TURNING TABLES #2
BLANCA DEL REY (EL CORRAL DE LA MORERÍA) ELIGE SACHA, DE SACHA HORMAECHEA

El Corral de la Morería ha sido para mí la mejor de las universidades

Nos toca el restaurante Sacha, el lugar que nos ha invitado a conocer Blanca del Rey. Ella es la gran dama del templo del flamenco y el yantar en Madrid (el Corral de la Morería). Después de décadas al mando, ahora son sus hijos los que llevan el timón de este tablao ‘premium’. Conjugando con conocimiento las claves del baile y las ollas, han creado un nuevo concepto de restauración. Esta mujer es memoria viva de la capital. Recorre con ella estos y otros tiempos

Entrevista: Pilar Ortega
Fotos: Olga Moreno
Asistente de fotos: Helena Sánchez
Diseño: Bolívar Alcocer



Blanca del Rey es la capitana del Corral de la Morería, ese gran templo del flamenco de Madrid por el que han desfilado desde Camarón de la Isla hasta Paco de Lucía, pasando por Pastora Imperio, Lucero Tena, Antonio Gades o El Cigala. Aquí se combina el arte jondo con el arte gastronómico, pero lo suyo es bailar. Su restaurante ya luce una estrella Michelin, que se han ganado a pulso entre todos, con el chef bilbaíno David García al frente. Pero lo que Blanca del Rey sabe hacer, como pocos, es moverse, transmitir emociones, doblarse y articular giros imposibles. Tanto es así que su madre ya le decía desde niña que lloraba con compás. 

Sabores con ritmo y movimiento

Y es que Blanca del Rey tiene el ritmo en sus genes, adherido a cada uno de sus poros. Se nota en la cadencia de su voz, en su forma de andar, en sus gestos y en su manera de enfrentarse al mundo. De frente, con garbo, como la artista que nació en Córdoba, en un entorno humilde, y que persiguió un sueño que ya ha superado con creces. Además de ser la propietaria del Corral de la Morería, es Premio Nacional de Danza y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, pero, sobre todo, es una bailaora forjada a sí misma que hoy se siente orgullosa de haber conquistado ese gran espacio del flamenco en el que trabajan más de 70 personas.

Blanca del Rey
Su local, el Corral de la Morería, aparece en el libro ‘1.000 sitios que ver antes de morir’ (Martínez Roca).

Blanca del Rey, la gran ‘reina’ de ese territorio, dice que es muy mala cocinera, pero que sabe apreciar (y mucho) la alta gastronomía. Y si no, que se lo digan a David García, quien gozó desde el comienzo de la confianza absoluta de la familia Del Rey: “La gastronomía, como arte que es, ha de tener la base del pasado, porque si no, no es grande. Lo mismo ocurre con el baile y el flamenco. A mí me encanta comer. Me da igual si es creativo o no, siempre que esté bien hecho. Soy así de sencilla. Y me gusta prácticamente todo”.

Sin embargo, no se atreve a meterse mucho entre fogones, porque lo suyo, insiste, es bailar. Tampoco en gestiones empresariales (“No tengo la vena de empresaria. Es una asignatura que no voy a aprobar nunca”). Sin embargo, Blanca del Rey ha conseguido el ‘cum laude’ como bailaora. Una bailaora atípica, eso sí, que lo mismo te sorprende hablando de Silverio Franconetti, un cantaor y picador de toros que fue el pionero de los tablaos en el siglo XIX, que recuerda la frase que Maurice Béjart dijo refiriéndose al flamenco: “En Europa el arte se cuelga en las paredes y en Andalucía se vive en las calles”.

Blanca del Rey
Empezó bailando para sacar al local de la crisis y a los 19 años se casó con el dueño de un negocio que ha marcado su vida.

De unos pasos, una oportunidad

¿Una anécdota? A Blanca del Rey la expulsaron del colegio por echarse a bailar una soleá entre clase y clase (“No hubiera sucedido lo mismo si hubiera bailado clásico o tocado el piano”), pero lo que no sabían las monjas que la despidieron de las aulas es que un día exhibiría su arte en la Sorbona de París y en el teatro griego de Atenas, el Teatro Dionisio. Y que se iba a codear, en el Corral de la Morería con Salvador Dalí, Pablo Picasso, el Che Guevara, Yehudi Menuhin, Maya Plisetskaya, Lana Turner o Cristóbal Halffter.

¿Qué es el Corral de la Morería para usted? 

Para mí ha sido la mejor de las universidades. Es el centro de las culturas. Es un crisol de conocimiento. Por aquí han pasado grandes cantantes de ópera, grandes directores de música y de cine, grandes concertistas de guitarra flamenca, grandes políticos, grandes artistas… Yo no concibo mi vida sin respirar ese chorro de vida que hay en el Corral. Yo no puedo vivir sin él.

¿Se considera más artista o empresaria? 

Nunca seré empresaria. No entiendo de números, ni me interesa aprender. Los artistas no podemos dirigir un negocio. Yo tengo la suerte de tener dos hijos, Juan Manuel y Armando, que saben combinar su sensibilidad artística con la gestión, porque estudiaron Empresariales. Y ellos se ocupan. Y lo hacen muy bien.

¿Cómo recibieron el reconocimiento de la estrella Michelin a David García? 

Para mí fue un momento doblemente feliz. Primero, porque David se merecía que reconocieran el enorme trabajo que hay detrás de sus propuestas. Y también por ver a mis hijos felices porque se dejan la piel en esto, y ellos lo son todo para mí. Los momentos más felices de mi vida han tenido lugar aquí, sin duda.

Blanca del Rey
Ella, Premio Nacional de Flamenco, se convertiría en el alma y en la directora artística del tablao.


¿Qué recuerdos conserva de sus comienzos en el Corral de la Morería?

El Corral era una rareza. La gente no estaba acostumbrada a ver flamenco en un local. El flamenco se generaba en las reuniones, en las calles, en los bautizos, en las romerías, en las casas… Recuerdo el día que llegué aquí. Tenía 14 años y venía de una ciudad como Córdoba, tan moralista, tan senequista, tan cerrada… Un miedo que ni te cuento. El primer día que actué me encontré en la barra al símbolo de la sensualidad de Hollywood, Rock Hudson. Se me acercó y me quitó la flor que llevaba en el pelo. Me quedé como atontada, me temblaban las piernas y creo que bailé fatal. Eso fue el primer día. Y después hasta Anthony Quinn me quiso llevar a Hollywood.

¿Cómo definiría el Madrid de la época?

Era un Madrid muy vivo a pesar del tono gris de entonces. Pero el pueblo no tenía nada de gris. Basta que tengas una vara sobre la cabeza para que quieras vivir más intensamente.

La humildad, receta del éxito

¿Y cómo fueron su infancia y su aprendizaje en Córdoba?

El flamenco para mí era una droga desde niña. Y como no tenía maestros, yo escuchaba a las personas mayores, a los guitarristas, a los cantaores, y aprendía el baile de las antiguas. Yo bailaba de manera libre a los clásicos: a Falla, a Turina, a Granados… La humildad es la base del crecimiento. Con 7 años, mi madre sí me llevó a clases de danzas tradicionales, que son la base del flamenco. Yo podría ser ahora una bailarina clásica, porque en Córdoba hubo audiciones para un par de becas en París y me eligieron, pero mi madre se negó a dejarme sola. “Es que mi hija es bailaora”, dijo. Ella nunca se separó de mí hasta que se fue. Era un sargento y, ya casada, una Nochevieja volví a casa con mi marido a las 7 de la mañana y nos dijo que era la última vez que regresábamos a esas horas.

Usted es una autodidacta, pero con un currículo muy brillante.

Yo nací casi en la posguerra. Hoy nadie pasa hambre, pero entonces sí. Era la época de la leche americana. Muchas veces la abundancia, al final, te conduce a la miseria, porque no se valora nada. Mira la gente pudiente… Son los más miserables, aunque haya excepciones. Yo, que conozco las dos maneras de vivir, he visto a personas ricas que van perdonando la vida a cada paso que dan. Conozco bien esas sonrisitas. Y me hacen revivir el pasado.

Blanca del Rey
Hoy sus hijos, Juan Manuel y Armando, continúan al frente del Corral, donde han decidido apostar, además del flamenco, por la gastronomía.

Su marido, Manuel del Rey, era el propietario del Corral de la Morería y se enamoró perdidamente de usted.

Sí. Mi marido tenía una mente original y un corazón muy solidario. Era muy inteligente y supo transmitir a nuestros hijos una buena educación. Porque los niños respiran el comportamiento de sus padres. Las palabras se las lleva el viento. Todos los días del año estaba allí. Pero yo dejé de bailar por él. Los hombres veían mal en ese tiempo que sus mujeres bailaran. Era como un deshonor. Estuve unos años criando a mis hijos y después, cuando los niños crecieron y empezaron a pasar de mí, me fui a estudiar Historia del Arte para conocer el mundo de las formas. ¿Por qué las cuevas de Altamira? Yo tuve la suerte de ver esas pinturas rupestres hace más de 40 años y me quedo con la frase de Picasso: “Después de esto, llegó la mediocridad”.

¿Hay alguna otra espinita en su carrera?

Mi gran frustración es no haber interpretado a Juana la Loca. Me interesa mucho el personaje. Todavía sueño con que salgo al escenario a interpretar a Juana la Loca, aunque sea de anciana.

¿Qué es lo mejor que le ha pasado?

¿Lo mejor? No tener la mente configurada en nada. Haberme forjado yo sola, porque así siempre soy yo. Y mira que he llorado por eso... Mis amigos iban a Sevilla o a Jerez a estudiar baile y yo no podía. Pero esa frustración me hizo superarme.

¿Para cuándo un libro de memorias?

Pues quiero hacerlo, pero necesito recluirme. Y no me dejan. Pero pienso que si un día me da un ‘yuyu’, nos quedamos sin recuerdos. Estoy pensando en irme al norte, donde no me conoce nadie… Porque si no paro, no puedo hacer memoria.


Próxima Semana:
Sacha elige La Tasquería, de Javi Estévez

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