Nos encontramos en su piso, el séptimo al que se muda este matrimonio con tres hijos y una peculiar mascota, un conejo, desde que iniciaron su vida en común. ¿Siete? Muchos sí, pero su marido es un aficionado a Idealista, y su búsqueda del hogar perfecto para la familia los ha movido incansablemente, algo que puede que no vuelva a pasar porque parece que han encontrado tras veinte años de matrimonio el lugar perfecto. Entre medias de estos también hubo una aventura familiar en la Provenza francesa que ella recuerda con mucho cariño, pero el resto de las viviendas han sido en los alrededores de la de ahora. “Exceptuando cuando volvimos de Francia, intentamos vivir a las afueras de la ciudad, pero nos dimos cuenta por la logística de que era muy complicado para los niños y para nosotros, y en cuanto pudimos, volvimos a la zona en la que nos criamos”. Tienen a sus familias cerca por los dos lados. Tanto los padres como los hermanos de ambos viven a pocas manzanas de distancia. “Es una de las ventajas de esta zona”, añade mientras nos vamos acercando a la que es ahora su casa.
Lo primero que llama la atención al llegar a su calle es una portería espectacular, con entrada de carruajes, de las de antes, con doble puerta de hierro y cristal, que da la bienvenida a un edificio noble que habla ya desde abajo de las alturas y los espacios que nos encontraremos. Nos subimos a un ascensor de los antiguos, lento, con el sonido clásico de aquellos OTIS de los que ya quedan pocos.