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Entramos en el piso de Ana Carrasco, creadora de Malababa, ¿es el más cool de Madrid?

La propietaria de la firma de complementos de piel Malababa nos adentra en su universo más personal, su hogar. Un piso maravilloso, amplio, luminoso, en el centro de Madrid y lleno de perfecta imperfección

Texto: Cris Castany 
Fotógrafa: Esi Seirlen
Asistente: Jess Rodriguez
Diseño: Bolívar Alcocer
Producción y estilismo: Flair Studio
Asistente de producción y estilismo: Marta Reparaz
Flores: Loreto Acuyens
Maquillaje y peluqueria: Sisley Paris


Cuando entramos en casa de Ana Carrasco, entendemos a la perfección el concepto decorativo del que muchos hablan, el Wabi Sabi. Una tendencia oriental que se basa en la belleza de lo imperfecto, en la sencillez de los materiales naturales. Y es que esta emprendedora de 44 años, que revolucionó hace 15 años con su marca Malababa el mundo del accesorio, nos demuestra que vive como piensa y siente lo que vive. Pasamos una mañana en el hogar que comparte con su marido, sus hijos y su perra, y nos desgranó las claves de un estilo de vida que, como ella, transmite belleza y serenidad.

Conexión total

Ana ha construido su vida con su socio y pareja, llevan juntos desde los 16 años y cuando se refiere a él en la entrevista (cosa que hace constantemente) lo hace por su nombre, Jaime. Porque aunque trabajan en la misma empresa, llevan casi tres décadas juntos y están comprometidos en el mismo proyecto familiar. Se nota que pese a que son equipo y son pareja, siguen siendo dos. ¿Y cómo se lleva trabajar las 24 horas del día con tu marido y en el mismo negocio? “Lo bueno que tiene trabajar juntos es que cuando uno tiene un deadline o una situación de estrés, el otro lo entiende perfectamente. Lo malo es que somos departamentos enfrentados constantemente. Yo diseño y comunicación, igual a gasto. Jaime, estrategia y dinero. Yo tengo más capacidad que Jaime para desconectar, creo que es un mecanismo de defensa… Tengo a mi marido y, por otro lado, a mi jefe. Aunque a él no le gusta que diga esto”.

Al pasear por esta casa descubrimos que está en constante movimiento (como su dueña), es vital, crujen nuestros pasos sobre el parqué antiguo, corre el aire por los filos de las puertas de madera de principios de siglo, todo respira vida: “Nuestros muebles vienen y van, decoran las tiendas, vuelven a casa, es una constante en nuestra vida”. Y es que ese movimiento que transita entre sus piezas decorativas es un reflejo de lo que es ella, pura energía.

MALABABA
Un piano de cola preside la entrada como único protagonista. Esta improvisada sala de música la ilumina una lámpara de aire retro.

De la mano de Ana recorremos cada espacio. Por ejemplo, el salón donde nos encontramos una estancia para recibir y que llama la atención en una casa con niños, piezas tapizadas en una napa en rosa empolvado, a las que sus hijos tienen ‘casi’ prohibido acercarse (todos sabemos que piel y dedos de niños no son compatibles), este es el lugar perfecto para recibir a amigos y tomar algo. En este espacio que respira luz ya empezamos a percibir el espíritu Malababa.

Mientras nos habla de su negocio, de su casa y de su mundo se interrumpe constantemente agitando las manos como para acelerar esa energía de locomotora emprendedora que lleva dentro. “Esto sí que es importante”, repite Ana en diversas ocasiones, como no queriendo dejar pasar esta oportunidad de contarle al mundo todo lo que les está sucediendo. Otras para y ordena las ideas, como cuando nos habla del difícil momento que está viviendo su marca, el proyecto al que llevan dedicados una vida. “Esta es sin duda la crisis más difícil que hemos tenido que capear todas las marcas del sector. Desde la mundial del 2008. Nuestro cliente habitual ha sido en una gran parte internacional, le gustan los valores que promovemos desde la marca, la perdurabilidad, la atemporalidad, la calidad". Los extranjeros nos entendieron antes que nadie. En estos tiempos se está imponiendo una nueva forma de comprar, más consciente, en la que se adquiere menos y mejor, y precisamente ese es uno de nuestros valores principales. Estamos deseando que se reactive el turismo”.

“La sostenibilidad es uno de nuestros valores primordiales”

Algo normal, teniendo en cuenta que hace escasos cuatro años hicieron una apuesta rompedora en la calle Serrano de Madrid, con una tienda de 170 metros cuadrados en la que la sostenibilidad recorre cada centímetro del comercio, la segunda en la capital de nuestro país: “Ha sido el proyecto que contiene todos los valores de Malababa. Las paredes son de arcilla, así el consumo de energía es inferior, esta también es antibacteriana. Todos los materiales son locales, excepto una ágata traída de México que siempre ha estado en nuestras tiendas. Llevamos 20 años trabajando con los mismos códigos y la sostenibilidad es uno de ellos. La piel es un material noble, pero secundario. Utilizamos pieles de animales que se han utilizado para la alimentación, son restos que se tirarían y nosotros los recuperamos y les damos una segunda vida. Cerramos el ciclo, con el animal que se consume tradicionalmente en España: la vaca, el cerdo, la oveja y la cabra. Solo importamos una pitón de una granja certificada de Malasia de la que se utiliza la carne y la pintamos a mano en Valencia. El resto de piezas se tiñen con agua de lluvia y trabajamos con el máximo de trazabilidad posible, hace unos años parecía imposible, pero ahora esta práctica se ha incorporado en todos los proveedores”.

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La piel, el fundamento de su marca, es la misma que tapiza los muebles de su salón.

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Nada sobra: todos lo elementos son fundamentales, como el Mickey Mouse de Laurence Vallières.

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Los elementos naturales como el papel (con esta ilustración de Françoise Gilot) y la madera están presentes continuamente.

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Ana posa en su sofá de diseño italiano con traje chaqueta Sophie and Lucie y pulsera Malababa.

Desde el principio, pese a que muchos les invitaban a fabricar fuera de España y así abaratar costes, Ana y Jaime Lara decidieron quedarse aquí: “Nunca lo hemos entendido, ni a nivel cultural, ni el sentido y puede que nos hubiera ido mejor”. Trabajan con muchas fábricas ampliando el valor social de la firma y tienen el certificado de Iberdrola de que solo utilizán  energías renovables. Le preguntamos si estos criterios los trasladan a su día a día y nos cuenta que incluso su marido lleva a los tres niños en bicicleta al cole (en una especie de carrito): “Mis hijos reciclan, no malgastamos, compramos en el mercado, mis pobres hijos se han acostumbrado a recoger residuos de las playas a las que vamos, creo que les estoy creando un trauma (ríe), hasta les pongo los documentales de los mares de plástico. Tampoco cojo el coche en mi día a día, me muevo básicamente andando, por ello hace nueve años nos vinimos al centro de Madrid a vivir, para acercarnos a nuestro lugar de trabajo y no contaminar dos horas al día. Incluso para hacer la compra intentamos hacerlo directamente con muchos productores y el resto en el mercado”.

No hay nada superfluo ni en su despensa, ni en su decoración, pocas piezas bien escogidas, en las que cada una respira protagonismo. Por ejemplo, un Mickey Mouse de Laurence Vallières, el artista que solo trabaja con cartón y forma parte de este movimiento artístico tan de moda que se llama Upcycling, en el que los integrantes se dedican a rescatar despieces de materiales para hacer un elemento nuevo. “Nosotros lo aplicamos en la empresa. Mi familia ha estado muy apegada al campo, me han inculcado lo de no malgastar. Lo llevamos haciendo con nuestras pieles desde hace mucho tiempo, aprovechamos cada resto para hacer piezas pequeñas, aunque eso en ocasiones no compense a nivel empresarial, no es rentable, pero somos así”. Conviven con el personaje de Disney otras piezas exclusivas como lámparas de Venini o un reeditado sofá de Sesann de Gianfranco Frattini para Cassina, demostrando que lo que les gusta a ellos, además del diseño italiano, es darle a todo una segunda o tercera vida.

Todo queda en casa

Juana, Fernando y Teodora, Dorotea, Fedecuqui… No podríamos distinguir los nombres de sus piezas de los de sus hijos. Nombres con personalidad que demuestran que todo su universo es uno, empresa y familia, en el que la calidad impera sobre la cantidad. “Siempre hemos estado muy centrados en el producto”, y lo mismo refleja cada una de las piezas que pueblan sus vidas. “Nos encanta el arte y la decoración, Jaime tiene mucha sensibilidad estética. Cuando nos casamos, entre los dos nos regalamos un cuadro que tenemos en nuestra habitación”, nos habla de un óleo sobre madera de Patricia Azcárate en tonos rojos que preside su sobria habitación. En este rincón de la pareja se respira paz y silencio, una cama con colcha blanca de algodón, una mesa rústica y un banco de madera son los acompañantes de esta pieza de color que simboliza su unión.

MALABABA

Madera sobre madera en su comedor con piezas del interiorista Jaime Beriestain.

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Entre las piezas encontramos cerámica de Malababa y Bárbara Acosta de formas sencillas y orgánicas.

Su familia la ha construido a base de mucho amor, sacrificio y sentido común, según subraya ella misma, “pero sacrificio del bonito, me gustaría enseñar a mis hijos a que sean alegres, generosos y superautónomos. Nosotros solo les vamos a dejar la educación, pero es que es la única moneda con la que te puedes mover por el mundo. Que sepan ser camaleónicos, que se adapten a todo”. Como sus muebles, que viajan de lo comercial a lo íntimo adaptándose al espacio.

Dice que es de planes sencillos, le gusta la vida en el centro, recoger muebles de la calle: “Es algo que hacemos Jaime y yo desde siempre, ahora es algo normal, pero antes nos miraban como si estuviéramos locos. Nos encanta ir a chamarileros, recorrer tiendas curiosas. La mayoría de las piezas de la casa las hemos encontrado así. Aunque también hemos comprado piezas en Ansorena”.

“Me he vuelto bastante empresaria, no me ha quedado otro remedio”

Personalidad y naturaleza, dos características que se repiten en cada espacio: “Yo es que soy muy de campo, mi padre tiene una yeguada árabe, Virgen del Carrascal, y necesito estar en contacto con la naturaleza. Nos gustaba escaparnos a Extremadura, es algo que añoramos mucho”. Y es que la palabra viaje está intrínsecamente unida a la firma y a su personalidad.

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Ana, en su espacio de trabajo vestida con un blazer de La Folie Santander, camiseta y jeans de El Corte Inglés, pendientes, anillos y zapatos de Malababa

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Una calavera del artista Demo sobre un carrito de metacrilato de los años 70, coronados por una instalación de Patricia Azcárate.

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Piezas que respiran humildad proporcionan carisma a la conceptualidad de la casa.

Nos relata los inicios de esta aventura con nombre que suena a broma, y es que todo comenzó como eso, como un divertimento que se acabó transformando en una forma de vida. “Empezamos yendo a ferias, primero a París. Fuimos a las dos que más nos gustaban, pero para entrar tuvimos que pasar hasta criterio de selección. De ahí a la segunda, a Los Ángeles, y nada más llegar nos contactó la responsable de compras de Barney’s. Pensábamos que era broma y cuando nos dimos cuenta de que era cierto nos preguntó: “¿Estáis preparados para una gran compra? Dijimos que sí, sin imaginar que triplicaría la producción de ese año. 400 bolsos por modelo, casi morimos de éxito. Tan solo hacía un año que Jaime había entrado como director general ‘para poner en orden todo en seis meses’ y dice que aún no lo ha podido hacer. Venía de un sector que todo funcionaba al segundo. El auténtico emprendedor es él, yo siempre he sido más hormiga, más de taller”.

Con los grandes de la moda

Ahí arrancaron y empezaron a vender en los grandes ‘spots’ de la moda, Opening Ceremony, Scoop y Harvey Nichols. Eran mayoristas, proveían a los grandes hasta que un día “nos sentamos con Jose María Castellanos, el que fue CEO de Inditex entre 1997 a 2005 de Amancio Ortega en Inditex, y nos dijo: ‘¿cómo no montáis tienda si estáis vendiendo 5.000 bolsos la temporada a otros?’. Y ahí nos lanzamos a abrir la primera tienda y fuimos abandonando la forma de trabajar que nos había visto nacer en un momento en el que empezaba a aparecer el comercio digital”. Vivieron un cambio al mismo tiempo que al mundo le asoló la crisis económica de 2008, y el mercado norteamericano del que habían vivido tomó la decisión de no acumular stock y hacer pedidos más pequeños de forma más recurrente, hasta semanalmente, y las marcas como ellos que no tenían canal de distribución propio no hubieran podido absorber esa forma de vida…, pero les salvó la tienda que habían montado.

MALABABA

Los tejidos naturales son los únicos presentes entre los textiles de este hogar en el que para aumentar la luminosidad se ha prescindido de las cortinas.

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El orgullo de Ana, su limonero en una terraza en el centro de Madrid. Ella lleva camisa y falda de Pez. Y zapatos y cinturón de Malababa.

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El coral con peana sobre la cómoda es un regalo de su marido Jaime. Lo compró en París en una tienda mítica de interiorismo, Deyrolle.

Viven reinventándose desde hace diez años, desde sus inicios como mayoristas, luego con la revolución digital y ahora con la pandemia: “Nuestro sector está muy tocado porque los que tienen mucho poderío de colchón financiero se pueden adaptar más rápido, pero los pequeños somos casi héroes. Eso sí, estar en este estado de alerta me mantiene joven. Vuelvo a aprender. Ahora estamos muy nacionales, aunque seguimos teniendo mucho éxito en Corea, otras marcas también están vendiendo en Asia. Parece que está toda la parte occidental tocada, pero en Oriente hay movimiento”. Y mientras habla de micro y macroeconomía lo hace con serenidad, en su comedor de madera de Jaime Beriestain, con las tablas que le ha proporcionado ya surfear olas parecidas, pero insiste en que “ninguna como esta. Piensa que nuestras clientas han dejado de andar por la calle para ir a trabajar, ahora lo hacen para moverse y eligen zapatillas. Antes el consumo típico de nuestro comercio era que por cada bolso se vendían cuatro pares de zapatos, ahora esta fórmula se ha invertido. Ese era el hábito normal de consumo. Un ratio que se cumplía y ahora no. Los zapateros han visto reducida su producción en un 80 por ciento”. Lo explica mientras toca la madera que componen los muebles del lugar donde se reúnen para comer y cenar en familia a diario, siempre juntos, es tradición: “Somos una piña, nos gusta estar todo el día pegados, nos acabamos de comprar una Volkswagen surfera para viajar con los niños, aunque la primera prueba ha sido un completo desastre”, confiesa riendo.

Y es que la imaginamos, en esa furgoneta perfecta, viviendo una experiencia muy bella pero a la vez imperfecta. Así le gusta a ella la vida y le permite aceptarla como es, no como quiere que sea. Wabi Sabi.