Paul Anton y Bea Aiguabella

Paul Anton
& Bea Aiguabella

Un piso de 80 metros cuadrados en el que cabe un universo

Texto Cris Castany
Foto Esi Seilern
Formato Marina G. Ortega|F. Anido
Producción Flair Studio
Estilismo Marieta Yanguas
Maquillaje y peluquería María Nebrera para L’Oréal Professionel|Lancôme
Flores Loreto Aycuens

Un dúo profesional que también lo es en lo personal. Padres de tres hijos (Manuela, de 5 años; Inés, de 3, y Mateo, de 1), comparten una vivienda en una población cercana a Madrid que han abierto por primera vez a Vanitatis. Observa sus obras. La de Paul es escultural, trabaja la geometría y el volumen. La de Bea es pictórica, con la simetría y el color como protagonistas. Pese a ser diferentes, hablan entre sí, establecen una conversación armónica, eso lo reflejan en este hogar.

A

l adentrarnos en el refugio de los artistas, lo primero que llama la atención es su estética minimalista. Nunca vimos un minimalismo a este nivel, elevado a la enésima. Una tendencia muy actual que encontramos en la escuela del archiconocido arquitecto Vincent Van Duysen.

Se conocieron cuando los dos cursaban tercero de Arquitectura. Entre planos, maquetas, escuadras y cartabones construyeron una amistad que se reforzó cuando descubrieron que tenían algo más en común, el arte. Los dos se aferraban a la expresión artística en su tiempo libre, y el que era libre y de uno se convirtió en común y de dos.

Los muebles a medida son una de las claves para el aprovechamiento de los espacios, lo demuestra el sofá del salón y los muebles de los baños.

“Estudiamos Arquitectura en la Universidad de Navarra. Yo había hecho primero de Ingeniería en Canadá, perdí un año y me uní a su curso, y lo acabamos igual. Era 2013, no buscamos trabajo en España por la crisis y encontramos en Londres en el estudio Perkins & Will, donde Bea trabajó cinco años, y yo a los dos entré en Foster & Partners. Nuestro sueño era dedicarnos al arte pero fuimos conscientes de que era prácticamente imposible, tocábamos de pies al suelo”, explica Antón.

En 2015 se casaron y tan solo un año después y ya esperando a su primera hija, conocieron a unos vecinos artistas en la capital británica y vieron que su sueño podía realizarse, solo necesitaban más formación: “Bea me empujó y yo le dije: ‘¿En serio? ¿Pero si estás embarazada?’. Me animó un montón y lo intenté en varias universidades, pero mi favorita era en la que me cogieron en la UAL en el College Wimbledon. Especializada en escultura, tecnología…”.

“El mundo del arte es un poco snob, me parece bonito entrar en las casas de la gente”

Y así empezó esta obra que es su vida para esta maña y este pamplonica. Cuando su niña cumplió su primer aniversario, decidieron volver a España y alquilar un local en el barrio madrileño de Malasaña, donde empezaría su proyecto profesional. Paul nos explica todos estos detalles de su vida en común lentamente, con la misma cadencia con la que nos lo imaginamos esculpiendo una de sus piezas. No se deja un detalle, también es perfeccionista en este proceso.

Ella transmite tranquilidad, él la observa mientras organiza los espacios donde se van a disparar las fotos, Bea pone los taburetes rectos: “Yo soy más maniática, con el orden y la estética”. “Yo soy maniático en los procesos. Muy perfeccionista. Si no me sale bien algo, lo desecho”, comenta mientras coge la grabadora, se la acerca a ella para que oigamos bien o cierra la puerta para que no se oiga una cortadora de césped. Es curioso observar hablar a Paul de su mujer: “Es una artista con ideas geniales, muy práctica, es ejecutiva”. Sube la entonación cuando habla de ella, acelera más la velocidad de su voz. Cuando ella habla de él, se ralentiza, como si pusiera tempos a sus espíritus.

Un dúo en lo personal y lo profesional que ha conseguido una conversación artísitica única. Bea lleva blusa de Pez y pantalón de Sophie+Lucie. Paul lleva look de Cos.

Todo el aprendizaje de sus años como arquitectos está en esta bombonera. La separación de estancias, el color y la luz juegan un papel decisivo en este piso; a pesar de su tamaño, es amplio y acogedor a la vez. El proyecto, cómo no, lo hizo el matrimonio durante la pandemia, “aunque realmente lo diseñó Bea, yo solo aporté algunas ideas”, confiesa él. La luz natural es la gran aliada, han evitado muebles con demasiada presencia, hay un sofá diseñado a medida, una mesa de centro de piedra con base de madera también creada ex profeso.

Es curioso, no hay ni un elemento por medio, todo está integrado dentro de unos armarios curvos de roble con los que han aprovechado cualquier rincón posible. La magia del almacenamiento elevada a su máximo exponente. Trucos con los que han conseguido que la casa transmita una suerte de orden cartesiano. Se repiten los colores en las estancias, tierras empolvados, exceptuando el cuarto infantil que protagoniza el rosa, también apagado. Han priorizado unos tonos que proporcionan unidad a todas las estancias, transmitiendo personalidad, la misma que reflejan sus obras.

Una cocina integrada en el salón en la que no sobra un elemento y en el que la encimera funciona como mesa de apoyo.
Una carrera democrática

Cuando Paul acabó el máster dudó: “Yo no sabía qué iba a hacer porque había vendido alguna obra, pero no sabía si tenía que trabajar de arquitecto. Nos daba un poco de miedo la apuesta y Bea justo cambiaba de proyecto, teníamos a Manuela con un año. Total, que nos vinimos a España y pensamos que nos apañaríamos. Bea consiguió que le mantuvieran el trabajo de Londres trabajando desde España, y yo me lancé al estudio y salió una oportunidad para coger uno en Malasaña y le dije a Bea: ‘Deja el trabajo, vamos a darle que ya verás que va a ir bien’. Hicimos una inauguración en octubre de 2018 y todo enseguida vino rodado”.

Se lo montaron a través de las redes sociales, teniendo en cuenta la época de pandemia y, como les funcionaba, no apostaron por exponer en galerías: “Te exigen muchas veces exclusividad en la ciudad. Nosotros en Madrid vendemos mucho. Y aunque cada contrato es distinto, te limita. Tenemos alguna galería, por ejemplo, en Barcelona, Valencia... Esta última es una galería que nos daba buenas condiciones, él nos cayó bien. Y va creciendo”.

Hasta el detalle más mínimo está cuidado, los interruptores dorados sobre la pared son de la marca Icónico.

¿Dónde vendéis más?

Paul: Noruega, Canadá, Francia o Australia. Como vendemos directamente, eso nos permite estar en contacto con nuestros clientes, sentir el pulso. Somos muy sociables, nos gusta hablar con la gente, nos parece interesante también. El no tener galería te hace muy libre.

¿Cómo se enfrenta un artista a ponerle precio a su obra?

Bea: A nosotros nos da bastante libertad no estar en una galería. No tienes la presión de que se están llevando la mitad, por lo que puedes poner un precio más competitivo. Me gusta que la gente pueda comprar mi obra. Ves a alguien ilusionado al comprar tu producto y eso me encanta. Paul es un poco más caro que yo, algo lógico, por los materiales que utiliza. Y yo, además, pinto más rápido que él. Y aun así, los precios van en consonancia. Porque también, si alguien viene a comprarnos, la idea es que más o menos pueda comprar algo de uno de los dos.

La pareja ha replicado las premisas de su hogar en este taller que respira sus valores estéticos. Bea lleva blusa y pantalón de Pez y Paul viste de Cos.
Dos artistas marido y mujer trabajando juntos… ¿Cómo lleváis tanta intensidad?

Paul: Nuestras obras dialogan bien entre ellas. Por eso hemos seguido siempre juntos, por simplificar; o sea, nos ayuda logísticamente. Pero para que veas un ejemplo, esta obra del salón que puede que mañana se venda la hemos hecho entre los dos. Con los años hemos ido uniendo nuestra visión estética de las cosas. Pero tenemos las funciones divididas. Bea lleva más el Instagram y, como acompaña a los niños al cole, hay días que hacemos horarios cruzados, casi no nos vemos hasta que llegamos los dos a casa.

Cuando llegáis un día a casa de vuestros padres y decís que dejáis la arquitectura para ser artistas… ¿Qué sucede?

Paul: Al principio, no entienden nada, nos apoyaban, pero no entendían. Y cuando ya fue pasando el tiempo y fue yendo mejor, sentían asombro. Las vidas de nuestros padres eran vidas de profesionales tradicionales. Mi padre ha estado toda la vida en el BBVA, ahora está jubilado. Y mi madre trabajando en el servicio de información del estudiante de la Universidad de Navarra. La madre de Bea es una oncóloga muy reconocida de Zaragoza, da muchas conferencias, congresos, hace mucho ensayo clínico, mucha investigación, tiene un pedazo de currículum… Y el padre de Bea, profesor de bachillerato, de historia, es un filósofo. El lado abstracto de Bea le viene de allí. Mi madre dice que lo importante es “encontrar trabajo de lo tuyo”.

Paul Antón uitilza materiales como el papel, la madera o el yeso para dar vida a sus obras.

Aunque Bea hizo la obra de esta casa y la de un ‘txoco’ (lugar de encuentro gastronómico para amigos) en el centro de Madrid reconoce que ya no le gusta hacer proyectos de interiorismo. “Trabajé mucho en el estudio de arquitectura y ya quemé esa fase. Ahora solo hago este tipo de trabajos para mi suegra, que confía plenamente en mí, es como si fuera mi casa. Pero trabajar para un cliente y que te empiece a decir que la pared así no, que estas aguas no sé qué… Ya no quiero tener que taparme la nariz como hice en Londres. Mi trabajo actual es solo creativo, me cuesta volver a los marrones de la arquitectura, que tiene mucho de eso y poco de creación”. “Y luego estoy yo que no sé hacer reformas porque yo en Norman Foster trabajé haciendo fachadas, detalles técnicos estructurales. No sé como se pone ni un pladur. Yo sé hacer formas”, cuenta Paul.

“Como vendemos directamente, eso nos permite estar en contacto con nuestros clientes, sentir el pulso”

Según confiesa Aiguabella, estudiar arquitectura les ha servido de mucho: “Somos artistas pero tenemos un punto muy empresario. En Londres aprendimos métodos, procesos, orden, algo que en ocasiones les falta como tópico a los artistas”. Mientras hablamos, Bea nos traslada su inquietud, cree que la casa es demasiado pequeña para hablar tanto de ella, pero es que son cientos los detalles que merecen mención. Desde la pared porosa hecha con una mezcla única de yeso que creó Anton a capas con el albañil hasta que consiguió el tono ideal a la utilización de los materiales en los baños en los que combinan piedra y madera de una forma única.

Bea Aiguabella trabajando en su nuevo estudio en una obra trabajada con ceras sobre lienzo.
¿Quién os inspira?

Bea: A nivel arquitectónico, la escuela de John Pawson, Peter Zumthor o David Chipperfield. Son arquitectos y muy interioristas.

Paul: A mí me gusta mucho el equipo de Lacaton & Vassal, la influencia japonesa, edificios en los que pasa algo en la fachada.

Vamos, escuelas minimalistas

Bea: Es que nosotros somos un poco así, vivimos con lo justo y suficiente, vimos hace poco un documental en Netflix de unos minimalistas, un poco freaks, pero es muy guay. Unos chicos que se dan cuenta de que tienen que soltar cosas, trabajan el desapego y empiezan a vivir sin nada y dan conferencias sobre ello.

Paul: Hay que abstraer las ideas y no quedarse con todo el mensaje. Tú cuando vas a un evento, te pones la camisa bonita, hay que trabajar sobre eso en el hogar, tener lo justo y, bueno, a nosotros no nos hace falta mucho más.

El cuarto de los niños tiene como protagonista el rosa empolvado, destacan por encima del color unas librerias Montessory y unos trofeos de esparto.
Lo único que rompe esta armonía vuestra, sin resquebrajarla, es el cuarto de los niños.

Bea: A ver, he guardado muchas cosas, como abras los armarios de ese cuarto están llenos llenos. A mí me gustaría vivir todavía con menos. Pero la idea de esta casa es que, como tiene el tamaño que tiene, busqué un recurso para que todo estuviera metido en sitios, incluso tenemos un armario/lavadora.

Paul: Inevitablemente, todas las casas en las que hemos vivido se llenan de cosas. Y un día decimos ‘zafarrancho’, ordenamos y ya.

¿Y en vuestro taller repetís la fórmula?

Bea: Después de años en Malasaña en un pequeño taller en el que las máquinas de Paul nos comían, hemos alquilado un nuevo estudio en un callejón en Valdeacederas rodeados de naves con objetivos culturales. La nave tenía un suelo de gres que hemos cambiado, porque cuando empezamos a vivirla había algo que no nos cuadraba. Nosotros pintamos y fotografiamos las obras y cuidamos este proceso. Cuidamos mucho cómo se muestran nuestras piezas y el suelo nos afectaba a ese nivel. Hay una doble altura con suelo de madera y hemos imitado eso en la primera planta. Buscamos que el espacio hable de nosotros, queríamos que la personalidad que tenemos se respirara en el lugar en el que trabajamos. Eso es superimportante. Yo pinto por experimentación y necesitaba más espacio y Paul también. En Malasaña estábamos todo el día agudizando el ingenio para aprovechar el espacio y eso nos limitaba a la hora de crear, estábamos cansados de pensar cómo almacenar.

Paul: Para nosotros, la estética va más allá de la obra. Tenemos la idea de que cuando alguien viene a nuestro taller queremos que sienta que está comprando un proyecto entero.

Un detalle del nuevo estudio de los artistas que se divide en dos alturas para aprovechar mejor el espacio. La luz natural se filtra por una claraboya de cristal en el techo.
Es un cambio que va al mismo ritmo que vuestra trayectoria, de un taller humilde a algo más grande.

Bea: Nosotros somos muy conservadores, no damos un paso en falso y, sí, va de acuerdo a nuestro crecimiento. Hemos trabajado en empresas grandes y estamos empapados de ese espíritu nada propio del artista del ‘esto tiene que funcionar’. Si no vas a poder comer, pues no.

¿Compráis arte?

Paul: Sí, tenemos algunas piezas de nuestros artistas favoritos como José Luis Sánchez. Nuestro sueño es tener un Guillermo Mora. Le conocí a él y me encantó, le admiro muchísimo.

Los materiales son muy importantes, tanto en sus obras como en una de las piezas fundamentales de este hogar: los armarios, que son de madera de roble. Bea lleva look de Pez y Paul viste de Cos.
Habéis conseguido el logro que no han alcanzado muchos, vivir de vuestro arte…

Paul: Hay mucha gente que compra arte, unos meses más, otros menos, pero nos va bien. El secreto es nunca aumentar el precio a lo loco. Lo hacemos de forma natural, cuando sube el dinero, los materiales, pero no se nos va la cabeza. Tenemos precios democráticos. Lo que nos gusta es que nos compre gente joven, de nuestra edad, como decía un artista muy importante: “Hay que comprar a artistas de tu generación, de tu barrio, de tu cuerda”. Esos son los que pasan a tener valor. Lo que no tiene sentido es que alguien de treinta compre ahora un Picasso, el que lo hizo era porque era su amigo y de su quinta. Queremos que el proceso sea el mismo. Nos gusta acercarlo a los nuestros. El mundo del arte es un poco snob, me parece bonito entrar en las casas de la gente

Bea: Tú puedes elegir vender poco y caro, y nosotros vendemos mucho a un precio razonable. La sensatez, la justicia y la sinceridad están permanentemente presentes. Queremos una vida sencilla, la ambición profesional está bien siempre que te lleve a lo que a ti te gusta hacer. Mientras me pueda dedicar a lo que me gusta, pueda combinarlo con tener una vida de familia tranquila, tener para vivir, no nos importa ser los más importantes de nuestra generación… Lo que queremos es una vida tranquila… ¿No es a lo que aspira todo el mundo?

Paul: Muchas veces nos hemos planteado si queremos ser grandes al nivel de Plensa u otros, y lo hemos reflexionado y hemos decidido que no