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35 años del día que Pantoja protagonizó su propia superproducción folclórica: su boda
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los detalles de un día fundamental para la artista

35 años del día que Pantoja protagonizó su propia superproducción folclórica: su boda

Una calesa, cuatro yeguas vírgenes, 1.200 invitados y un despliegue digno de Hollywood. Así fue uno de los días más importantes de la vida de la cantante

Foto: Isabel Pantoja y Paquirri en el día de su boda.(Gtres)
Isabel Pantoja y Paquirri en el día de su boda.(Gtres)

“Esta tarde se casa mi niña y no sé si reír o llorar”. Imaginen la letra de esas famosas sevillanas en una tarde de la Sevilla de un 30 de abril de 1983, hace ahora 35 años. La que está en la calesa, saludando a la multitud y vestida de blanco es la última folclórica, una enamoradísima Isabel Pantoja. Ella, tan 'sentía' como siempre, ya es un personaje imprescindible de esa España que, con el paso de las décadas, la acabará convirtiendo en su particular reina del melodrama.

El novio es un discreto (todo lo discreto que se puede ser cuando hay doscientos mil fotógrafos apuntándote) Paquirri.

Foto: Isabel Pantoja en una imagen de archivo. (Gtres)

Los extras de aquella movida multitudinaria son el pueblo entero de Sevilla, que salió a la calle como si se tratase del rodaje de 'Los Diez Mandamientos' para celebrar una de esas bodas de copla que siempre nos retrotraen a la España de siempre. Si Cecil B. DeMille hubiese visto aquello habría pasado de filmar el Éxodo. Poner la cámara tras un romance de copla es mil veces mejor y no te arriesgas a ofender al religioso de turno.

placeholder Isabel Pantoja y Paquirri, rodeados por toda su familia.(Gtres)
Isabel Pantoja y Paquirri, rodeados por toda su familia.(Gtres)

La cosa es que aquel día de finales de abril se casaban la tonadillera de las tonadilleras y el torero de los toreros. Jóvenes y bellos. Ella virgen y él divorciado. La superproducción folclórica no se la quería perder ni el Tato. Ni la duquesa de Alba, ni Palomo Linares y Marina Danko, ni Rocío Jurado y Pedro Carrasco (para que luego digan que las folclóricas son como Caín y Abel y no puden ni verse). Todos ellos aportaban su granito de arena al espectáculo.

El templo del Gran Poder se convirtió en el escenario de un casamiento de tronío en el que la Pantoja, vestida con un traje de cola de siete metros y doble tul, llegó al altar en un carro tirado por cuatro yeguas vírgenes. Que si ella lo era, los animalitos no iban a ser menos.

La multitud se agolpaba en los alrededores del templo del Gran Poder para ver a la excitada novia, que miraba a su torero como si fuese la mismísima Imperio Argentina dirigida por Florián Rey. A decir verdad, la logística de aquella boda era de infarto: el banquete costaba unos 24.000 euros de ahora (4 millones de pesetas de las de entonces), había noventa camareros para dar servicio a los 1.200 invitados y en el monasterio de los Jerónimos, donde se celebraba el banquete, estaba bien colocada hasta la última servilleta. Alguno que pasaba por allí comentó que semejante multitud no se ve ni en la Semana Santa sevillana.

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Juerga, sevillanas, risas y llantos. Y nuestra Isabel Pantoja más emocionada que nunca, tal y como relatan gráficamente los vídeos de la época. Sus primeros pasos para ser la Joan Crawford patria estaban ya firmemente asentados. Poco después del banquete, los novios se encerraban a cal y canto en el Hotel Alfonso XIII.

El momento privado debió ser memorable, porque Paco e Isabel se quedaron dormidos y perdieron el vuelo que los llevaba hacia su luna de miel. Puntuales puede que no fuesen, pero tiene mérito que en la España post Transición y post Golpe de Estado, en la que los intelectuales no querían ni oír hablar del mundo farándula, ellos ofreciesen al país la última gran copla visual del siglo XX, una que ni la mismísima Piquer hubiese cantado mejor. Lástima que la fortuna de Pantoja aquel 30 de abril no durase eternamente. Ya lo cuentan las mejores coplas: los finales, pocas veces son felices. “El día que nací yo, ¿qué planetas reinarían? Por dondequiera que voy, qué mala estrella me guía”.

“Esta tarde se casa mi niña y no sé si reír o llorar”. Imaginen la letra de esas famosas sevillanas en una tarde de la Sevilla de un 30 de abril de 1983, hace ahora 35 años. La que está en la calesa, saludando a la multitud y vestida de blanco es la última folclórica, una enamoradísima Isabel Pantoja. Ella, tan 'sentía' como siempre, ya es un personaje imprescindible de esa España que, con el paso de las décadas, la acabará convirtiendo en su particular reina del melodrama.

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