El hogar que comparte con su marido, financiero, y sus tres hijos, de 14,12 y 6 años, es un lugar que invita a caminar descalzo. A vivir en modo ‘chill’. Nada más abrir la puerta, la estancia se envuelve de blanco, una casa en dos alturas, comparten abajo y descansan arriba. El primer paso es mullido, silencioso, los segundos también, son sobre una moqueta de lana portuguesa con rizo blanca que envuelve las huellas, y que pese a los 30 grados que hace fuera, no sentimos un ápice de calor: “Mi marido no entendía por qué cambié el suelo si era una casa temporal, pero creo que hay que vivir bien allá donde estés”.
Un pequeño Jack Russell de un año, de nombre Pongo, remata la entrada de una casa que invita a ser feliz, y parece, o por lo menos lo vemos en sus habitantes, que la fórmula está dando resultado