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Malta, el carácter del mar Mediterráneo
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Malta, el carácter del mar Mediterráneo

Cuenta la leyenda que Calypso, hija del dios Atlas, acogió en su morada en la isla de Ogigia a Ulises, que desembarcó en el archipiélago tras

Foto: Malta, el carácter del mar Mediterráneo
Malta, el carácter del mar Mediterráneo

Cuenta la leyenda que Calypso, hija del dios Atlas, acogió en su morada en la isla de Ogigia a Ulises, que desembarcó en el archipiélago tras nueve días navegando a la deriva por las aguas mediterráneas. En este lugar que, se cree, es hoy la maltesa isla de Gozo, permaneció siete años retenido con la propuesta de una vida eterna si permanecía allí por siempre, compartiendo el idílico paraje con la ninfa.

Acantilados de formas abruptas, una gama de azules nunca vista que se reparte entre ambos lados del horizonte y unas gentes a caballo entre la máxima mezcolanza y espíritu libre de quien tiene el mar por defensa. Esa es la bipolar personalidad de la isla. Su población se debate entre la hospitalidad ancestral que los caballeros de la orden de Malta se esforzaron (y se esfuerzan aún hoy) por mantener, y esa rudeza y desconfianza de quien aprecia su tierra y la sabe como un punto estratégico y ansiado por el resto, en el centro de un mar que puede contar tantas historias como segundos de vida tiene el mundo.

Aterrizamos en este risco del Mare Nostrum, dejando al norte Sicilia, el alma mater de la que un día se despidió Malta, y al suroeste Túnez, una tierra de cuyas fuentes la cultura maltesa ha bebido más de lo que quiere reconocer. Tanto incluso como lo hicieran del Reino Unido durante sus 50 años de pertenencia al imperio británico.

Nos adentramos en una tierra que antes que nosotros han pisado fenicios, romanos, bizantinos y árabes. Vamos hacia La Valletta, la capital de la isla y de este estado que ocupa el décimo lugar en el listado de los países más pequeños del mundo con sus 316 kilómetros cuadrados de superficie. En nuestros oídos se cuelan las notas de un idioma reflejo de la isla, el maltés, una mezcla de italiano y árabe que reverbera en los oídos de los neófitos. Mientras, un autobús, seña característica de la isla, nos lleva por las carreteras del interior sonriendo con sus cálidos colores y avisando de su llegada con un estruendoso traqueteo.

El tiempo se ha detenido y su transcurso parece no tener importancia en este pequeño estado poblado de edificios ocres. Sólo importa abrir los cinco sentidos y disfrutar mientras ponemos un pie detrás de otro para cruzar la calle más transitada de La Valletta, Triq Republic, en dirección al gran puerto. Allí se localizan los fuertes San Angelo y San Telmo, bastiones que permitieron que los isleños pudieran hacer frente a la invasión turca allá por el siglo XVI.

Muy poco tiempo antes de que eso sucediera, Alof de Wignacourt, Gran Maestre de la orden de Malta, había acogido en esta tierra al pintor italiano Caravaggio cuando media Italia le buscaba por haber asesinado a Rannuccio Tommasoni en una reyerta por un juego de pelota. Y, por aquellas vueltas del destino, ésta sería también la causa por la que el pintor tuvo que salir de Malta, aunque esta vez el motivo no fuera una pelota, sino uno más abstracto: el honor.

Pero aquellos eran otros tiempos que ya nada tienen que ver con la calma que se respira hoy, incluso en el puerto. Allí, en el Grand Harbour, tomaremos un barco para ver desde el mar cómo cae el sol sobre la isla y se adueña de ella ese toque místico. Y es que Malta tiene algo de intenso, no por motivos religiosos, sino más bien cromáticos.

El ocre se transforma en oro con la puesta de sol y otorga al perfil de La Valletta un aura casi irreal que sobrepasa lo religioso. Si bien, es cierto que la religión católica (a la que pertenece el 93% de la población) impregna toda la isla hasta un punto casi fanático. Las estatuas marianas aparecen en cualquier recodo de sus carreteras y las iglesias se iluminan con incontables bombillas de los colores más inverosímiles sin atender a preocupaciones por el consumo energético.

El fervor religioso está presente en la vida maltesa, quizá sea por saberse el lugar en el que, aunque por casualidad, San Pablo fue mordido por una serpiente venenosa y, milagrosamente, no sufrió ningún daño. Así en las localidades de Mdina y Rabat, en el centro de la isla, han quedado unas catacumbas con su nombre, que fueron visitadas por el 'papa viajero', Juan Pablo II, en su paso oficial por el estado.

Con el ocaso, el mar en calma y la pétrea mole invitan a sumirse en los propios pensamientos mientras la vista resbala sobre la desigual costa de la isla. Pasamos Sliema y vemos la torre de Saint Julian, el lugar con más locales de ocio de la isla. Navegaremos sin pausa hasta llegar al pequeño islote de Comino para ver, con los últimos rayos de sol, el azul más intenso que el Mediterráneo puede ofrecer, el Blue Lagoon. Una laguna de agua turquesa que mantiene su intensidad incluso cuando sólo la luna se atreve a acompañar al vaivén de las olas.

Gozo, que ya comienza a iluminarse, está más cerca aún de lo que parece en los mapas. Observamos la luz escaparse tras la Azure Window, una ventana que el mar le robó a la isla y que alcanza los cincuenta metros de altura. Enfrente se alza la Roca Fungus, una formación rocosa a la que el caprichoso Mediterráneo ha dotado con forma de hongo y que, curiosamente, es el único lugar en el que crece un hongo llamado Fungus Gaulitanus con altas propiedades medicinales.

Muy cerca nos espera la gruta de Calypso, una cueva excavada por el mar donde la ninfa seguirá aguardando a que alguien cumpla lo que Ulises no pudo: permanecer mirando al mar desde estas islas para el resto de la eternidad.

Hoja de Ruta

Cómo Ir: En avión desde Madrid Alitalia o Lufthansa y desde Barcelona con Clickair.

Dónde Dormir: En Malta en el Westin Dragonara Resort o en el Plaza Regency, y en Gozo en el hotel St. Patrick's.

Cuenta la leyenda que Calypso, hija del dios Atlas, acogió en su morada en la isla de Ogigia a Ulises, que desembarcó en el archipiélago tras nueve días navegando a la deriva por las aguas mediterráneas. En este lugar que, se cree, es hoy la maltesa isla de Gozo, permaneció siete años retenido con la propuesta de una vida eterna si permanecía allí por siempre, compartiendo el idílico paraje con la ninfa.