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Sol, son y canchánchara: así es la Trinidad de Cuba, la villa en la que los relojes se pararon
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Sol, son y canchánchara: así es la Trinidad de Cuba, la villa en la que los relojes se pararon

Su alegría innata, su impecable encanto colonial y su rendición absoluta a la música convierten a esta hermosa villa en una de las visitas inexcusables de la isla caribeña. Un museo al aire libre, pero siempre lleno de vida

Foto: Trinidad cuenta con uno de los entramados coloniales más intactos del continente americano. (Cuba Travel)
Trinidad cuenta con uno de los entramados coloniales más intactos del continente americano. (Cuba Travel)

Es a la caída de la tarde, bajo esa luz anaranjada que queda después de una tormenta tropical, cuando se siente que en Trinidad los relojes se pararon un día sin intención de volver a funcionar. Ahí regresan del campo los guajiros con la piel curtida por el sol, mientras un trovador entona su lamento al otro lado de un ventanal y un carro tirado por burros amortigua el trote sobre los adoquines mojados.

placeholder En Trinidad los relojes se pararon un día sin intención de volver a funcionar. (Cuba Travel)
En Trinidad los relojes se pararon un día sin intención de volver a funcionar. (Cuba Travel)

Es entonces, en esa hora incierta en la que el día se recoge a descansar y la noche se maquilla para salir, cuando mejor se percibe el encanto de la ciudad más hermosa de Cuba. Un entramado colonial (de los más intactos de América) trazado por impecables mansiones de tonos pastel coronadas por tejas rojas. Todo en perfecta armonía, como un museo al aire libre.

placeholder La Plaza Mayor de Trinidad, con sus iglesias y jardines. (Cuba Travel)
La Plaza Mayor de Trinidad, con sus iglesias y jardines. (Cuba Travel)

La Villa de la Santísima Trinidad, como fue llamada por los españoles en 1514, se ha quedado petrificada en el siglo XIX en aquellos tiempos en los que el campo estaba tapizado por inmensas plantaciones de caña de azúcar en el cercano Valle de los Ingenios. Un negocio con el que se amasaron enormes fortunas que revistieron para siempre a la ciudad de una inigualable elegancia. Después el comercio azucarero cayó, víctima de las guerras de independencia. Y tras varias décadas de letargo, tuvo que ser el interés turístico el que impulsara su despertar. Trinidad fue declarada Monumento Nacional en 1965 y Patrimonio Mundial de la Unesco en 1988.

Eternos paseos

Hoy la ciudad, bien es cierto, recibe numerosos viajeros que emplean el día en caminar sin rumbo fijo por el centro histórico para desembocar siempre en la Plaza Mayor. Esta joya de la arquitectura virreinal está sombreada de palmeras y presidida por la iglesia de San Francisco de Asís y sofisticadas casonas que albergan museos y galerías de arte.

placeholder Elegantes casonas testimonian el esplendor de la época azucarera. (Cuba Travel)
Elegantes casonas testimonian el esplendor de la época azucarera. (Cuba Travel)

Así van saliendo al paso los edificios más interesantes. El Palacio Brunet, que acoge en su interior el Museo Romántico con su maravilloso artesonado de cedro, sus vidrieras de media luna y sus muebles de época. También la Casa de Santería de Yemayá, que está dedicada al orisha del mar y es un reflejo de la cultura afrocubana. Y sin olvidar el Palacio Cantero, una grandiosa mansión donde se aloja el Palacio Municipal.

Aquí lo interesante, además de conocer la historia de Trinidad (su fundación, el comercio de esclavos, el boom azucarero, los ataques de los piratas...) es ascender a su torre por unas desvencijadas escaleras para maravillarse con las vistas: lo que aparece ante los ojos es una cuadrícula de calles abrazadas por frondosos alrededores de cafetales y plataneras, con el mar ocupando la línea del horizonte.

Música en el ADN

Pero más que los monumentos, es la vida el mayor atractivo que tiene Trinidad. La que se aprecia a la luz del día con los niños jugando al béisbol, una anciana sentada a la fresca, un Chevrolet de los años 50 estacionado junto a la acera. Y la que empieza a hervir al caer la noche, cuando la ciudad se transforma en un caleidoscopio de ritmos.

placeholder Son, salsa, mambo, guaracha... La música forma parte de Trinidad. (N. Ferreiro)
Son, salsa, mambo, guaracha... La música forma parte de Trinidad. (N. Ferreiro)

En Trinidad la música corre por las venas, inunda hasta el último rincón. El son, claro, pero también la salsa, el mambo y la guaracha. Las caderas desatadas. Los pies en eterno compás. La fiesta de los cuerpos bamboleantes hasta que, de golde, la ciudad se pone melancólica y comienza a cantar boleros como solo se sabe hacer en Cuba.

Hasta que el cuerpo aguante

Hay que prepararse para afrontar una larga velada en la que todo puede pasar. Llenar bien el estómago en alguno de los restaurantes más valorados como, por ejemplo, La Botija, en la calle Amargura, donde se pueden degustar deliciosas recetas de la cocina caribeña, ambientadas (empieza la fiesta) con la melodía de un grupo musical. O pegarse un homenaje en San José, en la calle Antonio Maceo, donde además de buenos tragos (vino y todo tipo de cócteles) se puede comer una exquisita langosta.

Con ello ya el cuerpo estará preparado para moverse sin descanso, por lo que no es mala idea sentarse un rato en la escalinata de La Casa de la Música para saber qué es lo que se cuece. Aquí, en esta auténtica institución de Trinidad, hay a diario actuaciones en directo de músicos cubanos. Y el ambiente, según se va caldeando la noche, resulta fabuloso.

placeholder El atardecer de Trinidad después de una tormenta. (N. Ferreiro)
El atardecer de Trinidad después de una tormenta. (N. Ferreiro)

Después hay que pasar por la taberna La Canchánchara, en la calle Real del Jigüe, para descubrir la bebida criolla del mismo nombre, servida en una especie de vasija de barro. Porque en Trinidad se beben mojitos, claro, pero también canchánchara, elaborada con aguardiente de caña, miel de abejas y zumo de limón.

El resto será bailar. En La Casa de la Trova, al son de maravillosos trovadores. En el Palenque de los Congos Reales, que actualmente es la sede oficial del Ballet Folclórico de Trinidad. En la discoteca La Cueva, emplazada en una caverna que distribuye sus espacios en distintos recovecos de piedra. Aquí la fiesta va desde la madrugada… hasta que el cuerpo aguante.

Dormir como los ángeles

Es cierto que la noche cautiva, pero también conviene descansar porque hay toda una serie de excursiones que no deberían perderse. Entre ellas, la idílica Playa Ancón, a solo unos diez kilómetros, para bañarse en aguas cristalinas y tostarse bajo el sol caribeño. O el Valle de los Ingenios, que recoge la memoria azucarera en un entorno maravilloso.

placeholder El lobby de estilo colonial del hotel Iberostar Grand Trinidad. (Cortesía)
El lobby de estilo colonial del hotel Iberostar Grand Trinidad. (Cortesía)

Para ello, para dormir como los angelitos, está el mejor hotel de la ciudad: el Iberostar Grand Trinidad, emplazado en el corazón del casco histórico. Este alojamiento, el primero de cinco estrellas, no solo destaca por un impecable servicio y unas habitaciones amplias y confortables con elegante mobiliario de madera y bonita terraza privada, sino también por su capacidad para trasladarnos a aquella época colonial en la que, en Trinidad, un buen día los relojes se pararon para siempre.

Es a la caída de la tarde, bajo esa luz anaranjada que queda después de una tormenta tropical, cuando se siente que en Trinidad los relojes se pararon un día sin intención de volver a funcionar. Ahí regresan del campo los guajiros con la piel curtida por el sol, mientras un trovador entona su lamento al otro lado de un ventanal y un carro tirado por burros amortigua el trote sobre los adoquines mojados.

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