervivencia, requiere de ríos transparentes y ricos en oxígeno. Y del agua al aleteo del cielo. Pájaros de vistoso plumaje y voz melodiosa trinan en las estaciones de primavera y verano en boca de la oropéndola mientras otros como el verderón, que debe su nombre a su color, frecuentan las ramas de los árboles más frondosos a lo largo de todo el año.

Los secretos de la piscifactoría

Pero el Parque Natural ofrece más que esta explosión visual. La piscifactoría que se encontrará el caminante, pasada la cascada Cola de Caballo, alberga conocimientos de la vida e historia de las especies piscícolas, además de información sobre las labores de investigación del Gobierno de Aragón en este campo, el cual comenzó a ser estudiado a mediados del siglo XIX en Europa y que trata de repoblar de peces los ríos y estanques, y de fomentar su reproducción. Salas de exposición y archivos audiovisuales son la maquinaria puesta en marcha para instruir al curioso que observe. Una vez agotadas las posibilidades del recorrido o las fuerzas, las flechas azules sirven de indicativo hacia la salida del parque, pero esto no es sinónimo de fin del aprendizaje.

Un gran abanico de posibilidades se descubre ante el interesado en adentrarse en otros mundos. El arte de la cetrería, la cultura del vino o la historia del deleite más dulce son algunas de las ofertas instructivas de este parador. El Monasterio de Piedra ofrece tres exhibiciones diarias donde bellos ejemplares de aves rapaces demuestran la agilidad y escalofriante precisión de sus movimientos en la caza, además de la opción de aprender más sobre la función y morfología de estas depredadoras aéreas a través de un experto.

La enología también tiene hueco en este complejo monacal. El Museo del Vino, ubicado en las antiguas bodegas de los monjes, expone los útiles que empleaban éstos en sus menesteres agrícolas y ganaderas, además de explicar el proceso de elaboración de la uva y la importancia de este quehacer en su economía. Fotografías, documentales y la misma arquitectura del cillero complementan este viaje hacia el siglo XIII. Por último, y para endulzar la mente y no la boca, un paseo por la Exposición de la Historia del Chocolate, donde redescubrimos este manjar y aprenderemos algunos secretos sobre su llegada al Viejo Continente.

Tranquilidad y reposo, verdes y azules, un aroma a flora y fauna, un sabor a tradición e historia... A 200 kilómetros de la capital, el pecho de Aragón florece en bienvenida al visitante enseñándole el secreto de su palpitar, pasado y presente, en un viaje atemporal donde el hombre y la naturaleza convergen para, juntos, redescubrir sus raíces y construir un destino en común. El Monasterio de Piedra es el corazón de esta tierra que, firme en su constante latir, invita a romper con el artificio de lo humano y a reunificarnos con el espíritu originario que nos dio a luz: la Madre Tierra.

Fue su cocina la que vio nacer el chocolate por primera vez en Europa y es su belleza arquitectónica y natural con retazos de antigüedad la razón de que este enclave turístico sea espacio protegido. El Monasterio de Piedra se encuentra en Aragón y, arrinconado al suroeste por los monasterios de Veruela y Rueda, también dentro de la provincia de Zaragoza, es el punto más conocido del Río Piedra. Pero este paraje es más que una pincelada de hermosas cascadas, grutas y lagos que se entremezclan con vivas y variadas tonalidades de verde. Su valor cava más profundo, hacia finales del siglo XII, cuando trece monjes cistercienses moldeaban su cuerpo medieval por orden de su fundador, Alfonso II, y de su esposa, Doña Sancha, para dar soplo a un lugar que se erigiría sobre los restos del antiguo castillo, Piedra Vieja, y se convertiría en el vientre del trabajo y de la oración.