Del baile de Lady Di a las peleas sobre el escenario: historias de la ópera que debes conocer

El 25 de octubre es el Día Mundial de la Ópera y nada mejor para celebrarlo que acudiendo a una representación. Mientras llega ese momento, también podemos descubrir algunas anécdotas, leyendas e historias relacionadas con este género musical teatral, que esconde muchos más misterios de los que pensamos.

En la ópera, todo es importante y ningún detalle puede ser dejado al azar. Hay que cuidarlo todo, desde las actuaciones de los intérpretes a la calidad y potencia de sus voces, y también el propio edificio en el que se representa adquiere una vital importancia. Tan divertido como una representación teatral, con música en directo como en los mejores conciertos y con un valor añadido que hace de la ópera un arte único que merece la pena conocer.

Un poco de historia

Combina el canto, la poesía, la actuación y la danza, y para conocer sus orígenes hay que remontarse bastante atrás en el tiempo. Concretamente, al año 1597, que es cuando Jacopo Peri escribió 'Dafne'. No surgió de la nada, muchas obras pasadas y corrientes musicales sirvieron de inspiración hasta llegar a esta obra, que es la primera composición considerada una ópera, tal y como la conocemos hoy día. Esta obra se ha perdido con el paso del tiempo, por lo que se suele considerar 'Euridice' (1600) como la primera obra que aún perdura.

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La ópera es un arte, pero quienes entienden de estas cosas enseguida vieron que además podía ser también un negocio si se cobraba la entrada, y así fue como surgió el primer teatro de la ópera público del mundo, establecido por el empresario Domenico Mazzocchi: el teatro San Cassiano de Venecia. Hasta ese momento todos los teatros habían sido privados, pertenecientes a familias aristocráticas. El edificio original era de madera y quedó destruido tras un incendio, siendo sustituido por una construcción de piedra. Fue demolido en 1812.

Mozart tenía solo 12 años cuando escribió su primera ópera, ‘Bastián y Bastiana’; Beethoven solo escribió una a lo largo de su carrera, ‘Fidelio’, y Barbieri escribió ‘El barbero de Sevilla’ en solo dos semanas. La ópera más larga del mundo es ‘El anillo del Nibelungo’, de Richard Wagner, que en realidad es una tetralogía, una obra en cuatro partes, y puede durar más de 14 horas; la más corta solo dura siete minutos y es ‘La liberación de Teseo’, de Darius Milhaud.

Se considera a Montserrat Caballé como la última prima donna, pues ella encarnaba todo lo que se asocia con una gran estrella de la ópera. La primera fue Anna Renzi, cantante italiana que debutó en 1640 y se convirtió en una gran figura de la música, llegando a ser una de las artistas más célebres y mejor pagadas de la época.

Escenarios del teatro de ópera

Como hemos comentado, el teatro San Cassiano de Venecia fue el primero público, pero el teatro Novissimo fue el primero construido específicamente para albergar las representaciones de las óperas. Los edificios dedicados a estas puestas en escena tienen algunas características comunes a todos ellos, como una gran amplitud y un escenario con forma de herradura. A los lados hay filas de balcones y palcos, y cuentan con un foso para la orquesta.

Fue precisamente en un teatro de ópera donde Diana de Gales mostró a los presentes su gran habilidad con la danza, un momento histórico que no quedó reflejado en el momento por tratarse de un evento privado, pero que ‘The Crown’ ha querido recoger. Una actuación secreta al ritmo de 'Uptown Girl' que Diana protagonizó junto al bailarín Wayne Sleep en el Royal Opera House.

El escenario saca lo mejor de nosotros mismos, como en el caso de Lady Di, pero también puede ser capaz de sacar lo peor de cada uno, como en el caso de Faustina Bordoni y Francesca Cuzzoni, dos divas con una famosa rivalidad que llegaron a las manos ante lo más granado de la sociedad londinense durante la representación de una ópera de Haendel: ‘Astianate’.

Esta actuación no fue del gusto del público, que nunca ha tenido problemas en dejar claro cuándo una actuación no era de su agrado. Así lo hicieron también en Nápoles, durante la representación de ‘Tosca’ en el teatro San Carlo, tal y como recogen en ‘La Ópera’. Al parecer, el tenor que interpretaba a Cavaradossi era tan malo que cuando llegó el momento de su ejecución en la obra, el público aplaudió vigorosamente al pelotón de fusilamiento.

Bochornos aparte, los escenarios de la ópera también han sido testigos de hechos trágicos y tristes, como la muerte de Leonard Warren en 1960, considerado uno de los mejores barítonos del mundo. Interpretaba ‘La forza del destino’, de Verdi, en el Metropolitan de Nueva York cuando cayó desplomado sobre el escenario, muerto a causa de una hemorragia cerebral.

Más edificios con historia y con leyenda

Gastón Leroux, autor de ‘El fantasma de la ópera', asegura que lo que sucede en su novela está basado en hechos reales. Lo cierto es que esto es verdad y mentira a la vez, porque en esta obra gótica hechos reales y ficticios se entremezclan, sin duda, parte de su encanto. Se dice que Leroux inspiró su historia en un pianista que sobrevivió a un incendio de la ópera Le Peletier en el que falleció su novia.

Se habría refugiado en el lago subterráneo de la ópera Garnier hasta su muerte. Este lago fue una solución del arquitecto para evitar la inestabilidad del edificio, uno de los más emblemáticos en el mundo de la ópera. Los bomberos parisinos lo drenan dos veces al año para evitar que el nivel freático suba. Este edificio neobarroco, igual de impresionante por dentro -inspirado en la capilla Sixtina y el palacio de Versalles- como por fuera, dejó de ser la sede de la Compañía de la Ópera en 1989, pero sigue conociéndose como la Ópera de París.

Este es uno de los templos de la ópera mundial más conocidos, pero no es el único. Mención aparte merece la Scala de Milán o la Ópera Estatal de Viena, el Metropolitan Opera House de Nueva York, con el auditorio más grande de este tipo del mundo, o la Sydney Opera House, de estilo expresionista y que se ha convertido en emblema y símbolo del país. Fue inaugurado en 1973 por la reina Isabel II.