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Por qué ver (o no) 'Todas las veces que nos enamoramos', el último éxito de Netflix
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BRIGADA ANTI-SPOILER

Por qué ver (o no) 'Todas las veces que nos enamoramos', el último éxito de Netflix

Julio e Irene. Irene y Julio. Los protagonistas del último éxito de la plataforma y su amor de película dan para ocho capítulos llenos de encuentros y desencuentros. ¿Vale la pena verlos?

Foto: Georgina Amorós y Franco Masini, en la promoción de la serie. (Netflix)
Georgina Amorós y Franco Masini, en la promoción de la serie. (Netflix)

Viva el amor. En este caso, el de Julio e Irene, la última reencarnación del romance juvenil en una serie de Netflix que, aprovechando el tirón del Día de San Valentín, se ha ido encaramando al puesto número 1 de lo más visto de la plataforma. Ganas de corazones, besos y deseos sicalípticos en una fecha amada y odiada a partes iguales. Los ingredientes del último éxito Netflix no son, a priori, muy originales. Repasemos la trama: a principios de la década de los 2000, Irene es una joven de Castellón que se muda hasta Madrid para estudiar cine.

Una vez situada en la Facultad de Ciencias de la Información, aquella en la que Alejandro Amenábar rodó su fundacional 'Tesis', la joven estrecha lazos, hace amigos y se topa con Julio, un chico guapo con acento argentino que, en principio, no parece demasiado interesado en cámaras, micrófonos y guiones. De él, claro está, se acabará enamorando. Y sus idas y venidas, encuentros y desencuentros, besos y lloros, centrarán los ocho capítulos de la ficción. 'Todas las veces que nos enamoramos' se desarrolla a caballo entre un 2004 marcado por los atentados de Atocha (ambos protagonistas lo viven en uno de los trenes y la tragedia les sirve de faro vital) y la actualidad. Casi veinte años después de aquella negra jornada, ella persiste en su deseo de triunfar como directora y él se ha convertido en exitoso cineasta consumido por las adicciones y la sensación de fracaso. Ironías del destino, o eso nos dicen los guionistas y el equipo de la serie, entre los que también se encuentra Mateo Gil.

La serie de Carlos Montero, una de las cabezas pensantes de 'Élite', parece apelar, desde la complicidad y los guiños cinéfilos, a las series adolescentes de toda la vida. Lo hace, además, acercándose a la parte luminosa de las mismas; entre el rosáceo de 'Dawson crece' y el gris de 'Normal People'. Para alegría de aquellos que estudiaron en la Complutense, los escenarios están perfectamente definidos. El campus universitario, reconocible para quienes han pasado por sus grises edificios, es un marco especial que alimenta la trama de muchas formas. La acción que tiene lugar a principios de este siglo evita, de manera admirable, los anacronismos. Los clásicos Nokia 3310 o la forma en la que los personajes envían SMS son un signo evidente de aquellos años en los que todo el mundo empezaba a manejarse con la telefonía móvil.

placeholder Fotograma de la serie. (Netflix)
Fotograma de la serie. (Netflix)

La estructuran narrativa, a base de flashbacks, añade cierta emoción a la historia. Proporcionan sabor al plato principal personajes como Jimena y Da, secundarios con arco dramático propio que también sirven de clásicos escuderos de Irene. No hace falta indagar mucho en los ocho capítulos para darnos cuenta de que sus historias son, a menudo, más interesantes que la de los propios protagonistas. Esto último quizá tenga que ver con una trama que, más a menudo de lo deseado, se enroca en sí misma, dando vueltas y más vueltas sobre los desencuentros, mensajes erróneos o malinterpretaciones que acercan o alejan a la pareja principal. Como en la vida misma, sí, solo que en esta ocasión hay, como reza el dicho, poca chicha pa tanta limoná.

Parte del problema es que el guion deja demasiados cabos sueltos, como si la serie quisiera abarcar demasiado y no acabase de rematar alguna que otra línea argumental. Algunas de las que tienen que ver con el lado más oscuro de la industria y los profesionales del cine, por ejemplo, no acaban de cuajar demasiado. Tampoco la parte adictiva de Julio, personaje que incluso le lleva a caer en los infiernos a causa de las drogas en uno de los primeros capítulos.

Foto: Franco Masini, en una foto de sus redes sociales. (Instagram/@francomasini)

Este tipo de temas, clásicos del propio cine lo la televisión, los hemos visto reflejados, recientemente, en productos audiovisuales muy cuidados. Por ejemplo, en la última versión de 'Ha nacido una estrella' (salvando las distancias, claro), donde el alcoholismo o la idea del éxito o el fracaso alcanzaban un clímax dramático. También en series adolescentes más turbias y estetas como 'Euphoria', que se ha convertido en la catedral de este tipo de ficciones que pretenden reflejar el lado más oscuro de la juventud del siglo XXI. Al final, 'Todas las veces que nos enamoramos' queda como una serie de buena factura, amena, entretenida y bien interpretada (Georgina Amorós tiene el encanto y el brillo en los ojos de las heroínas de comedia romántica). Un producto Netflix que, al menos en esta temporada, no acaba de profundizar en todo lo que apunta. Un árbol vistoso y bonito cuyas ramas no acaban de crecer. Demos tiempo al tiempo o esperemos una segunda temporada que nos regale más de unos personajes (esto sí) que han despertado el interés de los seriéfilos.

*'Todas las veces que nos enamoramos' está disponible en Netflix

Viva el amor. En este caso, el de Julio e Irene, la última reencarnación del romance juvenil en una serie de Netflix que, aprovechando el tirón del Día de San Valentín, se ha ido encaramando al puesto número 1 de lo más visto de la plataforma. Ganas de corazones, besos y deseos sicalípticos en una fecha amada y odiada a partes iguales. Los ingredientes del último éxito Netflix no son, a priori, muy originales. Repasemos la trama: a principios de la década de los 2000, Irene es una joven de Castellón que se muda hasta Madrid para estudiar cine.

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